47 Razones para Amarte (libro 1 de la Saga Razones)

Razón #23 - El Secreto de Dalia

Se movió en el amplio espacio que correspondía a su estudio privado, tirando de la costosa corbata de seda que a completaba con elegancia el impecable traje ejecutivo de tres piezas que portaba. La soledad que se adhería en cada uno de los rincones de la enorme casona era abrumadora, tan sofocante que llegaba a ser enfermizo en un sentido escalofriante. Sombras se agitaban de un lado al otro, formas espectrales que resurgían desde lo profundo de sus pesadillas para castigar la crueldad de sus pecados.

Dejó caer la cabeza en el mueble de cuero que descansaba junto a su escritorio, siendo partidario del funesto silencio de la habitación. Tan acechante, tan inhumano que temió estar alucinando. Tragó pesadamente sincronizándose los inestables latidos de su corazón con el característico tick-tack de las manecillas que giraban en el reloj simulando una cuenta regresiva.

Bajó la vista hacía el sofisticado panel de control que se desplegaba en uno de los cajones, accionando la opción para introducir la contraseña adecuada en la pantalla táctil. Solo fueron cuatro dígitos los que se requirieron para que los modernos mecanismos hicieran la labor para la cual habían sido programados, marcándose en el borde de cristal la cifra numérica 3110. La fecha de cumpleaños de Jason. Una aparente huella de sonrisa hizo presencia al evocar el significado, elevando las comisuras de sus labios y extinguiéndose tan rápido que solo una amarga expresión quedó figurada en su incomprensible rostro. El pitido de los compartimientos abriendo centró el peso de sus acciones en los preciados artículos que ocultaba de los ojos indiscretos, individuos que juzgarían sin tregua el manejo de sus actos inclementes.

Quizás era cinismo disfrazado de sinceridad o un mero reflejo de maldad que se acentuaba en él con el paso de la edad, sin embargo, él estaba consciente de la extensa lista de víctimas que habían sido lastimadas por su causa, no teniendo reparos ni mucho menos arrepentimientos que le detuvieran a frenar el móvil con el que se regían las reglas que desde siempre se había planteado para sobrevivir de la única manera en la que conocía, aún si el dolor era la carta de presentación con la que Jack Brown era relacionado. Retiró la primera de las pertenencias que resguardaba, destellando el verde sus orbes con una emoción similar a la melancolía y la eterna añoranza.

—Eli... —susurró con pesar el nombre de la bella mujer que permanecía en el pliegue de fotografía.

En ella aparecía una joven de tan solo veinte años posando en las afueras de una florería del centro de la ciudad. Su largo cabello castaño caía con gracia sobre su espalda mientras un gentil viento de verano jugaba en complicidad con ella. Sostenía entre sus manos un delicado ramo de girasoles, riendo con una dulce sencillez que algo muy arraigado dentro de su pecho había hecho implosión al verla por primera vez. En un segundo, en un solo respiro, él fue cautivado por aquella maravillosa criatura que despedía todo lo que nunca sería capaz de poseer.

—Él tiene tus ojos —mencionó Jack hacía alguien que nunca podría responderle—. Puedo verte nacer en ellos, es por eso por lo que es tan difícil tenerle a mi lado —le confesó haciendo un repaso mental de los inagotables acontecimientos en los que fragmentó el espíritu de un ser que era inocente.

Su férrea personalidad, su aguerrida independencia e incluso su deseo de salir adelante sin requerir de su apoyo, sin necesitarlo en su vida, eran los alicientes que más admiraba del menor de sus dos hijos. Jason, era el candidato perfecto.

El timbre de su móvil iluminó la oscuridad abrazadora al marcarse en la bandeja de entrada el mensaje enviado con el nombre del mayor de los hermanos Brown. Jack ni siquiera leyó su contenido, conocía a su primogénito lo suficiente para saber el fundamento de su derivar por lo que cogió el segundo de los contenedores. Un grueso folder amarillo fue colocado en la superficie esparciendo sin orden alguno las decenas de cartas con remitente procedente desde Francia.

Las infantiles ilustraciones a base de llamativos colores se plasmaban en el papel maltratado por el golpe de los años, unas más definidas que otras, siendo evidente la destreza que la protagonista de esos mensajes adquiría con el paso del tiempo. Un estorbo innecesario que había arrojado sin esfuerzo lejos del porvenir de Jason. Tomó una veloz captura con la cámara de su celular del montón acumulado, tecleando una corta nota al pie del archivo que ahora reenviaba a Matt. El ultimátum había sido arrojado.

"Tienes 72 horas para volver a Boston".

 

 

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—¡No puede ser! —gritó Matt desesperado al contemplar la sorpresiva imagen que su padre le había hecho llegar con la misión de dañarle—. Él las tiene —jaló de sus azabaches rizos murmurando a los cuatro vientos frases indescifrables de perdón, uno que no merecía, uno que no obtendría jamás.

Lanzó su móvil contra uno de los muros del modesto dormitorio que había rentado en su recién estadía en Valencia, negándose a aceptar la llamada que solicitaba su atención desde la esquina opuesto. Se desplomó en el duro colchón sintiendo cada parte anexa y diferente, era una descuidada masa a la que le habían arrebatado los deseos de ser feliz. Lloró sin detenerse, dejándose consumir por una culpa que le devoraba con avidez cada gramo de cordura de la que aún se afianzara para proseguir.

—¡Lo siento, lo siento tanto, Jason! —siguió hablando, pidiendo y rogando encarecido entre ligeros hipidos, cubriendo sus parpados con el dorso de su mano para que así sus lágrimas corrieran sin reservas.

Fijó la mirada en el marco que decoraba su mesa de noche, recreando dentro de su cabeza el instante en el que se atrevió a jugar con el destino de su hermano con la esperanza de otorgarle un futuro carente de tristeza.




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