La mirada perpleja en combinación con un sinfín de muecas risueñas e infinitamente graciosas eran parte continua de sus expresiones desde los pasados tres días en la cafetería. Movió por cuarta vez consecutiva el cuerpo a su lado izquierdo en posición diagonal, disimulando una discreción que era evidente que no poseía e impulsándose en el marco de la ventana principal, dirigió su curiosa atención hacia el pequeño hombrecillo que se alcanzaba a visualizar en el área de maquinaria en un estado asustadizo.
El chico seguía un ciclo casi perfecto entre escuchar, estremecerse y anotar tembloroso en su persistente libreta electrónica las explicaciones de un impaciente Marck, quien le instruía en el correcto manejo que, sin excepciones debía tener con la maquinaria encargada de los expresos que muy pronto serían su total responsabilidad.
De un momento a otro cubrió su boca para acallar las risas cuando su amigo recibiera las consecuencias del nerviosismo que infundía en el joven aprendiz en uno de sus intentos por manipular el complejo aparato, resultando en una incontenible llovizna de agua fría color café que fue a parar en la vestimenta y rostro de su gigante amigo. Agitó la cabeza en modo negativo sin despegar un ápice la contagiosa alegría, analizando a detalle el apenas notorio sonrojo que pincelaba las pálidas mejillas de Marck, quien por primera vez desde que tuviese conocimiento, permitía que un completo desconocido traspasara su espacio personal al tocarle con aquella delicada suavidad, esforzarse en limpiar el desastre que goteaba inevitable desde los azabaches cabellos lacios hasta el afilado mentón.
Entró al establecimiento con los utensilios de limpieza correspondientes que antes había requerido para su labor diaria, manteniendo en su respectivo lugar el letrero de "cerrado", al menos por el par de horas que aún restaban para que los primeros clientes de la mañana hicieran su triunfante arribo solicitando su inyección de revitalizante cafeína y pastelillos. Este sería sin duda un productivo sábado. Apoyó el contenedor con el equipo de detergentes y limpiadores en la barra central, tomando unos minutos de descanso en los esponjosos asientos, aceptando la refrescante bebida de té verde que Jong traía para él, aun teniendo la vergüenza reflejada en sus ojos chocolate.
—Diablos, soy un total caos —mencionó Jong afligido sentándose frente a su puesto tras la barra—. Estoy seguro de que Marck debe estar a punto de estrangularme — permaneció diciendo y lamentando la situación, apoyando la barbilla en la superficie de la amplia mesa mientras jugaba como distracción con una motita de polvo imaginaria, resaltando su labio inferior en un divertido e infantil puchero.
Jason contó mentalmente el número de razones por las cuales Marck, podría cumplir con el siniestro pronóstico al que Jong se refería no obstante, todas ellas parecían desvanecerse ante el peculiar comportamiento que estaba empezando a manifestar su amigo cada vez que su bajito compañero de clases rondaba cerca. Sunan o Jong como prefería ser llamado en la mayoría de las ocasiones, era un estudiante tailandés de tan solo 21 años pese a su jovial y engañosa apariencia de preadolescente, el cual había arribado a la universidad gracias a su servicio de intercambio hace apenas una semana atrás.
Resopló con el sentimiento de compasión haciendo sus estragos, comprendiendo la difícil posición del nuevo barista en estar en un continente diferente al cual debía adaptarse en el menor tiempo posible. Posó una mano en su abundante cabello teñido en un deslumbrante rubio consolando con su gesto, la pesadez que acongojaba sus bonitas facciones de niño pequeño.
—No seas tan pesimista, todos nosotros también fuimos un total fracaso los primeros días de prueba, sin mencionar los entrenamientos que en verdad fueron una tortura psicológica —le animó Jason, observando en la distancia a un enfurruñado Marck que luchaba en colocar la corbata de su uniforme de repuesto y presenciaba con fingida indiferencia el malestar que había dejado en Jong.
—Regreso en unos minutos, Jason —se despidió Marck, haciéndose presente con una larga lista de papel sobresaliendo de uno de sus bolsillos, eludiendo con excelencia al rubio que adhería casi por inercia su cara en la madera de la barra en su deseo de hacerse invisible—. Iré al mercado de abastos a surtir la mercancía que el proveedor nos especificó que no traería en esta oportunidad —avisó dirigiéndose a la puerta siendo abordado por Jason.
—Descuida seré yo quien vaya, así aprovecharé para comprar los materiales que necesito para iniciar mi proyecto de taller arquitectónico —dijo la verdad a medias, arrebatando en un fugaz descuido la lista de los ingredientes que ocuparían dentro de unas horas—. Mejor aprovecha el tiempo y ayuda a Jong en la decoración de los panecillos que sacó hace poco del horno, son demasiados y no lo logrará si trabaja sin un refuerzo —informó a un bloqueado Marck, quien solo podía contemplar la velocidad con la que se sacaba el delantal y los dos horrendos guantes plásticos para reemplazarlos por su confortante chaqueta deslavada.
—Jason... —lo llamó el ojiverde cuando estaba por coger la perilla para hacerla girar, frenándolo con aquel tono de advertencia que amenazaba furiosas tempestades en su futuro próximo.
Jason volvió sobre sus pisadas para encarar a su molesto amigo, quien emanaba su inestable estado de ánimo en cargadas oleadas de hostilidad. Enfrentó la crudeza con la que respondía Marck en modo defensivo, vigilando que la contrariedad fuera alejándose al igual que su mal humor gracias al delgado brazo que le sostenía de la camisa unos centímetros en la lejanía. Era Jong.
—Por favor, Marck, ayúdame —habló quedito el hombrecillo, solicitando de manera silenciosa perdonara sus errores, ocultando la acuosa mirada bajo la protección de su flequillo—. No lo arruinaré, lo prometo.