47 Razones para Amarte (libro 1 de la Saga Razones)

Razón #21 - El Castillo de los Espejos Rotos

Se adentró en las oscuras fauces de su departamento sin molestarse siquiera en activar los interruptores para proporcionar algo de iluminación. Vagó en aquel universo de sombras, figuras extrañas y recuerdos fantasmales que aún ahora lastimaban. Arrastró su maltrecha humanidad por el angosto corredor que, interconectaba todas las demás áreas en común, dirigiéndose sin paradas a la habitación principal. Distintos accesorios eran despedidos, unos sobre la cama, otros más en el alfombrado y algunos desafortunados fueron catapultados hacía el felino que irritado maullaba en desacuerdo su comportamiento mientras se refugiaba en el interior de las mantas dispersadas.

Lanzó un pequeño bolso de viaje justo al costado en donde Cooper sacaba previsor su peluda cabeza, verificando que los alcances de seguridad fueran los requeridos para estar en su mismo espacio vital. Una minúscula sonrisa apareció en su rostro al ver a su querida mascota recriminar su estado con aquellos afilados ojos, consolándole al acariciar con gentileza su suave pelaje, después de todo, él no tenía por qué pagar los estragos que le devoraban.

Se negó a pensar en los eventos ocurridos. Sus músculos aún se crepitaron en dolorosos espasmos haciendo que sus demás sentidos despertaran tan intensamente que el dormitorio completo giró en 360 grados, estando cerca de vaciar el nulo contenido acumulado en su estómago.

—Maldita sea —sus miembros habían sucumbido al agotamiento negándose a sostenerlo, obligándole a presionar los puños contra las sabanas arrugadas para tratar de conseguir un poco más de equilibrio.

Se desplegó en el piso en una pose exhausta reposando en una de las esquinas de la cama a la vez que los acontecimientos lo atormentaban con la clara tentativa de herirle. Había vagado por horas en las solitarias calles de la ciudad tratando de mantener tan nítida como fuese posible la trayectoria que había tomado el vehículo en el que abordó el profesor de diseño de Marck, pero había sido imposible. Su ruta era desconocida.

Carver... Dylan Carver —pronunció el nombre del sujeto sintiéndose tan abrumado por sus emociones que incluso era difícil respirar con normalidad.

A su memoria vinieron los hechos que envolvieron a un viejo pliegue fotográfico que hace más de diez años había encontrado a hurtadillas en la habitación marcada con el número 504. Una escena familiar tan ordinaria que rayaba en lo extraordinario, un instante que ese joven disfrazado con las graciosas astas de un reno con nariz roja había compartido junto a una adorable Hana que alegre recibía unos sencillos tenis Converse como regalo de navidad. Su última navidad.

Sacó el móvil que tenía en uno de los bolsillos de su pantalón, no demorando en obtener en el buscador de Google el número telefónico que necesitaba. Enjuagó la cálida lágrima que corrió por su mejilla esforzándose por erguirse y proseguir con los preparativos en las mejores condiciones. Carraspeó para vocalizar adecuadamente cuando el lado contrario de la línea se activó, siendo una amable señorita quién tomara su llamada con aquel típico mensaje mecanizado de fondo.

—Buenas noches, quisiera hacer una reservación para el siguiente vuelo disponible a Boston, por favor —Jason solicitó ingresando al sanitario.

Sus manos se deslizaron por la sólida pared hasta localizar el interruptor, situando su figura en el modesto espejo rectangular que posaba arriba del lavabo. La mirada que le regresaba la persona plasmada en la barrera de cristal se mantenía fija en los rojizos manchones desprovistos que aún pendían de su ropa una vez la sangre de su hemorragia se hubiese endurecido sobre la tela. El aroma ferroso dominada su entorno, acumulando la amarga bilis en la punta de su paladar lista para volcarse en las baldosas si no se tranquilizaba.

—¡Disculpe, aquí continuo! —mencionó aprisa ante el llamado preocupado de la mujer que le explicaba a detalle que el único vuelo estimado para esa noche saldría en menos de tres horas con escala programada, por lo que demoraría el doble de tiempo el poder llegar a su destino—. No importa lo tomo, así que confirme mi asiento —concluyó antes de presionar la pantalla táctil y cortar la comunicación.

Soltó el aparato electrónico en algún punto muerto, dándole prioridad a retirarse la camisa dañada para saltar a la ducha. El reflejo de sus ojos era indescifrable, tan complejo que por un momento temió estar contemplando a un ser ajeno, una parte anexa que nunca había visto.

Las yemas de sus dedos rozaron el ardiente líquido carmesí que descendía por tercera ocasión por sus fosas nasales haciéndole difícil inhalar oxígeno, pareciéndole la situación tan irreal que creyó estar atrapado en una cruel dimensión paralela. Una que lo hacía sentir otra vez cómo el desvalido menor que había perdido a su madre una tarde de marzo, el temeroso niño que se consideraba un espeluznante monstruo reducido a sólo pieles y huesos, el infante que vio caer a pedazos su universo, teniendo la ayuda de Hana para construir una galaxia con las piezas rotas de su alma. De nuevo se sentía como el paciente de la habitación 136.

 

 

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Cuando bajó del taxi que había adquirido en el aeropuerto los primeros rayos de la mañana estaban posicionándose sobre la impresionante edificación expuesta frente a él, haciéndolo partidario del movimiento continuo con el que los trabajadores efectuaban sus labores diarias en una rutina de la que era conocedor. Era un ciclo fluido e impresionante en donde salvaguardar las vidas de los pequeños que eran atendidos en el Instituto Dana-Farber era la principal misión.

Atravesó las puertas automáticas pareciéndole experimentar un escalofriante deja vu, saturando su mente de dolorosos episodios en donde la desesperación había fungido casi como una segunda piel.

—¿Eres Jason Brown? —cuestionó una joven enfermera al llegar a la sala de espera en donde aguardaba sentado en uno de los tantos muebles que decoraban elegantemente el vestíbulo. Jason asintió cediéndole su identificación—. Puedes ingresar, la doctora Davis espera por ti en su consultorio —avisó gentil mientras le entregaba la documentación reglamentaria antes de volver a desaparecer en uno de los interminables pasillos del área médica.




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