¿Qué hace que una historia merezca ser contada?¿Sus personajes? ¿Sus héroes? Quiero creer que no todas las historias tienen un héroe. A veces no hay héroes. A veces, todo empieza con una mente perturbada… y nada más.
Despertó sin saber por qué.
La habitación era oscura.
El reloj digital brillaba en rojo.
4:50 a.m.
Diez minutos para algo.
No sabía para qué.
A su lado, Nora dormía.
Su respiración era tranquila.
Demasiado tranquila.
Alex se sentó en la cama.
Algo no encajaba.
Todo estaba… demasiado quieto.
La voz llegó, seca, fría, como un golpe.
—Tienes diez minutos para recordar.
¿Recordar? ¿Recordar qué?
Se levantó. El suelo estaba helado bajo sus pies.
Las luces de la calle entraban por la ventana, cruzando la habitación como cuchillas.
Pasó frente al espejo del pasillo.
Su reflejo lo observaba con miedo.
No… no era miedo.
Era dolor.
Abrió la puerta del cuarto.
El pasillo era más largo de lo normal.
Una fotografía yacía en el suelo.
Su boda.
Él y Nora. Sonriendo.
Pero había algo raro en su rostro.
Una grieta recorría el vidrio, justo sobre el rostro de ella.
—Tienes nueve minutos —dijo la voz.
No entiendo… ¿qué está pasando aquí?
Corrió al salón.
La televisión parpadeaba.
Ruido blanco. Imágenes borrosas.
Un reloj proyectado en la pantalla.
4:51 a.m.
En la imagen, él mismo aparecía.
Gritando.
Nora llorando.
Un disparo.
Sangre.
No. No puede ser.
Volvió al cuarto.
Nora ya no dormía.
¿Dónde estaba Nora?
Aunque, en el fondo, lo que realmente quería saber era quién era ella.
—¿Qué hiciste, Alex? —dijo otra voz.
Volteó.
Una mujer.
Era Nora.
¿O no?
El reloj parpadeó una vez más sobre la mesita de noche.
El sonido era más fuerte, casi
como un latido.
—Quedan ocho minutos —susurró la voz, ahora más cerca.
4:52 a.m.