El atardecer teñía el cielo con tonos dorados mientras Cass caminaba por las tranquilas calles de su ciudad. Sus pasos lo llevaron por el camino familiar hacia el parque, donde el árbol de jacaranda se alzaba majestuoso en la brisa suave de la tarde. Al acercarse, una sensación familiar de calidez y nostalgia lo envolvió.
Cass se detuvo frente al árbol, sintiendo la corteza rugosa bajo sus dedos mientras acariciaba suavemente el tronco. Aunque los años habían pasado desde su última visita, el árbol parecía estar igual que siempre, como si el tiempo no hubiera tocado su esencia.
Cerró los ojos un momento y dejó que sus pensamientos se perdieran en recuerdos de tiempos más simples, cuando los días eran largos y llenos de posibilidades. Recordó cómo solía sentarse bajo la sombra fresca del jacarandá con Rubby, compartiendo risas y sueños.
Una ráfaga de viento susurró entre las hojas, como un eco del pasado que llamaba su atención. Cass frunció el ceño levemente, sintiendo una corriente de energía que parecía emanar del árbol mismo. Era como si el jacarandá guardara secretos antiguos, esperando ser descubiertos.
Cass permaneció frente al majestuoso jacarandá, sus dedos aún acariciando su corteza rugosa. Una sensación inexplicable de conexión llenaba el aire, como si el árbol estuviera tratando de transmitirle algo más que recuerdos.
El viento susurraba entre las hojas con una cadencia casi musical, como si el jacarandá intentara comunicarse en un lenguaje ancestral y silencioso. Cass sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras observaba las ramas mecerse suavemente.
—¿Estás tratando de decirme algo? —murmuró Cass con voz apenas audible, su mirada fija en las ramas que se movían con gracia bajo el crepúsculo.
Casi como respuesta, una leve brisa acarició su rostro, reconfortándolo con una sensación de paz.
Entonces, una idea comenzó a formarse en su mente, como un eco de pensamiento compartido.
—Estás bien —pensó Cass, dejando que la idea se asentara con fuerza—. Puedes seguir vivo.
El jacarandá pareció susurrar en respuesta, sus hojas brillando con una luz violeta mientras la energía del árbol parecía vibrar en armonía con sus propios latidos. Cass cerró los ojos un momento, sintiendo la certeza crecer dentro de él.
—Gracias —susurró finalmente, una sonrisa suave curvando sus labios—. Gracias por estar aquí, por recordarme que la vida sigue, que la esperanza no se desvanece.
El silencio del atardecer envolvió al jacarandá y a Cass en un abrazo de entendimiento mutuo. La conexión entre ellos era ahora más profunda, una afirmación de que la vida, en todas sus formas, persiste y se renueva.
—¿Todavía estás ahí? —murmuró Cass en voz baja, más para sí mismo que para el árbol.
La respuesta llegó en forma de un leve temblor en las ramas, como si el árbol respondiera a su presencia con un murmullo apenas perceptible.
Una sensación de misterio se apoderó de Cass, mezclada con un toque de emoción y curiosidad. ¿Qué significaba este vínculo persistente con el árbol? ¿Podría ser que el jacarandá guardara más que simples recuerdos en sus raíces?
Decidió quedarse un poco más, permitiendo que la magia del momento lo envolviera. Mientras la luz del día se desvanecía lentamente, Cass sintió que el árbol de jacaranda no solo era testigo de su pasado, sino también un guardián silencioso de historias no contadas y promesas por cumplir.
Con un suspiro de reverencia, Cass se alejó del jacarandá, llevándose consigo la certeza de que este encuentro había marcado un punto de inflexión en su vida. Había más por descubrir, más por entender sobre su conexión con el árbol y el destino que parecía entrelazado con el suyo.
Cass caminaba por el bullicioso centro de la ciudad, su mente aún absorta en el misterio del jacarandá, cuando de repente vio a Tamara aparecer entre la multitud. Su corazón se contrajo al verla, su ropa y manos cubiertas de manchas de sangre fresca.
—Tamara —exclamó Cass, apresurándose hacia ella con preocupación en los ojos—. ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
Tamara levantó la mirada hacia él, su rostro pálido pero sereno.
—Acabo de ayudar a una mujer a dar a luz —respondió con voz entrecortada, la emoción aún palpable en sus palabras.
Cass se quedó sin palabras por un momento, asombrado por la valentía y la dedicación de Tamara. Sabía que ella no dudaría en intervenir en cualquier situación de emergencia, pero verla en ese estado le recordó la profundidad de su compromiso con los demás.
—¿Cómo estás? —preguntó Cass suavemente, preocupado por el bienestar físico y emocional de Tamara.
Ella le sonrió débilmente, una mezcla de cansancio y satisfacción en sus ojos.
—Estoy bien. La mujer y el bebé están bien. Eso es lo que importa.
Cass asintió, sintiendo un nudo en la garganta mientras admiraba a Tamara por su fortaleza y compasión. Juntos, caminaron en silencio hacia un banco cercano, donde Tamara podría descansar un momento y recuperarse.
En ese instante, Cass se sintió aún más cerca de Tamara, no solo como compañero de aventuras temporales, sino como alguien cuya dedicación desinteresada tocaba profundamente su corazón. Sabía que este día, y lo que había presenciado en ella, marcaría una nueva profundidad en su conexión mutua y en su sentido de propósito compartido.
La luz del amanecer pintaba el cielo con tonos suaves y cálidos cuando Castiel encontró a Tammy sentada en el mismo banco donde la había dejado descansando. Ella parecía perdida en sus pensamientos, con los ojos fijos en el horizonte distante.
—Tammy —dijo Cass con voz suave pero cargada de emoción mientras se acercaba a ella—. Necesito contarte algo.
Tammy levantó la mirada hacia él, su rostro mostrando curiosidad y anticipación.
—¿Qué pasa, Cass? —preguntó, notando la intensidad en su expresión.
Él se sentó a su lado, inhalando profundamente antes de comenzar a relatar su encuentro con el jacarandá la noche anterior. Describió la sensación de conexión, el susurro del viento entre las hojas, y cómo sintió que el árbol intentaba comunicarle algo importante.
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Editado: 23.05.2025