Los primeros días de diciembre corrían atrayendo el invierno abarrotando los cielos con nubarrones de un turbulento gris. El brillo de sus pupilas aumentó ante la imagen de aquel oscuro escenario, retorciéndose eufórico mientras apretaba sus delgados dedos contra la gruesa tela de la chaqueta que lo envolvía para darle calor. La primera nevada. Su primera nevada.
Aspiró fuertemente todo el aire que le era posible deseando llenarse de la helada sensación, de ese característico ardor inclemente que paralizaba a sus pulmones sólo para soltarlo con lentitud en forma de una blanca y graciosa neblina. Una acción tan simple, tan cotidiana para la mayoría de las personas sanas, pero para él que por años le fueron negados esos pequeños placeres, era una felicidad incalculable, una dicha que jamás sería capaz de ponerle precio en ninguna de las monedas existentes. Extendió su mano en el aire colocándose en la punta de sus pies en su intento de reducir la distancia que le alejaban de poder tocar las gélidas gotas transformadas en nieve. Sus labios se ampliaron en una maravillosa sonrisa al primer contacto, esparciéndose su jovial risa por los alrededores del parque, anunciando la apremiante alegría que de nuevo lo hacían formar parte del mundo de los vivos.
—"Estoy vivo".
Sí, él estaba vivo. Sin importar lo duro que a veces podía ser el camino o lo cruel que llegaban a mostrarse las circunstancias, él aún continuaría viviendo, amando y agradeciendo hasta el mínimo detalle, después de todo de eso se trataba la vida, ¿cierto? El sonido de una cámara fotográfica lo hizo mirar a su costado topándose con la mediana figura de Matt capturando el preciado momento con su inseparable "Adele".
—Sin duda será de mis favoritas —le dijo Matt caminando hasta donde estaba, teniendo estricto cuidado en proteger a Adele de cualquier daño relacionado con las drásticas condiciones climatológicas—. ¿Estás mejor? —interrogó con la preocupación bordeando el conflicto que algunas horas atrás había mantenido con el padre de ambos antes de partir hacia el instituto.
—Me desprecia, esa es la única verdad, Matt —Jason mencionó con una resignación a la que empezaba a acostumbrarse cuando se trataba del dirigente de la familia Brown.
Posó su atención en los glamorosos cuerpos que flotaban con suavidad decorando los extensos metros del parque en un afligido color blanco. Tomó prestada un poco de la quietud y sosiego que parecía vibrar en cada frondoso árbol, sintiéndose más tranquilo consigo mismo y de la decisión que había logrado comprender aún con sus escasos diez años. Era cierto que era un niño, era indiscutible que ese hombre era su sangre, pero eso no impedía el que rechazara la idea de sentir dolor por un padre que se rehusaba a mostrarle amor. Él no mendigaría su afecto, no más.
—Jason te equi... —ni siquiera tuvo la oportunidad de continuar, el pequeño negó con la cabeza para que el chico frenara cualquier intensión de hablar a favor del hombre.
Era demasiado tarde, para los ojos de Jason, Jack Brown había dejado de ser su padre. Matt envolvió el cuerpo de su hermano en un reconfortante abrazo queriendo arrebatarle la nueva herida que su padre había sembrado en lo hondo de su alma.
—Pase lo que pase nunca te dejes romper ni por él ni por nadie, ¿está bien? —susurró con firmeza, revolvió con cariño sus cortos cabellos castaños y se alejó para coger las mochilas que habían arrumbado en un punto muerto cerca de las bancas.
Después de unos minutos se dirigieron rumbo a casa, no perdiendo la oportunidad de jugar a piedra, papel o tijera para así averiguar, quién de los dos sería el responsable de pagar las golosinas y helados en la confitería que estaba a sólo dos cuadras de su destino.
—¡¿Oh por favor, es en serio?! —se quejó con cierta frustración Matt, al resultar ser el perdedor por quinceava vez consecutiva. Suspiró con derrota pasando su mano por sus rizados y esponjosos cabellos sacando el cálculo mental de todo el dinero que ya había derrochado a manos de su astuto hermano menor—. A este paso terminaré por empeñar mi alma para pagarte en el futuro —señaló mientras buscaba la cartera en uno de los bolsillos de su pantalón—. No lo entiendo, ¿cómo sigues ganando? —le cuestionó consternado al infante que no había parado de burlarse a su costa.
—Eres un torpe siempre pones tijeras, Matt —confesó riéndose con mayor volumen del preadolescente que le aguardaba para ingresar al establecimiento de helados. No obstante, su risa murió para darle un vuelco abrazador a los latidos que golpeaban en la punta de sus oídos ensordeciéndolo.
El tiempo pareció detenerse cuando el cobrizo de sus ojos volvió a contemplar esos negros y largos cabellos como los de Rapunzel, esos tiernos orbes azules de Aurora y la adorable sonrisa de Blancanieves que hacía despertar a las aletargadas mariposas que creía extintas desde el momento en el que la habían arrebatado de su lado.
—Hana —musitó Jason sumergido en un trance profundo, reaccionando en automático cuando sin pensar en el peligro que lo bordeaba corrió desesperado en medio del tráfico del medio día.
Esquivó vehículos en movimiento por mero instinto de supervivencia, no viendo absolutamente nada más que la imagen que yacía adherida a uno de los postes eléctricos de la acera contraria. Su pecho se oprimía por la descompensación, jalando de todo el oxígeno disponible para mantenerlo erguido cuando obtuvo el pliegue de papel entre sus temblorosas manos.
—Eres tú, en verdad lo eres —le habló a alguien que no podría responderle. Estaba tan ensimismado admirando la silueta de la infanta que no percibió los llamados de atención por parte de Matt cuando le dio alcance.
—¡Estás loco, pudieron matarte! —lo reprendió cuando le sujetó molesto de los hombros para que lo notara, sin embargo, el observar las calladas lágrimas que nacían con una mezcla entre felicidad y desdicha bastó para filtrar el enfado y la reprimenda que Jason merecía por exponer su seguridad. Analizó la maltrecha y deforme hoja que su pequeño hermano capturaba con dedos inestables, reconociendo que se trataba del anuncio de un evento de beneficencia en el que aparecían tres niñas vistiendo el uniforme de su respectivo orfanato. Una de ellas era Hana—. Mira la fecha, Jason —solicitó Matt en tono desalentador.