30 DÍas En JapÓn Conociendo El Sol Naciente

UNA PETICION EXTRAÑA

Un día recibí una notificación. El padre de Ai había dejado un seguro de vida en caso de que algo les sucediera. La suma era abrumadora, demasiado dinero para una niña. Le conté a Ai sobre esto, y ahora desearía no haberlo hecho. Un día, al volver del trabajo, la encontré en casa, lo cual era extraño porque normalmente siempre estaba en la casa de sus padres. No pude evitar preguntarle.

—¿Qué pasa, Ai? ¿Todo bien, cariño?

Vi cómo apretaba sus manos con fuerza, como si tratara de juntar el coraje necesario para decir lo que tenía en mente. Después de un silencio incómodo, finalmente habló.

—Tía Keiko, quiero pedirte algo.

Sus palabras me intrigaron, pero también me hicieron sentir un poco de alivio. Ai rara vez me pedía algo, así que pensé que quizás estábamos avanzando en nuestra relación. Con una sonrisa, intenté darle más confianza.

—Claro, hija. Pídeme lo que quieras.

Ai bajó la mirada hacia el suelo, sus manos todavía tensas.

—Sé que mi papá dejó un dinero… para mí… en caso de que ellos fallecieran.

El tema me incomodó un poco, pero sabía que era verdad. Ese dinero era suyo, y no planeaba quitárselo. Sin embargo, no se lo daría todo de una vez. Ai era demasiado joven para saber administrarlo correctamente, así que lo haría en pequeñas partes.

—Sí, Ai. Tus padres te dejaron dinero. ¿Qué pasa con eso, cariño?

Vi cómo luchaba por sacar las siguientes palabras, como si no supiera cómo formular su petición. Era evidente en cada movimiento.

—Quiero que me des ese dinero… —dijo finalmente, con la voz temblorosa—. Para vivir sola, tía Keiko. Quiero mudarme a la casa de mis padres.

—¿Qué? Pero… ¿por qué, Ai? ¿He hecho algo mal? ¿Te he incomodado o te ha faltado algo? Por favor, dime, ¿por qué no quieres vivir conmigo?

Me sentía desesperada. Había trabajado tan duro por ella, le había dado todo lo que podía… ¿por qué se comportaba así ahora? ¿Por qué quería alejarse de mí?

—No es por nada en especial, tía Keiko —respondió Ai, evitando mirarme a los ojos—. Solo que me siento más cerca de mis padres en esa casa.

—Lo siento, Ai, pero no puedo dejar que vivas sola. Eres mi responsabilidad, soy tu tutora —dije, intentando sonar firme pero con el corazón pesado.

Ai me miró con lágrimas en los ojos, su expresión cambiando rápidamente de tristeza a enojo. Gritó, sin poder contener las emociones:

—¡¿Por qué no, tía Keiko?! ¿Por qué me prohíbes vivir sola? ¡Es mi decisión, es mi vida!

—Lo siento, Ai, pero no. No quiero que vivas sola. Quiero que te quedes aquí conmigo. Quiero cuidarte, ayudarte que te quiero —traté de acercarme, levantando mi mano para acariciar su cabeza, buscando transmitirle algo de consuelo, aunque le había negado su deseo.

Pero antes de que mi mano pudiera tocar su cabello, ella la golpeó con fuerza. Me quedé paralizada, sorprendida por su reacción.

Ella, enojada y llorando, me gritó con una fuerza que nunca había visto antes. Se levantó del lugar donde estaba sentada y caminó hacia mí, con los ojos llenos de lágrimas y rabia.

—¡¿Qué sabes tú sobre querer, tía?! Tú no perdiste a tus padres. Nunca estuviste cuando mi mamá te necesitaba, ¡nunca te preocupaste por mí! ¡Deja de intentar suplantar a mi madre, tu no eres mi madre, deja de meterte en mi vida! Tú no sabes lo que siento, no tienes idea del dolor que llevo dentro. ¡No sabes lo que es pelearte con tus padres y, horas después, enterarte de que están muertos! ¡Lo último que les dije fue que los odiaba con todo mi corazón! —Ai estaba al borde del colapso—. ¡Tú no sabes lo que se siente despedirte de ellos con odio y decirles que los odias y luego ver a tu madre llorar por lo que dijiste…! ¡y después verla muerta…!

Ai salió corriendo, llorando, y se encerró en su cuarto. Quise decir algo, pero las palabras no me salían. No sabía que Ai se había peleado con sus padres antes de que fallecieran. Ahora lo entendía todo: por eso, en el funeral, ella repetía una y otra vez que la perdonaran. Mis ojos se llenaron de lágrimas y un nudo se formó en mi garganta. Me senté en la silla junto a la mesa, cubrí mi rostro con las manos y comencé a llorar.

En mi mente solo había una pregunta: ¿cómo voy a cuidar de Ai? No estoy preparada para esto. No sé cómo ser una madre, no sé cómo cuidar a alguien más. La vida no me preparó para algo así. No sé cómo ayudarla.

Después de unas horas, intenté calmarme. Sabía que tenía que encontrar una manera de ayudarla. Lo único que se me ocurrió fue que, poco a poco, Ai necesitaba dejar de aferrarse al recuerdo de sus padres, para que pudiera avanzar. No sé si esto es lo correcto, pero estoy desesperada por ayudarla. Tal vez mis métodos sean erráticos, quizás algunos los consideren cuestionables, pero si ella sigue aferrada a ese dolor, nunca podrá mirar hacia el futuro.

Con esta idea en mente, decidí cerrar la casa de sus padres, la casa donde Ai había crecido, y no dejar que entrara nunca más. Tenía que ayudarla a seguir adelante, aunque no estuviera segura de cómo hacerlo.

Tampoco fue fácil para mí dejar esa casa. Era como despedirme de mi hermana por completo. Sin embargo, sabía que esto era lo mejor para Ai. Perdóname, pequeña, pero quiero que sigas con tu vida sin cargar con este dolor. Al cerrar esa puerta, sentí que también cerraba una parte del corazón de Ai, como si con ese gesto estuviera aceptando de una vez por todas que mi hermana ya no estaba. Me dolió profundamente, pero esperaba estar haciendo lo correcto.



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En el texto hay: famila, latinoamrica, viaje a japon

Editado: 10.11.2024

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