4) Olvido

Capítulo 18: El pasado

En la quietud serena de aquel parque apocalíptico, el Jacarandá se erguía majestuoso como testigo silencioso de las conversaciones que se tejían bajo su sombra protectora. Castiel, con el peso del destino de Luke sobre sus hombros angelicales, buscaba respuestas en el susurro del viento que acariciaba las hojas del antiguo árbol. Cada ráfaga parecía llevar consigo la sabiduría del cosmos, pero también la tristeza por los caminos inescrutables del destino.

La presencia de Dios llenó el espacio con una luz que parecía contener las historias del universo entero.

—Castiel —resonó la voz divina, su tono impregnado de una tristeza profunda y una sabiduría infinita—, después de que Luke cumpla con su misión y realice su sacrificio honorable, su existencia en el plano terrenal llegará a su fin.

Las palabras de Dios cayeron como gotas de lluvia sobre el alma de Castiel. Había visto la lucha interna de Luke, el hijo de Lucifer, cuyo corazón había sido un campo de batalla entre la oscuridad de su linaje y la chispa de humanidad que aún ardía en su ser. La certeza de su inevitable destino ahora pesaba como una losa sobre el ángel, mezclando una profunda tristeza con un respeto reverencial por el sacrificio que estaba por venir.

Con un suspiro cargado de emociones, Castiel se acercó más al Jacarandá, su mano encontrando consuelo en la textura áspera de su corteza.

—Señor —comenzó con voz temblorosa pero firme una vez más para recordarle—, la idea de la pérdida de Luke, a pesar de su linaje, pesa sobre mí como una carga insuperable. ¿Cómo puedo aceptar su destino con la dignidad y el honor que merece?

El viento en los jardines del Edén pareció susurrar en respuesta, llevando consigo la promesa silenciosa de que cada vida tenía un propósito divino, incluso aquellas que enfrentaban el desafío más oscuro.

—Bajo la luz de mi guía —continuó Dios con una ternura que trascendía el tiempo y el espacio una vez más la misma respuesta se le fue dada—, Luke encontrará su camino hacia la eternidad. Su sacrificio será un testimonio de amor y redención, una luz en la oscuridad que guiará a otros hacia la verdad y la redención.

Castiel asintió en silenciosa aceptación, sintiendo la presión de la responsabilidad y la gravedad del destino de Luke. En ese momento, en la quietud del jardín celestial, se permitió sentir la melancolía que lo embargaba, una mezcla de dolor por la inevitable pérdida y gratitud por haber conocido a aquel cuya vida había tocado tan profundamente.

A medida que la conversación entre Dios y Castiel se desarrollaba, Tamara, la vigilante de los jardines del Edén, caminaba con pasos silenciosos entre las filas de árboles frutales cercanos. Sus ojos oscuros y profundos, llenos de la sabiduría de los siglos, captaron la presencia de la luminosidad celestial que emanaba de la reunión bajo el árbol sagrado. Intrigada por la intensidad de las emociones que se filtraban en el aire, siguió la corriente del viento hasta llegar a la periferia de los jardines, donde el Jacarandá se erguía majestuoso.

Las palabras de Dios y Castiel llegaron a ella como ecos distantes de un tiempo inmemorial, resonando en su propia experiencia como guardiana y observadora de las vicisitudes del cielo y la tierra. Conocía a Luke, había visto su lucha y su humanidad, y el anuncio de su destino la llenó de una mezcla de tristeza y respeto por el sacrificio que se avecinaba.

Tamara escuchó en silencio, sintiendo el nudo en la garganta que acompañaba a las palabras del ángel. La magnitud de la tragedia y la nobleza del sacrificio resonaron en su propio ser, recordándole la fragilidad y la grandeza del alma humana incluso en los rincones más oscuros del cosmos.

No deseaban que Luke dijera adiós por algo como eso. Necesitaban que su partida tuviera una muy buena razón o se quedarían mal con ellos mismos.

El viento, cómplice silencioso de las conversaciones celestiales, llevaba consigo el peso de la verdad revelada y la promesa de un futuro incierto pero lleno de propósito divino.

En el borde de los jardines del Edén, bajo la sombra protectora del Jacarandá, Tamara permaneció en silencio, sintiendo la melancolía que envolvía el lugar. Sabía que el sacrificio de Luke resonaría a través de los tiempos, recordándole la fragilidad y la nobleza del alma humana, incluso en los rincones más oscuros del cosmos.

Con un suspiro profundo, Tamara se retiró de la escena sagrada, llevando consigo las palabras de Dios y Castiel en su corazón, y la certeza de que el destino de Luke, aunque marcado por la tragedia, sería un faro de esperanza y redención en la eternidad que se extendía ante ellos.

Luego de que Castiel se haya marchado del jardín, Tamara decidió regresar. Bajo la sombra serena y acogedora del Jacarandá, Tamara se encontraba inmóvil, con el corazón pesado por las revelaciones que acababa de escuchar. Cada palabra resonaba en su mente como un eco de incertidumbre y dolor, tejiendo una red de destinos entrelazados que amenazaban con desmoronarse ante sus ojos.

El viento susurraba suavemente entre las hojas del antiguo árbol, como si llevara consigo la carga emocional de las palabras de Dios y Castiel. Luke, el hijo de Lucifer, destinado a desaparecer tras un sacrificio que resonaría a través de los cielos y la tierra. La imagen de su rostro, lleno de lucha y humanidad, se grabó en la mente de Tamara, quien sintió el peso de la pérdida aún antes de que su destino se cumpliera.

Pero no era solo Luke. Las predicciones de Dios sobre el futuro oscuro sacudieron los cimientos de su fe y su comprensión del divino. Su hermano, el Creador del Universo, pronosticando su propia caída hacia la maldad. ¿Cómo reconciliar la imagen de la divinidad con la inevitable oscuridad que se avecinaba? La incertidumbre sobre el destino de Castiel, su amado esposo, el ángel que había conocido la redención pero ahora enfrentaba la amenaza de regresar a las sombras de sus antiguos errores, la llenaba de una tristeza profunda.




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