31 De Diciembre

31 DE DICIEMBRE

31 DE DICIEMBRE DEL 2022, MONTERREY, NUEVO LEÓN.

 

Nos sentamos a comer en las mesas externas de uno de los restaurantes que están en Paseo Santa Lucía, el famoso canal turístico. Mientras mis hijos conversaban y bromeaban, mi mirada seguía las olas que formaba una lancha llena de gente.

-Alguien te está hablando –dijo mi hijo menor.

Salí del ensimismamiento y alcé la vista hacia la otra orilla del río artificial.

-Adriana, ¿me recuerdas? Soy Hamilton – gritó un hombre maduro poniendo las manos alrededor de su boca como si se tratara de un megáfono.

-¿Cuál Hamilton? –respondí como si en mi vida hubiera conocido a alguien más con ese nombre.

-Estudiamos la secundaria juntos en la isla. Estabas enamorada de mi –al decir la última frase volteó a ver a izquierda y derecha como buscando a alguien.

-¡Pérez Salavarría Hamilton! –exclamé con voz grave imitando el tono que usaba el maestro de Ciencias Sociales cuando pasaba lista. Él rio a carcajadas.

36 años antes, a 1800 km.

No me enamoré por su cabello rizado, ojos grandes o piel bronceada. De hecho no reparaba en su existencia hasta el día en que, al jugar futbol con mis compañeras, mi zapato escolar salió volando y cayó en el techo del salón de la maestra de Matemáticas. Como todo un héroe, trepó, rescató y me entregó el calzado. Una rechifla, acompañada de gritos, lo acompañó en todo el proceso. ¡Son novios! ¡Son novios! A partir de ese día nos buscábamos con la mirada y sonreíamos.

Más adelante decidió rescatarme de nuevo. Mi equipo enfrentaba al temido grupo “D” y ese día vestíamos formal así que otra vez debía jugar al futbol con zapatos. Mis compañeras le sugirieron que me prestara sus tenis si esperaba ser correspondido. Me entregó su calzado sin importar que se burlaran de los hoyos en sus calcetas y se unió a la porra.

Nos hicimos cercanos. A veces, en el recreo, le compartía la mitad de mi torta y él me daba sorbos de su refresco. Aprendimos a pasarnos las respuestas de los exámenes con un código labial que inventamos. Me pidió que fuera su novia después de una clase de deportes, cuando caminábamos rumbo el salón. Acepté y sellamos nuestro amor tomándonos las manos por 5 segundos, arriesgándonos a que el odioso prefecto nos viera y e hiciera barrer la explanada.

Llegué a mi casa en una nube deseando que las horas volaran para volver a estar cerca de mi amado.

No se presentó en la escuela al día siguiente. El resto de la semana observé su pupitre buscando sus rasgos en el compañero que lo había usurpado. Por meses, fui la última en entrar al colegio cuando abrían el portón con la esperanza de que se le hubiera hecho tarde. El ciclo escolar terminó pero no así el sentimiento por su ausencia.

En dos ocasiones, al inicio de la preparatoria, regresé a la secundaria bajo el pretexto de recoger algún documento. ¿Y si me estaba esperando en el salón de matemáticas, en el campo de futbol o en la cafetería?

-¿Por qué te fuiste? –pregunté al señor que seguía sonriendo al otro lado del canal.

Una mujer y dos adolescentes se colocaron a su lado y me vieron con curiosidad.

-¡Ella es mi esposa! ¡Éstos mis hijos! Mi amor, Adri estudió conmigo en la isla.

-¡Mucho gusto! –Levanté la mano para saludarlos e hice una inclinación de cabeza.

Nos despedimos y lo vi alejarse hasta perderse.

PD. Este relato es real hasta el momento en que mi mirada se perdió en las olas, lo demás se me ocurrió mientras veía el vaivén aquél 31 de diciembre del 2022.

 

Adriloch

©Todos los derechos reservados. Mis historias de Facebook. Colección de Obras, inscrita en el Registro Público del Derecho de Autor con Número de Registro: 03-2023-032413035500-14. 




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