47 Razones para Amarte (libro 1 de la Saga Razones)

Razón #15 - La Pequeña Caja de Pandora

Cerró con cinta adhesiva la tapa de la quinta caja empaquetada, escribiendo con uno de los marcadores la palabra "Libros" en el costado lateral. Contuvo el bostezo que indicaba el agotamiento que ya se acumulaba tras extenuantes horas de trabajo, comprobando en su mesa de noche que los vistosos números de su reloj ya sobrepasaban las seis de la mañana. Maldijo con notoria irritación, llevando sin humor el cargamento a donde se mantenían todas las demás pertenencias que serían transportadas en el momento en el que el camión de mudanza estacionara en la acera.

—Vamos Jason, sólo un poco más —se animó mientras golpeaba levemente sus mejillas para tener un poco de energía y lograr concluir los preparativos antes de que Matt arribara a su habitación con un repertorio completo de quejas por su tardanza—. Demonios, aún ocupo hacer mi equipaje —bufó a la vez que caminaba aprisa por la entrada del diminuto armario en busca de una maleta disponible.

Bastó de un simple movimiento para que un pesado objeto se dejara caer desde las altas repisas junto con una gruesa capa de polvo almacenado. Estaba por tomar la manija para colocar la ropa que ya había doblado y seleccionado, sin embargo, fue en ese preciso instante en el que pudo observar el segundo paquete que se situaba debajo del de mayor tamaño.

—Pero si esto es... —no pudo continuar, sus cobrizos ojos se fueron directo a la colorida caja que también había caído en compañía de su bolso de viaje.

De pronto sus alrededores se desvanecieron centrando su entera atención en el artefacto que contemplaba con lastimera añoranza. Su instinto natural se encendió en alerta pareciéndole ilógico el incontrolable impulso que erizaba los vellos de su cuerpo avisándole el riesgo que corría al tenerle próximo. Sonrió inquieto al evocar el título que su hermano le dio al contenido que aún se hallaba protegido, inquietándose ante la idea de que, en efecto, él no sería capaz de enfrentarse en contra de lo que liberaría si daba la oportunidad, siendo sus manos sudorosas un fiel indicativo del sorprendente nerviosismo que comenzaba a centrarse en la boca de su estómago.

"La pequeña caja de Pandora".

Era el oscuro apelativo que Matt le había otorgado, teniendo muy presente la angustiante advertencia que le había dado aquel día que se atrevió a encerrar en ese peligroso contenedor la razón del porqué por años, su corazón se vio forzado a latir a un ritmo que no lo hacía sentir feliz.

—"Nunca abras una puerta que no estas convencido de poder volver a cerrar, Jason" —recordó con una divertida mueca de escepticismo.

Eso ya había sido hace bastante tiempo.

Suspiró con desazón demostrando el dolor que emitía tan solo por tenerle cerca. Tomó asiento al borde de la cama ante el turbulento acumulo de emociones que sacudió el suelo bajo sus pies. Él tenía pleno conocimiento de su contenido, pudiendo enumerar con facilidad cada una de las posesiones incluso sin necesidad de abrirla, no obstante, fue más fuerte su deseo de verle lo que le animó a proceder. ¿Qué tan terrible sería echar un solo vistazo? Quería hacerlo, el anhelo palpitaba en lo profundo de sus venas haciéndolas estremecer. Jaló desesperado aire a sus pulmones entumecidos cómo si el que le rodeaba no fuese suficiente preparándose para lo que ahí le esperaba.

Unos bonitos y redondeados ojitos bordados salieron a su bienvenida haciéndole reír acongojado, casi culpable. Hali le miraba expectante retándole en silencio a continuar, y así lo hizo. Se abrazó al afelpado peluche de manzana roja buscando de alguna extraña forma consolar a quien por demasiados años había dejado en el olvido por su propio bienestar emocional.

—Lo siento, Hali —pidió disculpas reteniendo al redondeado cuerpecito aferrado hacía su pecho, consciente que no era precisamente al peluche a quien le solicitaba su perdón.

Le retuvo por varios minutos sollozando, inhalando por encima de sus envejecidas costuras para conseguir algo del suave aroma de frutillas que tenía preservado en sus memorias, pero el delicado perfume de la felicidad se había esfumado tanto como lo había hecho Hana diez años atrás. Ahora solo era un dulce recuerdo, un espejismo fantasmal que no le era posible superar. Trató de obtener una pizca de valor para soltarla dibujándose una rota sonrisa en sus labios cuando sus cocidos ojitos le respondieron con muda compasión. La ubicó justo a su lado girando su cabeza hacía el folder amarillento y los dos marcos fotográficos que permanecían arrumbados en el fondo. Desplegó el broche de seguridad que sellaba la roída carpeta deslizando afuera las cuatro imágenes que conservó intactas.

En ellas aparecía la misma persona, un rostro que podía admirar ser transformado con encanto por el paso del tiempo, una cálida sonrisa, un esplendoroso y largo cabello azabache y desde luego, unos maravillosos orbes tan azules y cristalinos que el cielo podía morir de envía por la belleza natural que despedían.

—Mi querida, Hana —llamó a la niña que posaba en los impresionantes terrenos de un enorme jardín de flores de lis.

En cada una de las fotografías la pequeña rebosaba una dicha tan contagiosa que jamás le quedó duda de lo feliz que había sido su vida los años siguientes de haber encontrado una familia que fuera merecedora del valioso tesoro que ella representaba, aún si eso garantizó, el que su propio corazón se apagara por causa de los "doki-doki" que nunca más pudo hacer funcionar.

Después de haber recibido la primera de las fotografías por parte de Jessy, la joven trabajadora de Sweet Hope les había informado que la familia adoptiva de Hana estaría bajo estricta investigación para garantizar su bienestar y protección por cumplimiento de las normas regidas por la institución, incrementándose ahora que también había sido llevada por sus padres a otro país en el extranjero. Lo que significaba que, de manera anual, ellos tendrían que enviar una fotografía actual del estado de la infanta. Lastimosamente aún cuando él sospechaba de su estadía en Francia, Jessy jamás fue capaz de asegurarlo y con el manejo confidencial de la información referente al caso de la azabache, fue imposible afirmar ese impetuoso presentimiento.




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