Ella odiaba comparar el tacto de Mic con el tacto de Enji.
Sabía que ambos eran diferentes, sabía que Mic era único, pero simplemente no podía evitarlo. Algo tan sencillo como el tomarse las manos la enamoraba.
Enji era rudo, salvaje. ¿Cómo eran sus manos? ¿acaso su tacto sería cálido? Ni siquiera era capaz de recordar alguna ocasión en la que Enji le hubiera tomado las manos con cariño y ternura. A lo mucho ese hombre le tomaba del brazo cuando la encerraba en la habitación para que dejara de interrumpir los entrenamientos inhumanos de Shoto.
También, recordó que en cuanto su querida Fuyumi manifestó su don, y éste no alcanzó los estándares de Enji, la tomó de la muñeca rudo, enojado, su tacto la había quemado y dejado una marca que perduró semanas después de que la condujera a la habitación para crear a su sucesor ideal en ese mismo instante. Esa era la única vez en que le había tocado tan cerca de la palma de la mano, y también fue la primera vez que se sintió violada.
Hizashi era diferente. Hizashi le había tomado con gentileza la mano antes de sacarla de esa casa que había sido como una prisión. Hizashi acariciaba con la uña del meñique la palma de la mano antes de enlazar jugetonamente sus dedos, y por consiguiente, unificar sus manos.
Hizashi la hacía volar cuando con sus manos enlazadas bailaban torpemente en la sala de su casa, con la luz que traspasaba las cortinas blancas de las ventanas y tintaba la casa de color y vida.
Le hacía sentir un oleaje de ternura que se desbordaba cada vez que buscaba sus manos por debajo de las sábanas en las noches que compartían juntos uno de los mayores placeres. Sólo ese hombre podía tocarla con tanta gentileza, y hacer que su vista se nublara en un segundo.
Hacía que su corazón se detuviera y su respiración se entrecortara cuando posaba con amor sus labios en sus pálidos nudillos antes de partir al trabajo todas las mañanas.
Él la cuidaba con ese tacto al caminar por la calle. Le hacía sentir segura y protegida. Pero por sobre todas las cosas, se sentía amada. Nunca antes había sentido la gentileza de un hombre, no hasta que lo conoció a él. Aquél concepto abstracto del matrimonio había dado un inesperado giro de ciento ochenta grados y le había mostrado una perspectiva diferente, una perspectiva esmeralda y birllante que sólo pudo hallarla al tomarle las manos y mirarle a los ojos.