47 Razones para Amarte (libro 1 de la Saga Razones)

Razón #20 - El Guardián de La Reina

Admiró en silencio el esplendoroso firmamento repleto de diminutos cuerpos brillantes, esforzándose todos ellos por hacerse notar entre los intensos fulgores de la luz artificial que se despedía de los enormes edificios colindantes. Depositó el par de bolsas en los contenedores de basura correspondientes tomándose unos minutos de descanso para disfrutar en plenitud del espectáculo que la anterior lluvia había traído consigo. Suspiró mientras recargaba su persona frente al muro de sucios ladrillos, sintiendo el continuó golpeteo de sus latidos contra sus costillas hasta permitirse sonreír, dejándose envolver por aquella sensación cálida, acogedora y sumamente embriagadora. El recuerdo abrazador de los labios ajenos sobre los suyos aún era persistente, tan marcado que solo bastaba proponérselo para traer a la vida el sabor acaramelado que se negaba a abandonarlo.

—¿Quién anda ahí? —interrogó a la ennegrecida figura que se movía con lentitud en las sombras. El penetrante aroma de la nicotina abarrotó el angosto callejón, rastreando sin demoras a la fuente principal postrada malhumorada bajo las escaleras de emergencias—. Gracias por casi provocarme un infarto —se burló del joven que aún mantenía el ceño fruncido en una clara prueba de molestia cuando se aproximara a su lado.

—No estoy de humor Jason, así que aléjate —le dijo con la voz contenida.

Marck estaba haciendo una gran hazaña para frenar sus emociones y no descargar su irritación en un inocente al hacer o decir algo de lo que más adelante se arrepentiría.

Pasó una mano por sus castaños cabellos con cierta resignación buscando en el interior de la cafetería la razón que había trastornado a su amigo a tal extremo. No demoró en hacerlo, bajó la cabeza tragando la incontenible risotada que empeoraría el estado de Marck, respiró hondo y se enfocó en la escena que se desarrollaba. En ella se encontraba un pequeño Jong con las mejillas sonrojadas intercambiando su número telefónico con el del sujeto que le contemplaba con fascinación desde el mostrador. Lo reconocía, era uno de los clientes habituales que venía exclusivamente a consumir los deliciosos postres del rubio.

—Jong aceptó tener una cita con él —mencionó el ojiverde dando una profunda calada al cigarrillo que se consumía con rapidez en sus dedos. Un simple cigarro no ayudaría en lo absoluto, necesitaría una cajetilla completa.

Tomó asiento en uno de los escalones aprovechando el tiempo disponible que tenían antes de que se pusieran manos a la obra y recogieran el lugar para dar por concluida su labor del día. Si Marck no deseaba que él interfiriera, aceptaría su decisión. Jason estaría ahí para ayudarle al menos a desahogar su frustración.

—¡Qué demonios pasa conmigo! —le cuestionó irritado Marck, presionando el puente de su nariz para esclarecer algo del caos en el que había caído. Se sentía abordo de una maldita montaña rusa sin cinturones de seguridad a los cuales detenerse y en la que sus volátiles sentimientos estaban dispersos, moviéndose en trayectorias opuestas destruyendo un poco más su cordura— ¡No debería importarme! —soltó la pesada neblina color gris, grabándose en su paladar el intenso toque del tabaco que había mantenido alejado por días de su sistema. ¿Desde cuándo le parecía desagradable?

—Pero lo hace, ¿cierto? —lanzó Jason la pregunta al aire.

—Si carajo, me importa —se recostó perezoso en las cuatro escalinatas aguardando paciente a que Jason dijera o hiciera un movimiento que le ayudara a esclarecer un conflicto del que se rehusaba a aceptar el móvil de sus acciones. Lo vio ponerse en pie, sacudir las motas de polvo que se adherían a su vestimenta reglamentaría y encaminarse a la puerta trasera para realizar el cierre de la caja registradora. Estaba por hacer girar el pomo, sin embargo, se viró en su dirección para terminar de colocar la última pieza en aquel desquiciante rompecabezas.

—Solo recuerda los motivos que me diste para intentar dejar atrás tu odiosa adicción a los cigarrillos —Jason le sonrió cómplice y sin agregar algo más se adentró en el establecimiento con las manos ocultas en los bolsillos.

Permaneció unos minutos más en la intemperie de la noche analizando con su aguda mirada el inexistente filtro aún humeante por las pocas colillas que se consumían con el calor. Lo tiró bajo la suela de sus botas estilo miliar, extinguiendo la evidencia de su desliz. Una leve comisura en sus labios ascendió en una resignada mueca al evocar las palabras de Jason con respecto a su decisión de renunciar a su vicio culposo. No podía negarlo más tiempo. Él lo había hecho porque Jong era alérgico al particular aroma del tabaco. 

 

 

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La llegada de los estudiantes a primera hora de la mañana era bastante notoria por los pasillos repletos de formas variadas, unas moviéndose más tranquilas que otras que presurosas iban escabulléndose veloces en su ardua carrera contra el reloj, siendo él uno de aquellos seres desafortunados que con seguridad verían la glamorosa entrada de su piso de estudios denegada por su impuntualidad. Maldijo su suerte por milésima vez en lo que iba transcurrido del día, ahora tendría que conseguir un nuevo despertador gracias a las traviesas andanzas nocturnas de su querido gato. Aumentó su urgencia por correr a mayor rapidez cuando una mediana silueta de cabellera platinada logró captar su centro de atención, ganándose incontables reprimendas por parte de las tantas víctimas que recibieron sus empujones al tratar de sacarles del camino.

—Jason, me asustaste —le reprendió con un nervioso aturdimiento recalcado en sus adorables facciones cuando el chico frenara sus intentos de continuar rumbo al edificio de artes.

Jason se afianzaba a su cintura en un gesto cariñoso e infantil cubriendo su espalda con toda la altura del suyo mientras depositando un fugaz beso en su mejilla sonrojada aprovechando que sus manos estaban ocupadas con sus artículos de dibujo. Un maravilloso escalofrió recorrió su columna hasta erizar los vellos de cada uno de sus poros, tomándole cada gramo de fuerza de voluntad el poder retirarse a una distancia que considerara prudente. Tenía que hacerlo, él no debía escuchar el azorado palpitar de su corazón, la mágica emoción con la que se agitaba por verlo o por solo sentirle respirar.




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