404 - Antología tecnocrática

La llamada

Pablo y Gustavo eran los más jóvenes de la oficina. Acostumbraban a almorzar juntos en el comedor de la empresa y conversar de todo un poco. Entre los temas habituales estaban sus opiniones de sus compañeros. Eran más descarados cuando estaban solos, producto de su insolencia y arrogancia, pero intentaban mantener las formas cuando compartían la gran mesa circular dónde cabían cómodos, hasta diez comensales.

Un mediodía, Pablo codeó a su compañero y señaló con el mentón a Alberto, un veterano que estaba más cerca del retiro que de un ascenso.

Todos los días, después de comer un modesto sándwich de pollo, el hombre sacaba su teléfono, mandaba un mensaje de texto y se alejaba. Los pocos que podían escucharlo, percibían el tono romántico de su conversación como algo meloso y por demás cariñoso. En aquella ocasión, Gustavo, incentivado por su secuaz, se apuró a seguirlo y espiar su llamada.

Una vez en la escalera de incendios, al resguardo de los curiosos, Alberto había recibido la llamada de rutina. El joven que lo siguió se quedó escondido detrás de la puerta escuchando todo.

- Buenos días mi amor – decía la voz de una mujer del otro lado de la línea.

- Buenos días cariño. ¿Cómo estás hoy?

- Bien. ¿Y tú?

- Extrañándote.

El joven contuvo una risa burlona. La mujer era demasiado formal y tenía voz de locutora. Seguramente el solitario anciano había pagado a alguien para hacerse pasar por su esposa o, peor aún, alguna muchachita oportunista se estaba aprovechando de él.

- Ya falta poco cariño. Dentro de poco estaremos juntos.  –respondió la elegante voz.

- Si, ya lo sé. No veo la hora mi amada.

Gustavo regresó a la mesa risueño. No podía esperar para contarle a su compinche de su travesura. Pero, cuando llegó, se dio cuenta que debía moderarse, su jefe se había sentado en la mesa circular y escucharía el relato.

- ¿Y? ¿Qué descubriste? –preguntó Pablo curioso.

- Jefe, ¿usted sabe si Alberto es casado? –indagó el muchacho intentando generar un preludio a su relato. De seguro el contexto lo volvería más patético.

- No se metan con Alberto –respondió secamente el hombre- Perdió a la mujer hace dos años. Nunca lo pudo superar. ¿Saben lo que hizo?- les dijo mientras se acercaba para confesarles un secreto que pocos conocían- La esposa era locutora. Había grabado unos fonemas para un sistema de lectura automático. El tipo fue a la empresa, les compró la aplicación y todas las grabaciones con el pedido explicito que nunca las usaran. Después le pagó a un programador para que ajustara el programa con una lista de frases armadas para que el robot lo llamara todos días, así podía seguir hablando con ella a diario, como lo hacía cuando estaba viva.

Los muchachos se quedaron pensativos, un poco espantados. El pobre hombre no podía superar la pérdida y había recurrido a un medio que sabía era una falacia, pero no tanto como para evitar mitigar su dolor.

En ese momento Gustavo tuvo un escalofrío al recordar una frase que había escuchado en la charla: “Dentro de poco estaremos juntos”.

 

FIN



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En el texto hay: tecnologia, suspenso, futurismo

Editado: 26.02.2022

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