Soy un maldito Cupido. Una maldita enamorada del amor. Una cursi sin remedio que se dedica a unir parejas en vez de encontrar una propia.
Amo el amor, pero el amor de otros, porque cuando se trata de mí todo me aterra. Las únicas veces que un chico me ha gustado en serio, he terminado con el corazón destrozado, ya que normalmente yo no era el prototipo de chica para nadie.
Soy una chica ideal para cualquier chico que a mí NO me gusta. Y probablemente eso sea la ley de la vida. ¿Dónde está la magia del amor entonces? Es fácil buscar a alguien del cual enamorarte, lo complicado es que el sentimiento se vuelva reciproco. Por esa razón, prefiero mantener la cabeza gacha y no mirar a nadie que pueda interesarme, ya que no sería correspondida.
En cambio Eli podía tener al amor de su vida frente a sus narices y ella no se daría cuenta.
¿Pero quién soy yo para decidir quién es el amor de su vida y quién no? Bueno, simple, soy Cupido, por lo tanto he decidido que Andy no es el amor de su vida. Punto final de esa historia.
No tenía ni la menor idea de quién era el chico de la tienda de discos, sé que se llama Lee, pero nada más después de eso. El tipo estaba guapo, hay que admitirlo y su estilo era completamente acorde a los gustos de Eli, por lo que no me pareció mala idea dejarle su número. Eli me mataría cuando se enterara, pero estaba dispuesta a correr el riesgo. Solo espero que aquel chico no sea un psicópata que pretende violarla y asesinarla y tirar su cadáver en una cuenca, porque si no, habré colaborado en sus planes para que eso suceda. Eso sí me haría sentir culpable.
Pero para que ser tan pesimista. Fingiré no ser yo cuando piense en eso.
Esa tarde lo primero que hice al llegar a mi casa fue recostarme en mi cama. Estaba agotada y necesitaba dormirme temprano. Recordé mi tarea de matemáticas, pero supe enseguida que no haría ninguna esfuerzo por hacerla.
Mi perro abrió la puerta de mi habitación de un golpe y se recostó a mi lado apoyando su cabeza en mis piernas. Eso es lo que siempre hacía. Desde los 5 años, Zeus ha estado presente en mi vida, cada vez que me recuesto o me siento en alguna parte, él se tiende a mi lado buscando cariño y afecto.
Lo acaricié y estuve a punto de quedarme dormida hasta el otro día cuando mi madre me gritó para que bajara a comer.
Mis padres comenzaron a hablar de su trabajo del día y de lo mucho que se sentían agotados. Me preguntaron las cosas básicas, y yo respondí lo mismo de siempre, nuestras conversaciones solían ser de esa manera todas las tardes, así que el ritmo que llevaba, parecía ser bastante normal.
No sé si la extraña mirada de mi papá se debió a que le dije que haría tareas o a por la sospecha de un asunto con Derek que él no conocía, de todas formas no me importó a la hora de levantarme de la mesa.
Subí los escalones hasta mi pieza con furia, estaba enfadada, era mi padre, supuestamente debería conocerme. ¿No?
Pero para ser justos, yo tampoco le he dado el espacio para que conozca mis secretos y mis dolores. No sabía si podía hablarle de chicos que me gustaban, no sabía si podía decirle cosas malas de Derek.
Derek era hijo del mejor amigo de mi padre, pero hace más de 10 años que su padre falleció y dejó a Derek solo a manos de su madre. Él tenía 2 años más que yo. Mi padre había ayudado en todo lo posible a Derek y mi madre también lo adoraba.
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Editado: 14.05.2019