El mundo pareció detenerse mientras Tamara se arrodillaba junto al cuerpo de Lydia, su mente luchando por aceptar lo que acababa de ocurrir. La rama que Lydia se había clavado estaba empapada en sangre, pero Tamara se negó a rendirse. Con manos temblorosas y un corazón lleno de desesperación, comenzó a intentar revivir a su amiga.
—¡Lydia, por favor! ¡No te vayas! —gritó, presionando sobre la herida para detener el sangrado.
Tamara no tenía entrenamiento médico, pero su determinación superaba su falta de conocimiento. Cada segundo que pasaba parecía una eternidad mientras continuaba con sus esfuerzos.
Para su asombro y alivio, Lydia comenzó a moverse ligeramente, emitiendo un gemido bajo. Sus ojos se abrieron lentamente, llenos de dolor pero también de conciencia.
—Tamara... —susurró Lydia, su voz apenas audible—. ¿Por qué...?
Tamara sintió una mezcla de alivio y angustia.
—Lydia, estás viva. No te dejaré ir —dijo, lágrimas de alivio y miedo rodando por sus mejillas—. Voy a ayudarte, vamos a salir de esto juntas.
Pero Lydia negó con la cabeza, sus ojos llenos de una tristeza profunda.
—No, Tamara. No quiero seguir. No puedo seguir —dijo, su voz quebrándose con cada palabra—. Por favor, acaba con mi sufrimiento. Déjame ir.
Tamara se quedó paralizada, su corazón latiendo con fuerza mientras trataba de procesar las palabras de Lydia.
—No puedo hacer eso. No puedo perderte —respondió, su voz llena de una mezcla de amor y desesperación—. Tenemos que seguir adelante. Juntas.
—Tamara, no entiendes —dijo Lydia, su mirada fija en la de Tamara—. El dolor... es insoportable. Cada segundo es una tortura. Necesito que me dejes ir. Te lo suplico.
La lucha interna de Tamara era evidente en su rostro. El amor por su amiga chocaba con la moralidad de concederle su petición.
—Lydia, no puedo. No puedo hacer eso —dijo finalmente, su voz rota.
Lydia extendió una mano débilmente y tomó la de Tamara.
—Eres la única en quien confío para hacer esto —dijo, sus ojos llenos de lágrimas—. Por favor, Tamara. No puedo soportar más.
El silencio que siguió fue denso y cargado de dolor. Tamara sabía que cualquier decisión que tomara cambiaría sus vidas para siempre. Las lágrimas caían libremente mientras sostenía la mano de Lydia, sintiendo el peso de la petición de su amiga como una carga insoportable.
—Lo siento, Lydia —susurró Tamara finalmente, su voz apenas un susurro—. No puedo hacerlo.
Lydia cerró los ojos, una mezcla de resignación y comprensión en su expresión.
—Entonces, solo quédate conmigo, por favor —dijo, su voz apenas audible—. Solo quédate.
Tamara asintió, su corazón roto pero decidido.
—Siempre estaré contigo —prometió, abrazándola con ternura—. No importa lo que pase.
El amanecer continuaba su avance, trayendo consigo una nueva carga de desafíos y decisiones. Pero en ese momento, en medio de la devastación, Tamara y Lydia encontraron un pequeño refugio en su compañía mutua, aún sin saber qué les depararía el futuro.
El mundo pareció detenerse mientras Tamara se arrodillaba junto al cuerpo de Lydia, su mente luchando por aceptar lo que acababa de ocurrir. La rama que Lydia se había clavado estaba empapada en sangre, pero Tamara se negó a rendirse. Con manos temblorosas y un corazón lleno de desesperación, comenzó a intentar revivir a su amiga.
—¡Lydia, por favor! ¡No te vayas! —gritó, presionando sobre la herida para detener el sangrado.
Tamara no tenía entrenamiento médico, pero su determinación superaba su falta de conocimiento. Cada segundo que pasaba parecía una eternidad mientras continuaba con sus esfuerzos.
Para su asombro y alivio, Lydia comenzó a moverse ligeramente, emitiendo un gemido bajo. Sus ojos se abrieron lentamente, llenos de dolor pero también de conciencia.
—Tamara... —susurró Lydia, su voz apenas audible—. ¿Por qué...?
Tamara sintió una mezcla de alivio y angustia.
—Lydia, estás viva. No te dejaré ir —dijo, lágrimas de alivio y miedo rodando por sus mejillas—. Voy a ayudarte, vamos a salir de esto juntas.
Pero Lydia negó con la cabeza, sus ojos llenos de una tristeza profunda.
—No, Tamara. No quiero seguir. No puedo seguir —dijo, su voz quebrándose con cada palabra—. Por favor, acaba con mi sufrimiento. Déjame ir.
Tamara se quedó paralizada, su corazón latiendo con fuerza mientras trataba de procesar las palabras de Lydia.
—No puedo hacer eso. No puedo perderte —respondió, su voz llena de una mezcla de amor y desesperación—. Tenemos que seguir adelante. Juntas.
—Tamara, no entiendes —dijo Lydia, su mirada fija en la de Tamara—. El dolor... es insoportable. Cada segundo es una tortura. Necesito que me dejes ir. Te lo suplico.
La lucha interna de Tamara era evidente en su rostro. El amor por su amiga chocaba con la moralidad de concederle su petición.
—Lydia, no puedo. No puedo hacer eso —dijo finalmente, su voz rota.
Lydia extendió una mano débilmente y tomó la de Tamara.
—Eres la única en quien confío para hacer esto, ya te lo he dicho, por favor... —dijo, sus ojos llenos de lágrimas—. Por favor, Tamara. No puedo soportar más.
El silencio que siguió fue denso y cargado de dolor. Tamara sabía que cualquier decisión que tomara cambiaría sus vidas para siempre. Las lágrimas caían libremente mientras sostenía la mano de Lydia, sintiendo el peso de la petición de su amiga como una carga insoportable.
Tamara empezó a ver cómo Lydia sufría. Sufría, sufría y sufría. El dolor era inevitable. Así que Tamara se apiadó y decidió hacerlo. Le sostuvo la mano, cerró los ojos y le susurró al oído:
—Tú te irás con mi hermano al gran cielo azul y allí verás a todos los que un día perdiste. Y volverás a ser feliz, sin dolor y sin sufrimiento.
Con un profundo suspiro, Lydia cerró los ojos, una expresión de paz cubriendo su rostro mientras Tamara le concedía el descanso que tanto anhelaba. El mundo alrededor de Tamara se volvió un eco lejano mientras sostenía la mano de su amiga, sintiendo cómo la vida se desvanecía lentamente de su cuerpo.
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Editado: 28.05.2025