AI FUJIMOTO FUJIWARA:
Cuando salimos de las oficinas de aduana y Santiago recibió sus maletas, observé cómo la joven de unos 20 años, a quien había visto antes de entrar, lo abrazaba contra su pecho con una fuerza descomunal. La situación me tomó por sorpresa. A diferencia de Santiago, ella no era tan morena; su piel era clara, como si la cuidara mucho del sol. Llevaba una camisa blanca ajustada que acentuaba su figura, un short corto y tenis. Su cuerpo parecía el de alguien mayor, quizá de 30, aunque su rostro mantenía una apariencia más juvenil, como si fuera de 20. Esta mezcla era algo desconcertante.
Mientras lo abrazaba, la mujer exclamó con alegría:
— ¡Santiago! ¡Qué bueno que estás bien! Si te hubiera pasado algo malo, ¡mamá quemaría mis manhwas, y eso sería terrible! ¡Ya no tengo que buscarme un japonesito morenito como tú para reemplazarte!
Sentí una incomodidad que no podía describir. No entendía bien el motivo, pero había una sensación que me hacía querer proteger a Santiago de ella. ¿Quién era esta mujer? Pensé que tal vez era su acompañante, una amiga cercana… No, quizás era su novia, lo cual podría explicar su muestra de afecto tan efusiva. Pero entonces, ¿por qué me incomodaba tanto?
Después de presentarme formalmente ante ellos, comprendí un poco más de su relación mientras platicaban. No quise interrumpirlos, así que traté de escuchar sin intervenir. Descubrí que María José era la prima de Santiago. Al parecer, su personalidad era alegre y se dejaba llevar por sus emociones sin reservas. También me sorprendió saber que, aunque aparentaba 20 años, en realidad tenía 30. ¡Era incluso mayor que mi tía Keiko! Su rostro podría engañar, pero su cuerpo reflejaba una madurez acorde a su edad.
Conforme charlábamos, me enteré de que había estudiado en una universidad prestigiosa y en una de las carreras más difíciles, además de hablar inglés con fluidez. María José era una caja de sorpresas, y no tenía reparos en expresarse tal como era. Poco a poco, esa incomodidad que sentía al principio comenzó a desvanecerse, aunque aún no entendía del todo de dónde provenía. Quizás simplemente se debía a la intensidad de su personalidad o a algo mas.
No pude evitar notar que faltaba el chico de 15 años que acompañaba a María José. ¿Dónde estará? Justo cuando iba a preguntar por él, lo vi corriendo hacia nosotros, con una expresión de preocupación y desesperación. Antes de que alguno de nosotros pudiera decir algo, soltó con voz agitada:
— ¡Oigan, tenemos un problema!
Vi cómo Santiago cerraba los ojos con una sonrisa amplia y exhalaba un suspiro, como si este tipo de situaciones fueran algo común para él. Es admirable, pensé. Parece que Santiago siempre afronta los problemas con una sonrisa. Qué persona tan optimista.
SANTIAGO:
En mi mente, pensé: Diosito, ya no aguanto más, ya no quiero ser tu mejor guerrero. Alfaro llegó hasta nosotros y, después de recuperar el aire, dijo:
— Tenemos un problema, Santiago. Una de tus maletas… se fue a otro país.
— ¿A otro país? ¿Cómo es eso posible?
La noticia me cayó como un balde de agua fría. Sentí un nudo en la garganta, y me dieron ganas de llorar. ¿Cómo es que una de mis maletas terminó en otro país? Apenas iba a decir algo cuando mi prima, María José, intervino con calma:
— Bueno, tenemos que reportarlo en las oficinas de equipaje de la aerolínea.
— Tienes razón, prima.
Los cuatro comenzamos a dirigirnos hacia las oficinas de equipaje. Mientras caminábamos, Alfaro se acercó a mí y me susurró, mirándome con curiosidad:
— Oye, Santiago, ¿quién es la niña pequeña que camina con nosotros? ¿Estará perdida?
Fue entonces cuando me di cuenta de que nunca le había presentado a Niponcita. Tampoco ella se había presentado a Alfaro, y en medio de todo el caos, no hubo tiempo para hacerlo. Pero ya que nos dirigíamos con prisa a las oficinas de la aerolínea, pensé que sería mejor hacer las presentaciones rápidamente en el camino.
— Alfaro, ella es Ai Fujiwara, nuestra traductora. Aunque yo siempre le digo Niponcita de cariño —le dije, señalando a Ai.
Vi cómo Alfaro levantaba la mano en un saludo amistoso hacia Niponcita mientras caminábamos hacia las oficinas de la aerolínea.
— Niponcita, él es Alfaro, mi mejor amigo de la escuela; tenemos la misma edad.
Niponcita hizo una reverencia japonesa al mismo tiempo que avanzábamos a paso apresurado. Al llegar a las oficinas, tanto ella como María José se acercaron al mostrador. Como eran las únicas que hablaban inglés, y Niponcita además dominaba el japonés, ambas se encargaron de hacer el reporte de la maleta perdida. Después de un rato, regresaron hacia nosotros, y mi prima, María José, me anunció:
— Tenemos buenas noticias, primo: ¡encontraron tu maleta!
Sentí una oleada de alivio y emoción. Por fin recuperaría mis cosas. Sin embargo, al notar que no traían la maleta consigo, pregunté, algo confundido:
— Genial, prima… pero, ¿dónde está mi maleta? ¿Por qué no la trajeron con ustedes?
Mi prima, aún sonriente, respondió con tono tranquilo:
— La encontraron en Turkmenistán… a 6,708 kilómetros de aquí, primo.