-No voy a firmar un contrato que no tiene validez-golpeé la mesa alzando la voz.
-No te acuerdas de él, tu mente lo ha borrado Casilda. Acepta la realidad-mi madre me miró por encima del hombro, tragó saliva y trató de intimidarme con la mirada.
-No tiene validez-repetí.
-Para mí sí-gritó.
Me levanté de la mesa y busqué un boli, cansada de sus súplicas de sus amenazas firmé el puto contrato. Le tiré el boli a la cara en cuanto mi firma relucía sobre el blanco del folio. Salí de su despacho enfadada. Caminé perdida, sin rumbo, con los ojos llenos de furia y deseando encontrar un rato de paz. Traté de buscar serenidad en una casa donde reinaba el caos. Un año encerrada en una habitación tratando de recordar mi vida, aquella que me arrebataron una noche de julio y que un año después no se me devolvió. Apenas podía recordar algo, aquel fatídico accidente fue el causante de mi desaparición social. Una vida destinada a un país entero hasta que de la noche a la mañana tu peor pesadilla termina y te acabas convirtiendo en una persona normal, dentro de tus posibilidades, claro está.
Nací en el seno de la familia Real Española, una vida destinada a una doctrina hasta que un día todo cambió. Mi abuelo estaba a punto de abdicar en mi madre tras un severo cáncer que acabó con su vida años después. Pero esa abdicación no prosperó en el tiempo, la política influyó, ciertos partidos se unieron hasta que crearon una ley para abolir la monarquía. Se llevó a referéndum, el pueblo votó y España se convirtió en una República. Mi madre se quedó sin el sueño de su vida, futura reina de un país y yo, yo di gracias. Me salvaron del abismo, me salvaron de una vida que no era para mí. Por aquel entonces infanta, me convertiría en princesa y con el paso del tiempo en reina. Pero ya nada era posible, mi vida cambió de la noche a la mañana, pasé de Infanta a marquesa. Pasé de ser la Infanta Casilda, a la Princesa Casilda y me acabé convirtiendo en una simple mortal, Casilda del Castillo Núñez de Lara. Estudiante de Ingeniería Aeroespacial y foco de millones de cámaras. Me convertí en la imagen de Balenciaga, como en su tiempo lo fue Sonsoles de Icaza, marquesa de Llanzol. Por mi sangre corría la vena aristócrata, una vida destinada a un país que yo traté de rechazar. Aquel no era mi mundo y me convertí en una revolucionaria. De cara al público me comportaba como tocaba, seguía los protocolos y trataba de crear una buena imagen, pero en la intimidad mi verdadera personalidad salió a la luz. Quinientos treinta y siete días, ese fue el tiempo que mi madre gobernó, reina de un país y yo su más fiel princesa. Y todo se fue al traste por mi culpa, me encargué de destrozar a una familia y todo porque me encantaban las salidas nocturnas. La universidad me devolvió la vida que toda mi infancia me arrebató. Encontré una libertad nueva que tanto me llamaba la atención y sin verlo venir, todos mis sueños se acabaron haciendo realidad.
-Casilda-la dulce voz de mi hermana consiguió pararme-, no la hagas enfadar.
-No tenemos tres años Regina, yo no le debo nada. Apenas os recuerdo-dije tajante, sin dar mi brazo a torcer.
-¡Pues por eso mismo!-Regina colocó sus manos en mis brazos y me miró a los ojos-. No seas tan dura, llevamos un año pendientes de ti.
-¿Meterme en una habitación durante un año sin poder salir a la calle es estar pendientes de mí?-ironicé-. Estáis chalados.
-No era una habitación, era un palacio y con todas las comodidades. Estabas viviendo como una reina-rodó los ojos, yo estaba comenzando entrar en mi límite.
Chasqueé la lengua. Inspeccioné el rostro de mi hermana buscando algún tipo de ayuda. Estuve plenamente convencida de que mi madre la envió para acabar convenciéndome. Me hizo firmar un estúpido contrato en el que las cláusulas eran absurdas y en las que en la mayoría no sabía a lo que se referían.
-Resulta que estoy casada-coloqué mis brazos en jarra parándome en el último escalón.
-Sí-suspiró y afirmó dolorida-, lo estás.
-Y me entero hoy, un año después de que me sacaran del hospital. ¡Y todo por una maldita carta que por equivocación ha acabado en mis manos!-reí sarcástica-. Supongo que como esa habrá más, ¿no?
Mi hermana desvió la mirada haciéndome ver que sobrepensó la respuesta. Indicios de mentiras que acabaron con mi familia. Regina fue incapaz de inventar por lo que me miró a los ojos y afirmó con la cabeza.
-Exactamente hay 365 cartas-confesó.
Perpleja, parpadeé varias veces tratando de asimilar su respuesta. Eso conllevaba que me estuvo escribiendo el tiempo que estuvimos sin vernos, el tiempo que me mantuvieron encerrada.
-¿Puedo leerlas?
-Las guarda mamá, no sé como la de hoy ha podido llegar a tus manos. Hay un topo en el servicio-mosqueada, Regina cada vez se parecía más a mi madre.
-¿Quiero conocerlo?-me sacudí el jersey con parsimonia.
-Eso es imposible, además, no lo recuerdas-sus manos agarraron mi mano en forma de súplica-. Que más te da, de nuevo la familia se desmoronará.
-Si me casé con él fue por algo. Y estoy amnésica no gilipollas-alcé la voz-. Me tratáis como a un títere, dejadme decidir, joder.
Bajé el último escalón enfurecida. Toda mi familia se puso en mi contra, todo parecía oscuro a mi alrededor. La ira ascendió por todo mi cuerpo amenazando con salir a la superficie. Salí fuera, a la calle, al inmenso jardín privado que teníamos en el palacio. Un palacio que mi madre se encargó de construir durante el reino de mi abuelo y con el paso de los años se convirtió en la residencia familiar. El Palacio de la Duquesa Núñez de Lara.