47 Razones para Amarte (libro 1 de la Saga Razones)

Razón #2 - El Canto de La Pequeña Sirenita

El persistente sonido del marcador cardíaco era todo con lo que contaba dentro de esa horripilante oscuridad. El único indicativo que le confirmaba que estaba vivo, atrapado en un cuerpo que expiraba cada día más. Intentó abrir sus parpados, pero el dolor continuaba ahí, tan presente y desgarrante que temía hasta respirar y terminar de fragmentarse.

No quería verlos, esos coloridos tubos entrando y saliendo en diferentes trayectorias desde las profundidades de su carne magullada, rompiendo sus venas para así efectuar las acciones básicas que a él le era imposible realizar. Un espectáculo humano sin duda. Era sólo un muñeco de trapo, una marioneta a la que movían con hilos plásticos para permitirle subsistir dentro de aquella caja de juguetes, encubriendo con su inofensiva apariencia el sufrimiento que le producía estar postrado en una cama que lo consumía. Una pena que no podía seguir controlando. Ya no era apto para estar ahí, finalmente había rebasado su límite.

Hizo un repaso mental de todos los episodios importantes que armaban su corta vida. Suspiró casi al instante con derrota. Nueve años sí que no daban para tanto, ¿verdad? ¿En serio había tan poco? Quiso reír con un dejo de vacilación, pero sus músculos se sentían ahora mismo como una masa amorfa de gelatina que podía disgregarse por las baldosas si en un descuido hacia un movimiento mal calculado.

Se forzó en alejar el malestar generalizado, enfocándose mejor en evocar esas valiosas memorias que parecían brindarle una especie de bálsamo contra el dolor, un dulce y cálido anestésico emocional. Sólo tres hechos eran los que podía calificar como inolvidables. El primer balón de básquet que su madre le obsequió por su séptimo cumpleaños, el día que encontró a su querido y pelirrojo gato "Weasley", atrapado en uno de los matorrales del parque, y por supuesto, esa mañana de enero que vio sonreír a Hana, después de aplaudir la interpretación que le había ofrecido mientras cantaba con aquella voz que hacía despertar de forma vertiginosa a las traviesas mariposas de su estómago. Sintió una tibia lágrima rodar por su marcada mejilla al recordar a su adorable compañera de juegos.

"H-Hana"—musitó apagado desde lo hondo de su mente extrañándole más que nunca. Algo muy dentro se contrajo con pesadez estrujando su débil corazón con tal fuerza que temió perecer sin tener la oportunidad de verle nuevamente.

Lloró con amargura dentro de la nebulosa que le retenía por días en una lejana dimensión desconocida, pensando en la personita que le aguardaba fuera de esas paredes, lejos de todos esos doctores y enfermeras que no se cansaban de tocarle, experimentando, introduciendo y comprobando que los resientes medicamentos fueran los correctos para que así su organismo reaccionara. La fiebre lo tenía en la inconsciencia, o al menos eso era lo que creían, porque él podía escucharlos hablar con preocupación y aunque no lograra entender su complicado lenguaje, sí le fue posible oír con claridad lo dicho por su médico. Él les había comunicado a sus asistentes que este era su peor declive en más de dieciocho meses desde que toda esa horrible pesadilla había iniciado. Una recaída de la que dudaban fuese capaz de reponerse.

—Monitoreen sus signos vitales cada treinta minutos e infórmenme si ocurre cualquier cambio—ordenó el alto sujeto que le observaba desde la orilla de la cama, anotó algo en numerosas hojas y dándole una última mirada a su paciente entregó el expediente a una de las enfermeras para que cumplieran con lo solicitado—. Tienes que despertar Jason, no puedes darte por vencido cuando estas por ganar la batalla, si lo haces me molestaré, ¿entendiste? —Le reprendió con falsa ira denotándose la zozobra en sus maduras facciones, sacudió gentilmente sus cabellos y abandonó la habitación esterilizada.

 

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Horas después un funesto cansancio lo abordó de pronto, tan repentino que incluso la tensión torturante de sus miembros desapareció. Estaba por dejarse llevar por aquella relajante sensación y permitir que todo lo que tuviese que hacer en este mundo concluyera, cuando una maravillosa onda de calor lo arropó, alejándolo del frío, la tristeza, arrebatándolo de las tinieblas. Alguien lloraba, alguien proclamaba su nombre una y otra vez entre las lágrimas a la vez que rogaba para que abrieran la puerta sellada por seguridad.

—¡Jason!, ¡Jason! —gritaron en un desesperado llanto desde el pasillo provocando que la durmiente maquinaria que le conectaba sobresaltara al par de enfermeras que estaban a su cargo, retornando a la vida en un ensordecedor "bip-bip"—. ¡Prometiste ser fuerte! —le dijo la niña que restregaba su mano por su rostro para retirar las tibias gotas que escurrían desde sus ardorosos ojos azules, abandonando la opción de continuar golpeando la superficie, dejándose caer al suelo y apoyar su azabache cabeza entre sus rodillas desahogando la pena de no poder verle—. Lo prometiste—su quebradiza vocecilla se perdía—. Me lo prometiste.

Hubo unos minutos de silencio antes de que un desentonado, pero cautivador canto se empezara a percibir desde el marco de la entrada, impresionando a las jóvenes practicantes que se miraban mutuamente sin comprender lo que estaba ocurriendo e ignorando qué hacer en semejante situación. Hana cantaba para él, era su canción, la misma que había interpretado ese 14 de enero mientras subía a la roca más grande del jardín de juegos, transmitiéndole con las notas de su melodía su apoyo, compartiendo un poco de su fuerza, y dejando en claro el mágico cariño que se despertaba en ambos cada vez que estaban juntos.

"Quisiera hacer lo imposible para estar a tu lado. "—entonaba ella dulcemente la parte final de la canción, irguiéndose para al menos tocar con sus deditos la barrera que les distanciaba. Siendo guiada por uno de los trabajadores que por casualidad la había descubierto ingresar a un área restringida y a la que desde luego no pertenecía.




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