4) Olvido

Capítulo 13: El ataque inesperado

El dolor rasgaba el cuerpo de Tamara mientras yacía en el suelo, rodeada por la oscuridad de la noche. Había sido un día largo y agotador desde que reveló la trágica noticia a la familia de Lydia. Pero lo que no esperaba era la furia desatada de los hijos de Lydia.

—¡Eres responsable de la muerte de nuestra madre! —gritó uno de los hijos, con los ojos llenos de ira mientras se lanzaba hacia Tamara.

Otros dos hijos lo siguieron, cada uno con expresiones de dolor y venganza.

Tamara intentó defenderse, pero estaba superada en número y herida de gravedad. Golpes y patadas llovían sobre ella, dejándola débil y ensangrentada. Sabía que no podía luchar mucho más tiempo, pero se aferró a la esperanza de sobrevivir.

En medio de la agonía y el desespero, Tamara escuchó un grito distante que parecía llegar desde otra dimensión. Era un grito de furia y determinación, un grito que despertó una chispa de esperanza en su corazón dolorido.

—¡Deténganse! —resonó una voz firme y autoritaria—. ¡Basta!

Los hijos de Lydia se detuvieron en seco, girando hacia la nueva figura que aparecía en la penumbra. Eran dos hombres, altos y robustos, con miradas que podían perforar el alma. Eran los hermanos Winchester, conocidos por su valentía y sentido de la justicia en tiempos difíciles.

—¿Quiénes son ustedes para intervenir en nuestros asuntos familiares? —espetó uno de los hijos de Lydia, su tono lleno de resentimiento.

—Nosotros somos quienes protegemos a los inocentes de la injusticia y el dolor innecesario —respondió uno de los hermanos Winchester con calma, pero con una intensidad palpable en su voz.

Con movimientos rápidos y precisos, los hermanos Winchester separaron a los hijos de Lydia de Tamara. Los llevaron a un lado mientras el otro se acercaba a Tamara, evaluando rápidamente sus heridas.

—Vamos a llevarte a un lugar seguro. Necesitas atención médica urgente —dijo el otro hermano, su voz resonando con preocupación genuina.

Tamara apenas podía hablar, pero asintió débilmente mientras los hermanos Winchester la levantaban con cuidado y la llevaban hacia un refugio cercano. La oscuridad parecía disiparse lentamente mientras se sentía envuelta por la seguridad que los hermanos Winchester proporcionaban.

El camino hacia la recuperación sería largo y difícil, pero en ese momento, Tamara supo que no estaba sola. Los hermanos Winchester habían llegado a su rescate, trayendo consigo una luz de esperanza en medio de la oscuridad y el dolor.

Tamara yacía en brazos de los hermanos Winchester, su cuerpo temblando de dolor mientras luchaba por mantenerse consciente. Cada respiración era un esfuerzo agotador, cada latido del corazón resonaba con el eco de su sufrimiento. En un momento de agonía intensa, su cabeza se inclinó ligeramente hacia adelante, un gesto débil pero significativo de asentimiento.

Dean notó el movimiento y miró a Sam con una expresión de determinación.

—Voy a ir a buscar a Cass —declaró con voz firme.

Sabía que el ángel sería la mejor esperanza de Tamara en ese momento desesperado.

Sin perder un segundo, Dean se apartó de Sam y Tamara, corriendo a través de las sombras que envolvían el paisaje desolado. Cada paso era un latido acelerado de anticipación y ansiedad. Sabía que el tiempo era crucial y que cada segundo perdido podría significar la diferencia entre la vida y la muerte.

—¡Cass! —gritó Dean en la oscuridad, su voz resonando con urgencia mientras buscaba al ángel que había sido su aliado y amigo en tantas batallas.

Sus pasos resonaban en el silencio de la noche, cada vez más determinado a encontrar a Castiel.

El tiempo parecía estirarse en un suspenso angustiante mientras Dean corría, su mente inundada de pensamientos y preocupaciones por Tamara. Sabía que no podía permitirse fracasar en esta misión. Tenía que encontrar a Castiel, traerlo de vuelta y confiar en que el ángel pudiera ofrecer la ayuda que Tamara tanto necesitaba.

Dean corría a través de las calles desoladas, buscando frenéticamente a Castiel entre las sombras que se alargaban. Finalmente, divisó al ángel entre un grupo de supervivientes, ayudando a cargar provisiones en un carro improvisado.

—¡Cass! —gritó Dean, su voz resonando con urgencia mientras se abría paso hacia él. Al llegar, agarró el hombro de Castiel y lo zarandeó con fuerza—. ¡Cass! ¡Cass! ¡Cass! ¡Es Tamara! ¡Tamara está herida!

El ángel miró a Dean con ojos llenos de preocupación y sorpresa.

—Dean, ¿qué ha pasado? —preguntó Castiel, su voz grave y calmada en contraste con la angustia visible en los ojos del cazador.

Dean respiraba agitadamente por la carrera desesperada.

—Los hijos de Lydia... la atacaron. Está gravemente herida, Cass. Necesitamos tu ayuda.

Sin esperar más, Dean miró a Castiel, rogando silenciosamente por una respuesta que ofreciera esperanza en medio del caos y la desesperación.

Dean agarró a Castiel del hombro, su respiración entrecortada por el esfuerzo y la angustia.

—¡Los hijos de Lydia la atacaron! Está gravemente herida —exclamó, mirando desesperadamente a los ojos azules del ángel.

Castiel frunció el ceño, confundido por el nombre que Dean mencionaba.

—¿Lydia? ¿Los hijos? —repitió Castiel, tratando de entender la situación mientras las piezas comenzaban a encajar lentamente en su mente.

Dean apretó los puños, la urgencia palpable en cada gesto.

—Lydia Maschachusetts y su gente han osado atacar a Tamara. ¡Malditos desertores ingratos! —exclamó Dean, su voz llena de furia contenida mientras recordaba el nombre de la familia de Lydia.

Castiel asintió con gravedad, entendiendo la gravedad de la situación.

—Entiendo. Vamos, Dean. Llévame donde está Tamara. Haré todo lo que esté a mi alcance para ayudarla —respondió el ángel con determinación, listo para enfrentar cualquier desafío para proteger a aquellos que Dean consideraba familia.




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