Al llegar a mi cuarto, me dejé caer en la cama, sintiendo una oleada de alegría. Finalmente tenía a un adulto responsable que me acompañaría a Japón... bueno, responsable no era exactamente la palabra para describir a María José, pero al menos cumplía con el requisito. Lo importante era que iría, y ya estando allá, veríamos cómo nos las arreglábamos.
En medio de mis delirios, empecé a imaginar situaciones y buscar soluciones para los problemas que podrían surgir. Por ejemplo, ¿qué pasaría si no tuviéramos traductora? No importa, yo me encargaría de traducir lo que fuera necesario. ¿Cómo sobreviviríamos en un país tan diferente? Bueno, de alguna manera nos las apañaríamos estando en suelo japonés.
Mientras llenaba los formularios del adulto responsable que me acompañaría, recordé que tenía otro boleto. No le había dado tanta importancia porque el acompañante principal era la prioridad, y este segundo boleto era opcional. Podría llevar a cualquier persona, de cualquier edad. No estaba seguro de qué hacer con él. ¿Venderlo? ¿Regalarlo? Incluso pensé en tirarlo. Pero de repente, me vino a la mente una persona especial. Alguien a quien realmente me gustaría invitar.
A alguien que me ha acompañado en las buenas y malas, a alguien que, a pesar de nuestras diferencias, me ha apoyado en mis momentos más bajos. Estoy cien por ciento seguro de que aceptará.
Después de terminar con los documentos del adulto responsable, esperé hasta el día siguiente para hablar con esa persona especial a quien invitaría. Cuando lo vi, no pude evitar sonreírle.
— Alfaro, ¿sabes? Ya encontré a un adulto que me acompañe a Japón, y por pura casualidad… me sobró un boleto.
Pude ver cómo sus ojos brillaban al escuchar lo del boleto. Sabía que, en el fondo, uno de sus sueños también era viajar a Japón. Con una voz temblorosa, como si no quisiera emocionarse demasiado, respondió:
— Sí, Santiago… ¿en qué te puedo ayudar?
Sabía que intuía lo que venía.
— ¿No sabes dónde está el gallo con el que me peleo?
La decepción en su mirada fue inmediata.
— Sí… está durmiendo debajo de tu lugar.
Me acerqué al gallo con una sonrisa en el rostro, sintiendo cómo mi corazón palpitaba de la emoción.
—Señor Gallo, sé que al principio no nos llevábamos bien, pero después de conocerlo mejor, siento un gran respeto por usted. Sería un honor que me acompañara en mi travesía por Japón.
Extendí mi mano, ofreciendo el boleto al gallo. Mientras lo hacía, noté de reojo a Alfaro, quien me miraba con una expresión de decepción. Sabía lo que estaba pensando; él también deseaba ir a Japón, pero en lugar de invitarlo a él, estaba ofreciendo el boleto a un gallo. Su mirada lo decía todo. Era como si su mundo entero se hubiera derrumbado en ese momento.
Justo en ese instante, un maestro entró al salón para comenzar la clase. Al verme junto al gallo, comentó:
—Vaya, Santiago, veo que te llevas bien con la mascota fundadora de la escuela.
Me quedé helado por un segundo.
—¿Qué... qué mascota fundadora?
—Sí, ese gallo —continuó el maestro con una sonrisa—. Colocó la primera piedra de la escuela… o al menos, eso dice la leyenda.
No podía creer lo que acababa de escuchar. Todo este tiempo, me había estado agarrando a catorrazos con la mascota fundadora de la escuela. Repasé en mi mente cada pelea que tuve con ese gallo. Ahora, no solo sentía una especie de respeto por él, sino también un ligero arrepentimiento por cada “enfrentamiento” que habíamos tenido. Pero, al final, todo cobraba sentido. Ese gallo no era un simple animal: era una leyenda viviente.
El maestro seguía contándonos lo importante que era el gallo para la escuela, como si fuera una leyenda viviente. Mientras hablaba, me di cuenta de algo: el gallo no podía viajar a Japón conmigo. Sentí una pequeña decepción, pero bueno, eso significaba que, al final, tendría que llevar a Alfaro.
Con esto, el equipo estaba completo. ¡Nuestro equipo "Alfa Maravilla Escuadrón Lobo" estaba armado y listo! Qué emoción, qué alegría… Aunque, pensándolo bien, tal vez no sean los mejores acompañantes. Quisiera buscarles algo positivo, pero ahora mismo no se me ocurre nada. En fin, lo importante es que ya tenemos todo lo necesario.
Los días pasaban y mi corazón latía con más fuerza. El gran momento se acercaba: ¡pronto estaría en un avión rumbo a Japón! La emoción me invadía solo de imaginarlo: caminar por las calles de Kioto o atravesar el famoso cruce de Shibuya. ¡Qué emoción tan grande! Ya me visualizaba con mi ropa pirata y una camisa del gobierno, pero en Japón. ¡Eso sí son sueños, papá!
Empecé a preparar mis cosas: ropa para 30 días, toallas, cepillo de dientes, zapatos... lo básico para este viaje que se sentía como lanzarse a lo desconocido. También tuve que conseguir un permiso en la escuela para ausentarme durante ese tiempo. Pero, lo más importante de todo: despedirme de mi familia.
Decidí despedirme de mi tío, el dueño del negocio, un día antes de mi viaje. Después de terminar mi turno como mesero, me senté en una silla del restaurante. No encontraba las palabras para decirle adiós; él ya sabía que me iba, pero no podía irme sin despedirme oficialmente. Afortunadamente, él rompió el silencio.