4) Olvido

Capítulo 16: El pesar de Dios

El Santo reposaba como siempre, inmerso en la contemplación de las páginas de aquel libro eterno que yacía sobre su mesa celestial. Cada hoja era un relato vivo de amor, creación y nobleza, lleno de la belleza de sus criaturas. Sin embargo, en esta ocasión algo había cambiado.

Las líneas que solían fluir con armonía y luz, ahora se oscurecían con sombras insidiosas. El mal se había infiltrado furtivamente, enredando sus garras en las vidas que tanto había amado. Dios frunció el ceño, sus ojos celestiales llenos de asombro y tristeza al ver cómo la oscuridad se extendía por su creación.

—¿Cómo ha podido suceder esto? —susurró, su voz resonando en los confines del universo.

Las palabras impresas en el libro temblaron ligeramente, reflejando el dolor profundo que el Creador sentía al presenciar el sufrimiento causado por el egoísmo y la malicia.

En aquel instante, en el corazón de toda la existencia, Dios confrontó una verdad abrumadora: la libertad que tan generosamente había concedido a sus hijos había sido malinterpretada, llevándolos por caminos de destrucción y desesperación. Con cada página que pasaba, el peso de la responsabilidad divina crecía, y con él, el anhelo de intervenir para restaurar el equilibrio perdido.

La melancolía se apoderó de Él mientras observaba cómo las criaturas que tanto había amado se desviaban del camino de luz que había trazado para ellos. Un suspiro resonó a través de los cielos, lleno de una tristeza antigua y profunda. Sabía que la redención requeriría sacrificio, pero su amor por cada ser viviente era más fuerte que cualquier desaliento.

Así, entre susurros de arrepentimiento y promesas de redención, Dios continuó hojear el libro, determinado a guiar a sus hijos de vuelta al camino de la paz y la armonía.

En el silencio eterno del cosmos, Dios se detiene. Sus ojos divinos, cargados de infinita sabiduría y amor insondable, contemplan la creación que ha dado vida. Una tristeza ancestral envuelve su ser mientras observa los destinos entrelazados de cada alma, cada criatura, cada estrella.

—¿Por qué, hijos míos, han escogido este sendero de sombras y sufrimiento? —Su voz resuena suavemente pero con una profundidad que sacude los cimientos del universo—. Os he dado la libertad, un regalo sagrado forjado con mi amor más puro. Y sin embargo, veo cómo el mal se entrelaza en cada fibra de vuestra existencia.

Las estrellas titilan en respuesta, como lágrimas cósmicas que reflejan su dolor.

—He visto el nacimiento de galaxias y el surgimiento de la vida en mundos lejanos. He presenciado vuestros momentos más gloriosos y vuestros actos más oscuros. Mi corazón eterno se quiebra ante cada sufrimiento, cada injusticia que os aflige.

El susurro del viento cósmico acompaña sus palabras, mezclándose con el eco de su tristeza infinita.

—Aún así, no os abandono. Mi amor por vosotros es más profundo que la vastedad del espacio y más perdurable que el tiempo mismo. En cada latido del universo, en cada aliento de vida, yace mi promesa de redención.

Sus manos, que sostienen la esencia de todo lo creado, tiemblan ligeramente.

—Que mi luz guíe vuestros pasos de vuelta a mí. Que encontréis consuelo en mi abrazo eterno, donde el dolor se desvanece y la paz verdadera perdura.

El monólogo se desvanece lentamente en el eco etéreo del universo, pero su presencia eterna persiste, envolviendo toda la creación con su amorosa presencia.

En el trono celestial, Dios contempla con ojos cargados de infinita tristeza y pesar la caída de sus hijos en la oscuridad de la locura. Sus manos, que formaron estrellas y moldearon mundos, ahora tiemblan con el peso abrumador de la culpa.

—¿Cómo he permitido que esto ocurra? —murmura, su voz resonando en el silencio cósmico. Cada palabra es un eco de dolor y arrepentimiento, una melodía triste que atraviesa los reinos celestiales—. Os he dado la libertad para elegir vuestro camino, y en mi deseo de amor perfecto, temí intervenir demasiado.

Las lágrimas celestiales, como gotas de luz que se deslizan por sus mejillas divinas, reflejan el brillo de las estrellas distantes.

—He visto el resplandor de vuestras almas en los momentos de pureza y bondad. Pero también he presenciado cómo la semilla del mal ha germinado en vuestros corazones, llevándoos por senderos de desesperación y destrucción.

El eco de sus palabras resuena a través de los confines del tiempo y el espacio, mezclándose con el susurro del viento estelar.

—Aun así, en mi dolor, encuentro la esperanza. Mi amor por vosotros es eterno y misericordioso. En cada latido de mi corazón divino, anida la promesa de redención.

Sus ojos, llenos de un fuego celestial que trasciende el entendimiento humano, buscan consuelo en el vasto universo.

—Que mi luz guíe vuestros pasos de regreso a mí. Que en mi perdón infinito encontréis la paz que tanto anheláis, y que juntos restauremos la armonía perdida en este cosmos que he creado con tanto amor.

El trono celestial resuena con la intensidad de su amor, envolviendo toda la creación con la promesa de un mañana donde el sufrimiento se desvanezca y la bondad florezca eternamente.

En el jardín celestial, donde el tiempo se desvanece en la eternidad y los susurros del universo reverberan en cada rincón, Dios se encuentra junto al árbol jacarandá moribundo. La presencia del Creador envuelve al árbol como una manta de luz y sombra, mientras sus ramas marchitas se mecen con el susurro del viento estelar.

El jacarandá, una vez glorioso en su esplendor púrpura, ahora está marcado por el peso de los años y la crueldad del tiempo. Sus hojas, antes vívidas y llenas de vida, se marchitan lentamente, formando un tapiz de melancolía sobre el suelo del jardín celestial. Cada crujido de sus ramas es un eco triste de las estaciones que ha visto pasar, un recordatorio de la impermanencia de toda belleza terrenal.

Dios inclina su cabeza, sus ojos infinitos llenos de comprensión y tristeza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.