47 Razones para Amarte (libro 1 de la Saga Razones)

Razón #16 - La Chica de Olio y Colores

Los restos de la lluvia de hace algunas horas dejaba sus residuos en las frías gotas que perezosamente seguían cayendo, impregnando los alrededores con el característico olor de tierra mojada que al menos en su situación, ayudaba a aminorar su creciente migraña. Pasó una de sus manos por su nariz enrojecida para contener el inevitable estornudo, siendo la primera señal que daba la bienvenida a un indeseable resfriado.

Colocó el peso completo de su cuerpo sobre el tronco del árbol que había sido su refugio constante durante las últimas dos semanas, tiempo en el que se había convertido en la sombra de la joven fabricante de burbujas. Fueron incontables los intentos por alejarse, por decirse que lo que hacía era algo incorrecto, sin embargo, la creciente necesidad de conocerle desde aquella mañana agarrotaba sus entrañas con tal presión que temía dividirse, ocasionando que sus traviesas mariposas emprendieran el vuelo en una trayectoria que por primera vez era desconocida.

Dirigió su cansada mirada hacia el grandioso edificio de artes situado a varios metros en la distancia, contemplando el ir y venir continuo de las numerosas personas que aún se mantenían dentro de sus respectivas aulas recibiendo el final de su jornada de estudios. Un leve escalofrío le abrazó desde el interior de sus huesos, percatándose de la humedad que impregnaba sus ropas al haberse expuesto al tempestuoso clima. Era un total desastre.

—¡Amigo, enserio que con esa pinta asustas!

Las ligeras risas lo hicieron girar a su costado, haciéndole bufar con frustración mucho antes de siquiera verle aparecer en su campo de visión. Un gigantesco sujeto le cedía un minúsculo espacio de su paraguas para salvarle de la llovizna, llenando sus fosas nasales con el intenso humo de tabaco que exhalaba en cada calada proporcionada al cigarrillo que apresaba con capricho entre sus labios. Su imponente altura y delgadez lo asemejaban a un poste de luz, acentuando mucho más las oscuras vestimentas que frecuentaba portar por gusto propio.

—¿Lo dice quien parece la personificación de Jack Skellington? —atacó Jason con cierto humor mientras luchaba por retener los fluidos nasales para no incrementar las burlas de su acompañante. Marck lo aniquilaría.

—Al menos yo no luzco como el doble del maldito Rodolfo el Reno con semejante nariz, solo mírate —le respondió Marck con una divertida mueca resaltada en su angulosa cara, entregándole sin demoras la segunda mochila que llevaba al hombro y arrojaba la colilla consumida al bote de basura más próximo.

Jason aceptó su bolso y las pertenencias que su amigo traía consigo, indicativo que su tiempo como intruso en la facultad de Artes había concluido. Debía emprender su retirada y partir a su trabajo en la cafetería. Dio un vistazo fugaz a la construcción, oyendo dentro de sus pensamientos la pregunta que Marck había formulado la primera tarde que le pilló en su misión de espionaje. ¿Por qué haces esto, Jason?

—No lo sé —pensó en voz alta ignorando a propósito la intensidad con la que Marck le analizaba con aquel par de ojos verdosos repletos de inteligencia.

Suspiró para liberar un poco de la sensación sofocante que bloqueaba su garganta, recibiendo un leve apretón en su hombro en señal de apoyo. Ninguno de los dos optó por continuar con el diálogo. Sonrió apenas con resignación siguiendo los pasos de quien, apuntando a un invisible reloj de pulsera le indicaba que estaban retrasados, por lo que era momento de ponerse en marcha o correrían el riesgo de ser amonestados por el fastidioso gerente por tercera vez desde que ambos fuesen aceptados en sus puestos.

 

 

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El bullicioso sonido de las animadas conversaciones de los clientes se había limitado a estas alturas a un leve susurro, un soplo que ayudaba en gran medida a disminuir el malestar generalizado que estaba por derribarlo en la superficie de la mesa que limpiaba desde hace un poco más de quince minutos con torpes movimientos para que estuviese disponible. Comprobó por milésima vez la hora en el moderno reloj de pared con la esperanza de que las manecillas lo apoyaran por una primera ocasión. Por supuesto estaba equivocado. Resopló más agotado que antes.

—Ven aquí, eres un total caos.

Oyó hablar en la lejanía de su tambaleante mente a Marck, quien salía de un punto que por ahora no le podría importar menos. Una considerable presión se ejerció en su espalda dejándose guiar por la fuerza que halaba de sus miembros para obligarle a tomar reposo en el mullido asiento. De inmediato su parte delantera se desplomó como un muñeco al que le había desprovisto de su batería central, saliendo un gracioso quejido cuando su afiebrada cabeza rebotó con dureza contra la madera de la mesa. Descansaría un segundo, solo uno.

El perfumado aroma de los cítricos y algo que identificó segundos después como canela saturaron con agrado el ambiente, sugestionando a sus sentidos a recomponerse. Abrió sus lagrimosos ojos enfocando una enorme mancha negra ubicada delante de él, sosteniendo una humeando taza de alguna extraña combinación de especies y ramas de árboles que le costaría trabajo pronunciar de manera correcta. Marck era un barista de café con un gusto refinado y sumamente extravagante.

—Ingiérelas y después lo bebes despacio, no quiero que te atragantes y vomites en el suelo que recién aseaste —sugirió Marck con un tono de falsa irritación mientras depositaba un par de antigripales en la palma de su mano—. Enserio que eres un idiota, mira las condiciones en las que estás por exponerte bajo la lluvia —lanzó sonoramente por su deliberada irresponsabilidad—. Imaginaba que tenías un leve crush por la chica de la facultad de artes, pero tras días de observarla, continuas sin hacer el mínimo intento por conocerle o al menos dirigirle unas palabras —mencionó en posé metódica sin apartar su aguda mirada de la de Jason cuando tragó el amargo medicamento con desagrado—. Si ella te gusta, no entiendo cuál es el problema.




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