Con el peso de sus decisiones aún fresco en sus mentes, Tamara y Cass se encontraron en silencio junto a las víctimas de la guerra. El campamento de refugiados estaba lleno de personas heridas y desplazadas, cada una con historias de pérdida y sufrimiento grabadas en sus rostros.
Tamara ajustó su mochila médica sobre el hombro, sus ojos reflejando determinación mientras se dirigía hacia un anciano que necesitaba atención urgente. Cass la observó por un momento, admirando su dedicación inquebrantable incluso después de todo lo que habían pasado juntos.
—Tamara —la llamó suavemente, acercándose a su lado.
Ella lo miró con una mezcla de cansancio y determinación en sus ojos.
—Cass, sabes que podríamos ir a cualquier lugar, a cualquier tiempo... —comenzó ella, pero él la interrumpió con un gesto suave.
—Sé lo que estás pensando —dijo con una sonrisa triste—. Pero esto es lo correcto. Ayudar aquí y ahora es nuestra misión.
Tamara asintió, sabiendo que Cass tenía razón. Juntos, habían aprendido que su habilidad para manipular el tiempo no era solo una herramienta para su propio beneficio, sino una responsabilidad hacia aquellos que necesitaban su ayuda en el presente.
Trabajaron incansablemente durante días y noches, atendiendo a los heridos, distribuyendo suministros y reconstruyendo lo que podían. Cada vida salvada, cada sonrisa de agradecimiento les recordaba por qué habían elegido seguir adelante, a pesar de los sacrificios personales que implicaba.
El sonido ensordecedor de las sirenas rompió el silencio de la noche tranquila. Tamara y Cass, agotados pero alerta, corrieron hacia el lugar donde las luces parpadeantes de las ambulancias iluminaban la escena. Un hombre yacía en el suelo, rodeado por un grupo de personas que murmuraban con preocupación.
Tamara se arrodilló junto al hombre, evaluando rápidamente la situación.
—Cass, necesito tu ayuda —dijo con voz firme, señalando la mochila médica que había dejado a un lado.
Cass asintió y se acercó, comenzando a organizar los suministros mientras Tamara revisaba las constantes vitales del paciente. El hombre jadeaba con dificultad, su rostro pálido y sudoroso reflejaba el dolor agudo que sentía.
—Tenemos que estabilizarlo —murmuró Tamara para sí misma, mientras comenzaba a administrar oxígeno y a conectar un desfibrilador.
La tensión en el aire era palpable, cada segundo contando mientras trabajaban contrarreloj para salvar una vida.
De repente, el ritmo cardíaco del hombre comenzó a debilitarse aún más. Tamara intercambió una mirada rápida con Cass, ambos compartiendo el mismo entendimiento urgente.
—Vamos, amigo, quédate con nosotros —murmuró ella, aplicando las compresiones torácicas con precisión.
Los minutos se arrastraron como horas, el equipo médico trabajaba en sincronía mientras el corazón del hombre luchaba por mantenerse en marcha. Finalmente, un débil pulso hizo eco en el monitor, provocando un suspiro colectivo de alivio en el equipo.
Tamara retiró la mascarilla de oxígeno, observando con atención mientras el hombre respiraba profundamente, sus ojos se abrían lentamente con confusión.
—Estás bien —le dijo con voz suave, mientras ayudaba al hombre a incorporarse—. Estás en buenas manos ahora.
Cass miró a Tamara con una sonrisa cansada pero satisfecha, reconociendo silenciosamente su habilidad y coraje en momentos de crisis. Juntos, habían superado otra emergencia médica, recordándoles el poder de la perseverancia y la compasión en su trabajo.
El bullicio del parque se interrumpió abruptamente por un grito agudo y desesperado. Un niño pequeño corría alegremente, sus risas llenando el aire, cuando de repente tropezó y cayó. El terror se apoderó de los presentes al ver cómo el pequeño desapareció en el mismo pozo profundo del que Tamara había sido rescatada días atrás.
Castiel y Tammy, que estaban cerca, intercambiaron una mirada de horror antes de actuar instintivamente. Corrieron hacia el borde del pozo, sus corazones latiendo con una mezcla de temor y determinación. El eco del llanto del niño resonaba desde las profundidades, intensificando la urgencia de su situación.
—¡Tamara, necesitamos bajar rápidamente! —gritó Castiel, agarrando la cuerda que habían usado para salvar a otro niño anteriormente.
Tamara asintió con decisión, sintiendo la adrenalina correr por sus venas mientras se preparaban para el rescate.
Con movimientos rápidos y precisos, aseguraron la cuerda alrededor de ellos y descendieron con cuidado por el estrecho agujero. La oscuridad envolvía el pozo, pero la luz del día se filtraba débilmente desde arriba, iluminando apenas suficiente para ver al niño acurrucado en un rincón, temblando de miedo.
—Tranquilo, estamos aquí para ayudarte —susurró Tamara con voz suave pero firme, extendiendo las manos con cuidado hacia el niño.
El pequeño, con lágrimas en los ojos, se aferró a ella con fuerza, confiando en estos extraños que habían venido a rescatarlo.
Castiel y Tammy trabajaron en perfecta armonía, izando al niño con cuidado por la cuerda mientras mantenían la calma en medio de la urgencia. Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad, pero finalmente, el niño emergió sano y salvo, recibido por los brazos ansiosos de sus padres que habían llegado corriendo.
El alivio inundó a Castiel y Tammy mientras subían, sus corazones todavía latiendo fuertemente por la intensidad del momento. Se miraron el uno al otro con una sonrisa cansada pero reconfortada, sabiendo que habían vuelto a marcar la diferencia en la vida de alguien más.
El parque, que apenas unos minutos antes estaba lleno de risas y juegos, se había transformado en un escenario de rescate y redención. Castiel y Tammy, entre abrazos de gratitud y palabras de alivio, sabían que este día permanecería grabado en sus corazones como una prueba del poder del coraje y la compasión.
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Editado: 23.05.2025