El sentimiento me oprime en el estómago hasta hacerme vomitar. Síntomas de embarazo. Un embarazo que no pedí, y, sin embargo, me obligan a acarrear las consecuencias de un abuso inesperado del cual, no pude escapar.
Aunque me dijeron que me cuidara del mundo y de los hombres, su indiferencia me alejó de una posible salvación temprana y acabó con mi felicidad. Esto me hizo pensar sobre mi situación: la indiferencia es también un abuso y puede ser parte del descenso a un círculo infernal. Ahora, pienso de mis verdugos, parte de mi sufrir; ya no los culpo del todo, pues soy yo quien espera junto a ellos, la pronta evacuación de la criatura que yace en mis interiores.
En la espera, hay tiempo de reflexionar las posibilidades de reversión, pero menos son las que me alientan a limpiar la mancha en mi dignidad. En este contexto, solo puedo empeorar mi situación.
Las dudas a mansalva pasan por cada rincón de mi mente, cada una de ellas, son de lo mismo. Las pocas veces, en que no pienso sobre mi situación, es cuando duermo; pesadillas sobre pregones anunciando hambruna, sobre desenlaces trágicos de personajes desconocidos, variedad de situaciones que culminan con la vida en el mundo…
Y un sueño en particular: en la culminación de la temporada de verano, dolores intensos de parto anuncian la llegada de una nueva forma de vida. En el momento exacto, en donde el velo del templo se rasga en dos, de arriba abajo, sale de impávido el anticristo, destrozando la moribunda masa de carne en descomposición que conformaba un cuerpo humano, desparramando tripas y sangre en el proceso. Esa masa de carne en descomposición, puede ser yo.
No existe algo más desesperante que la condena de muerte. Esperas en una cárcel despavorido por falta de esperanza, mientras el tiempo y la mente juegan entre sí, retorciéndose y alargándose a placer. En mi situación, no encuentro diferencias que me contraríen, a excepción de la polifagia que me invade. Esta criatura que albergo me exige alimentarlo, para que no me devore desde adentro.
Mientras pasa el tiempo, siguen pasando preguntas, esta vez más claras y entendibles para mí. En medio de la soledad, estas interrogantes me han dado compañía. Cuestiones sobre mi existencia y otras más banales…
¿Es lo que tengo un tumor, en realidad? O tal vez sea un engendro del mal que devora mi vitalidad poco a poco. ¿Qué dirán de mí los demás al ver tan hinchado el vientre que, en vez de niño, es devorador de hombres? La sociedad siempre juzgará a uno. ¿Son las alucinaciones sonoras parte de los síntomas? Tal vez, siempre estuvieron conmigo. ¿Entenderán que no fui parte del problema? El abuso requiere planeación, algo improbable para mi psique. ¿Quién soy yo? Una víctima más, supongo. ¿No soy más de lo que ven mis ojos? Correcto. ¿Cuándo acabará mi martirio? Dentro de poco…
Y así sucede. Después de unos meses, finalmente, la sensación de libertad se hace presente.
Pero el abuso apenas ha empezado para mí. No lo digo a la ligera. Los constantes chillidos de una amalgama de extremidades que hacían recordar ligeramente la silueta humana, me despertaban cada noche para calmar sus necesidades básicas. Mis verdugos, con un poco de compasión a esta alma ausente de amor, ayudaban de vez en cuando; pero, no bastaba para satisfacer mis deseos. Quería en verdad, volver a ser feliz, pero estaba este tropiezo en mi vida.
Justo en el ocaso, cuando el color del cielo se fusiona con los rayos débiles del sol, dan como resultado un púrpura intenso, con ligeros toques de rojizo a lo largo de las brechas que forman las nubes. Justo en el ocaso, sentí un intenso deseo de librarme de mi mal, pero no pude, al principio. Los gritos desenfrenados del engendro me dejaron sorda, o eso quise creer.
Me obligué a relajarme en mi asiento mientras meditaba y borraba cada recuerdo tuyo. Todas los sentimientos en los que estabas embarcado. Todos los momentos en donde pediste de mí, un poco de leche para saciar tus ansias enfermas de alimento. Todas esas veces que sentí ternura por un ser tan horripilante como tú. Todas esos meses por los que pasé para tenerte. No más… ¡No más!
Entonces, rompí mi cúpula del pensamiento y fui a tu cuarto. No había ni un alma en esa habitación. En ese momento, volví a sentir lo que no sentía en mucho tiempo, felicidad; pero también seguridad de mí misma, es esa misma seguridad que caracterizan a las vírgenes. inocentes, inconscientes, de este mundo cruel.
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Editado: 31.10.2025