Acercó sus pasos al balcón que residía en su dormitorio haciendo un esfuerzo por alcanzar la barandilla de madera y poder tener una mejor vista del impresionante panorama de la ciudad siendo acobijada por la noche de un frío otoño. Las miles de luces fulguraban en tonos diferentes de amarillo, unas más pequeñas que otras, pero no por esa causa eran menos destellantes. Bajó la cabeza acongojado, dominado por el hondo sentimiento de abandono que le acompañaba fielmente desde que ingresara a la propiedad de la familia Brown hace poco más de tres semanas. Se sentía parte de aquellos diminutos puntos que luchaban por sobresalir en medio de la oscuridad, centellando entre las tinieblas que ansiaban devorarlas. Miró el colgante que oscilaba atado a su cuello robándole una tenue sonrisa para devolverle un poco de la alegría que dentro de esa casa se encargaban de arrancarle a pedazos.
Suspiró entristecido al recordar el inmundo rechazo impregnado en los ojos de la esposa de su padre cuando invadió un terreno en dónde era evidente que su estadía era condicionada. Pero ¿Quién podría culparla si su conyugue arribaba a su feliz hogar con el producto de una infidelidad que mantuvo oculto por años para que compartiera con ella los mismos privilegios?
—Mamá, Hana... —barrió con las lágrimas que resbalaban silenciosas—. Las echo tanto de menos —confesó mientras reposaba el cuerpo en la superficie y se perdía en el inmenso lienzo decorado con estrellas que le acobijaba para consolarlo.
Sería fácil recriminar el comportamiento de su madre al creer en los engaños de un hombre que jugó con sus sentimientos, en sus promesas vacías y juramentos rotos. El no comprobar la verdad sobre su matrimonio a tiempo ni en la sobrada indiferencia que emanaba como una segunda piel fue sentenciar su destino a un terrible sufrimiento. El número de cuerpos que brillaban desde los cielos ni siquiera era comparable al número de veces que presenció a hurtadillas su desgarrador llanto, sólo para que al día siguiente una preciosa sonrisa estuviese esculpida en su bello rostro para demostrarle que por él sería fuerte.
Decir que no la interrogó para conocer los pormenores de su padre sería mentir, era la necesidad natural de tener consigo el cariño de aquella figura masculina que veía estar al lado de sus compañeros de escuela, sin embargo, la primera y única vez que lo hizo, la joven mujer acarició afectuosa sus mejillas y colocando un suave beso en su frente susurró a su oído con una dulzura que lastimó su corazón.
—"Siempre me tendrás a mí Jason".
Esas habían sido las palabras que su madre había empleado para confirmarle sin mayores referencias y en su propio doloroso lenguaje que nunca le sería posible obtener nada de él, porqué los había abandonado a su suerte y sólo se tendrían ambos para luchar contra el mundo.
En sus primeros siete años de vida su madre le había colmado de todo el amor que le fue permitido aún con las graves secuelas de su enfermedad mermando su salud. Sin importar lo fatigada que ella se mantenía por los tratamientos, las consultas con los médicos e infinidad de fármacos que requería consumir para levantarse de la cama, sus cálidos abrazos y sus amorosas sonrisas siempre estuvieron presentes para demostrarle que se podía seguir adelante a pesar del dolor, a pesar de todo. Su querida madre era mejor que todas las guerreras que describían en los cómics. Ella era una combatiente de la vida real. La heroína que, sin tener superpoderes, llegaba a transformar su mundo en un lugar mejor.
Aquel marzo en el que dio el último adiós a los restos que eran depositados en una solitaria fosa tres metros en las profundidades de la tierra, también fue el día en el que conoció por primera vez a Jack Brown, su padre. No hubo muestras de afecto o explicaciones detalladas de su inexistente cercanía. Él simplemente fue a buscarlo al colegio informando su identidad a los profesores en turno y los motivos que lo habían orillado para llevárselo antes del timbre de salida. En menos de dos horas su universo se había reducido a ese impasible sujeto que tomaba con rencor de su mano y lo depositaba en el asiento del copiloto de su costoso BMW mientras le oía decir su nombre e informarle sin prudencia que su madre había sido localizada sin vida en el interior de su departamento, llamándole a él, por ser el primer número telefónico que los vecinos habían hallado entre sus pertenencias. Eli Bennett, había muerto sola y no había tenido a su hijo consigo para hacer de su partida algo menos tenebroso.
Al concluir el funeral de su madre una terrible hemorragia nasal se le presentó, siendo conducido de inmediato a la clínica más cercana para cuidados pertinentes. Una vez fuese puesto en la zona de urgencias del Instituto Dana-Farber y bajo la atención especializada del doctor Ledford, no logró abandonar el recinto o volver a ver la cara de su padre en los siguientes tres años cuando Jack Brown, nuevamente atravesó las puertas por donde tiempo atrás se deshizo de su persona sin un gramo de misericordia.
La tonada de una canción de cumpleaños proveniente de la puerta de su habitación lo trajo de regreso de aquel amargo pasado, centrándose en la cantarina cabeza flotante que destacaba en el marco de la entrada por sus rebeldes rizos negros que saltaban en trayectorias diferentes. De todos los espeluznantes miembros de la familia Brown, el chico de ojos esmeralda era quizás el factor que intercedía para no acabar huyendo al primer puente que viera disponible. Matt Brown, era el primer hijo de su padre y por ende su hermano mayor.
—Happy birthday to you, happy birthday to you, happy birthday dear Jason, happy birthday to you —concluyó risueño Matt, aproximando el curioso postre que cargaba en una bandeja de plata para que el pequeño lo pudiera contemplar—. Lamento no poder conseguir algo mejor, Jason —se disculpó al observarlo retraído en el balcón, una costumbre que empezaba a formar parte de su rutina diaria.