El aire resonaba con la energía tumultuosa del conflicto celestial cuando Castiel, el guardián vigilante de las almas perdidas, cruzó el umbral del campo de batalla. Sus alas resplandecientes se agitaron con preocupación al observar el caos desatado por sus hermanas, Julieta y Ayra, cada una envuelta en una danza de luz y sombra que amenazaba con desgarrar el tejido mismo del cielo.
El corazón de Castiel se apretó al ver las heridas que marcaban los cuerpos etéreos de Julieta y Ayra, testimonios dolorosos de un conflicto que iba más allá de la carne celestial. Se acercó con paso rápido pero cuidadoso, su presencia divina proyectando una calma que contrastaba con la intensidad del enfrentamiento.
—¡Julieta, Ayra, detengan esto ahora mismo! —exclamó Castiel, su voz resonando con autoridad y preocupación mientras se interponía entre las hermanas—. Este conflicto debe terminar aquí.
Julieta, con el rostro contraído por el dolor de sus heridas, levantó la mirada hacia Castiel con un destello de reconocimiento y alivio en sus ojos.
—Castiel, hermano —murmuró Julieta, su voz apenas un susurro cargado de pesar—. No podemos... no podemos retroceder ahora.
Ayra, aunque visiblemente afectada por la herida en su frente, asintió con solemnidad.
—El equilibrio exige una elección, Castiel —añadió Ayra, su voz resonando con la misma determinación que había marcado su enfrentamiento con Julieta—. No podemos detenernos.
Castiel inhaló profundamente, su mirada alternando entre las hermanas con una mezcla de comprensión y desesperación.
—Entiendo vuestro deber, pero esto no puede continuar —dijo Castiel con firmeza, extendiendo una mano en un gesto de paz entre las hermanas en conflicto—. Debemos encontrar una solución que no implique más dolor y sufrimiento.
En ese momento, un nuevo personaje surgió de entre las sombras. Cell, el anciano sabio que había observado el conflicto desde las sombras, avanzó con paso decidido hacia el trío.
—Castiel tiene razón, hermanas —dijo Cell con una voz serena pero llena de autoridad—. Este enfrentamiento solo traerá más sufrimiento a nuestras almas y almas perdidas. Deben detener esto ahora mismo.
Julieta y Ayra intercambiaron miradas cargadas de indecisión y pesar. Sabían que las palabras de Cell eran verdaderas, pero el deber y la ambición aún ardían en sus corazones.
—Cell, tú no entiendes —dijo Ayra con un atisbo de frustración, su voz temblorosa por la intensidad del conflicto—. No podemos renunciar.
Antes de que pudieran continuar, un estallido de energía resonó en el aire cuando un ataque inesperado se lanzó desde la oscuridad hacia el grupo. Cell, con reflejos rápidos, se interpuso entre las hermanas y el ataque, absorbiendo el impacto con un gesto protector pero doloroso.
Un grito de dolor escapó de los labios de Cell mientras caía de rodillas, su forma etérea mostrando las cicatrices del ataque que había detenido.
—¡Cell! —exclamó Castiel, corriendo hacia su lado para ayudar al anciano sabio—. ¿Estás bien?
Cell asintió débilmente, su mirada encontrando la de Julieta y Ayra con una mezcla de dolor y compasión.
—Detengan esto, por favor —susurró Cell, su voz apenas un eco en el campo de batalla—. No permitan que la ambición oscurezca vuestro deber.
Las hermanas se miraron entre sí, su conflicto interior reflejado en sus ojos. El dolor y el sufrimiento de sus actos resonaban en cada fibra de su ser mientras contemplaban las palabras de Cell, una figura sabía y venerada entre los celestiales.
Y así, en un pacto silencioso y cargado de resignación, Julieta y Ayra bajaron sus armas, permitiendo que la paz celestial descendiera una vez más sobre el campo de batalla.
Dean había estado explorando el espeso bosque en busca de provisiones cuando el estruendo de la batalla celestial lo alcanzó. Con pasos rápidos y silenciosos, se acercó al claro donde se desplegaba la escena que desgarraba el velo entre el mundo terrenal y el divino. Julieta y Ayra, envueltas en una danza de energías opuestas, enfrentaban a Castiel y Cell, quienes intentaban desesperadamente detener el conflicto que amenazaba con consumirlos a todos.
—¡Castiel! —exclamó Dean al ver a su amigo salir herido por la locura de aquellas dos mujeres.
Pero las hermanas, cegadas por el deber y la ambición, apenas parecían escuchar. La intensidad de su confrontación no disminuía, y Dean comprendió que debía intervenir antes de que alguien resultara gravemente herido.
Con movimientos ágiles y decididos, Dean se interpuso entre Ayra y Castiel, utilizando su presencia imponente para detener el flujo de energía que se dirigía hacia el guardián celestial.
—¡Detenganse! —gritó Dean con voz firme, su mirada fija en Ayra—. No pueden dejar que esto continúe. Hay otras formas de resolver vuestro conflicto.
Ayra, con los ojos brillando con una mezcla de frustración y determinación, se detuvo por un momento. Dean aprovechó ese instante para acercarse más, asegurando que Castiel no fuera herido nuevamente en el fragor de la batalla.
Pero antes de que pudiera reaccionar completamente, Ayra se volvió hacia Dean, sus ojos ardientes de emoción reprimida. Agarró los hombros de Dean con una fuerza que sorprendió al guerrero terrenal, y le susurró algo al oído en un tono que vibraba con secretos y promesas ocultas.
Dean, aunque desconcertado por las palabras de Ayra, mantuvo su postura firme, enfrentando el desafío que representaba la energía intensa de la Arcángel de la Muerte.
Las palabras de Ayra resonaron en su mente mientras contemplaba la situación con una mezcla de preocupación y determinación. Sabía que el conflicto entre las hermanas no era solo una cuestión de deber divino, sino también de deseos y ambiciones que se entrelazaban en una danza peligrosa sobre la cual la balanza del destino aún no había decidido.
—Vendré por ti en algún momento, ya está escrita tu muerte. Un arcángel de la muerte se llevará tu alma, Winchester —susurró Ayra, sus palabras resonando como un eco ominoso en la mente de Dean.
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Editado: 28.05.2025