30 DÍas En JapÓn Conociendo El Sol Naciente

SANTIAGO EN JAPON

Después de recobrar la conciencia en el avión, me encontré mirando de un lado a otro, desorientado. "¿Dónde estoy?", pensé rápidamente. Luego, sentí algo pesado sobre mi hombro y, al voltear, vi a María José, mi prima, dormida sobre mí. Sonreí, feliz de que se sintiera cómoda conmigo... aunque esa felicidad se esfumó en cuanto vi que me estaba babeando mientras dormía.

Antes de que pudiera moverme, Alfaro, que estaba sentado al otro lado, soltó:

—Qué envidia.

Lo miré con una ceja levantada, desconcertado por su comentario, y le pregunté con una mirada amenazante:

—¿Qué dijiste, Alfaro?

Él, nervioso, me respondió rápidamente:

—Que está dormida.

Suspiré aliviado y me relajé un poco. Mejor aclarar las cosas.

—¿Dónde estamos? ¿Todavía no llegamos?

Alfaro me miró y dijo:

—Aún faltan unas horas para aterrizar.

La emoción me invadió de nuevo. Pronto estaría pisando suelo japonés. ¡Qué alegría! Pero esa emoción duró poco, porque el avión se sacudió bruscamente. De nuevo, me aferré a la silla como si mi vida dependiera de ello. Empecé a hiperventilar y el sudor me cubrió la frente. Sentía que me faltaba el aire.

Alfaro, preocupado, me preguntó:

—¿Estás bien, Santiago?

Traté de responder, pero apenas podía hablar entre respiraciones agitadas.

—No, Alfaro... no puedo respirar bien... me falta el aire...

Con voz tranquila y paciente, él me ofreció:

—¿Quieres que te traiga agua?

No le respondí nada a Alfaro, solo lo miré sin expresión alguna. En mi mente, repetía: ¿En serio, Alfaro? ¿Agua? ¿Me ves cara de pez o qué? No puedo respirar y lo único que se te ocurre es traerme agua... ¡Qué lógica es esa! Bueno, supongo que el agua tiene oxígeno, así que tal vez sea cuestión de que yo lo separe.... Después de un rato mirándolo fijamente, suspiré y dije:

—Sí, un poco de agua me haría bien.

Alfaro se levantó y fue a buscarla. Cuando me la trajo, tomé un sorbo, aunque no me ayudó mucho. Justo en ese momento, una turbulencia despertó a María José, que seguía dormida del lado del pasillo. Tenía una cobija gris del avión y un antifaz para dormir, pero lo más notable era que seguía babeando. Al despertar, se limpió rápidamente la saliva y, todavía desorientada, preguntó:

—¿Todavía no llegamos?

—No, prima, aún no. Faltan un par de minutos.

Me aferré aún más a la silla, nervioso. Después de unos minutos, el piloto anunció que nos abrocháramos los cinturones de seguridad porque estábamos por aterrizar. Nos los abrochamos, y cuando el avión tocó el suelo con las ruedas, se sintió un fuerte movimiento. Yo, en ese momento, empecé a rezar: Padre nuestro que estás en el cielo.... Cuanto más rezaba, más se movía el avión, como si mis plegarias lo estuvieran sacudiendo.

Finalmente, el movimiento se detuvo, y el piloto dijo:

—Acabamos de aterrizar. Bienvenidos a Japón el aeropuerto internacional de Tokio.

En ese instante, una oleada de emoción me invadió. ¡Por fin habíamos llegado!

"¡Huevito! ¡Llegamos!", exclamé emocionado. Tomé mi mochila y me la puse al hombro mientras Alfaro y María José sacaban sus maletas del compartimiento superior. Yo iba al frente de ellos, y cuando llegué a la puerta del avión, no pude evitar hacer un comentario épico:

—Un pequeño paso para Santiago, un gran paso para mi sueño.

En cuanto mi pie tocó suelo japonés, una oleada de emociones me invadió. ¡Felicidad pura! Estaba tan emocionado que casi quería llorar. Pero esa felicidad no duró mucho, porque en cuanto puse pie en el aeropuerto, un guardia japonés me tackleó con fuerza contra el suelo. Sentí cómo su rodilla se clavaba en mi espalda, inmovilizándome.

—Eeeh... sé que soy un poquito masoquista, pero al menos una tacita de café primero, ¿no? —dije, intentando mantener el humor, aunque no podía ni moverme.

No podía verle la cara al guardia, pero al voltear un poco la cabeza, vi las expresiones aterradas de Alfaro y María José. Esto está mal, muy mal, pensé. Entonces, el guardia tomó su radio y escuché cómo decía en japonés:

—スーツケースの持ち主は私にいます (Tengo al dueño de la maleta).

De pronto, sentí cómo me apretaba aún más y, sin previo aviso, me puso unas esposas. Luego, me levantó bruscamente, todavía sin entender absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo. Lo miré a los ojos, buscando algún indicio de por qué me estaban arrestando, pero su rostro no mostraba ninguna emoción.

Me empujó y me empezó a llevar hacia el interior del aeropuerto. Asustado, grité:

—¡¿A dónde me llevan?!

Al voltear, vi a Alfaro y a mi prima, paralizados y con cara de shock total, y yo, sin tener ni la más mínima idea de lo que estaba pasando.

Escuché a mi prima María José gritar desesperada:

—¡Necesitamos a un adulto!

A lo que, frustrado, le respondí:



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Editado: 10.11.2024

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