47 Razones para Amarte (libro 1 de la Saga Razones)

Razón #24 - La Princesa Oculta en La Torre

Las extenuantes horas de vuelo de regreso a California empezaban a tomar su factura una vez ingresara por la puerta principal de su departamento infundido en sombras. El sonoro maullido de Cooper proveniente de una de las habitaciones tuvo el reconfortante efecto de renovarle al menos un poco las energías casi inexistentes, subiendo las comisuras de sus labios en una tierna sonrisa hacía su peluda mascota cuando le reconociera, apresurando sus pisadas para darle una merecida bienvenida mientras agitaba con movimientos oscilantes su felpuda cola.

Lo tomó en brazos llevándolo consigo hacía la sala, dejándose caer en el modesto sillón que decoraba el reducido espacio. Recargó con pesadez la palpitante cabeza no pudiendo controlar el suspiro de cansancio que liberó al tocar la suave superficie. Pretendió cerrar sus ojos sólo por unos segundos, apagar su sistema y poner sus funciones básicas en una especie de zona neutral, sin embargo, fue una misión imposible al visualizar a pocos metros la gigantesca silueta de Marck, arribando al recibidor con su correspondiente equipaje. Lo había olvidado.

—Deberías cenar algo ligero y marcharte a la cama —le dijo el pelinegro que acomodaba su bolso de viaje en la repisa de la cocina—. Si gustas puedo prepararte un emparedado —avisó al abrir el refrigerador en busca de los ingredientes que requería para poder cocinar.

—Descuida, no hace falta —mencionó Jason con la aflicción denotada en sus expresiones—. Sólo tomaré una ducha rápida y me iré a dormir —acarició con ternura las puntiagudas orejas del gato que le analizaba con fijación, estando convencido que Cooper podía percibir las emociones que le ahogaban desde el interior.

—Lo mejor será que le llame a Jong y pedirle que no me espere, me quedaré contigo —avisó Marck sacando de uno de los bolsillos de su chaqueta el móvil que ya empezaba a desbloquear, no obstante, Jason se lo impidió al retirarle el aparato de la oreja.

—No lo hagas, suficiente han hecho ambos por mí para ahora causarles más inconvenientes —entregó el dispositivo al chico que le observaba incrédulo—. En Boston no tuve la oportunidad de decirlo, pero felicidades, él es una grandiosa persona —sonrió al presenciar los gestos nerviosos que invadían el rostro de su amigo en un intento por ocultar sus emociones, reflejándose en la común palidez que era coloreada por un tenue rosa propagándose por sus mejillas—. Confío en que serás muy feliz a su lado.

—También lo creo —respondió Marck con la ilusión tintineando eufórica desde lo profundo de sus ojos esmeralda. Carraspeó para retomar la compostura dirigiéndole a Jason una mirada inquisitiva—. Está bien, me iré pero debes prometerme que si se te ofrece algo me llamarás sin importar la hora, sólo así me podré retirar o de lo contrario soy capaz de acampar afuera en el pasillo con tus agradables vecinos como testigos, después de todo la señora Walker me adora —le dijo con el sarcasmo floreciendo en la punta de la lengua, rememorando la primera vez que la mujer de edad avanzada lo confundió con un ladrón al ofrecerse a cargar sus compras del supermercado, terminando a los pocos minutos rodeado por tres sujetos vestidos de azul quienes amablemente le sometieron, esposaron y arrojaron en una patrulla policiaca por mérito de la encantadora anciana que solicitó el apoyo al 911—. ¿Es un trato? —cuestionó mientras extendía su mano para que Jason la estrechara cerrando su promesa.

—Trato —articuló finalmente presionando desesperado sus dedos sobre la extremidad del muchacho cuando quiso alejarse—. Gracias, Marck —empezó a decirle—. Jamás podré pagar lo que Jong y tú hicieron por mí en el hospital, tan solo yo... yo quiero... —el peso del dolor se construía de nueva cuenta impidiéndole siquiera formular un comentario coherente, siendo acogido por los fuertes brazos que se afianzaron a él para brindarle consuelo, informándole en su propio lenguaje que siempre estaría a su lado—. Gracias, por todo gracias —repitió una y otra y otra vez en un interminable mantra que se transformó en angustiantes lágrimas que ya no procuró ignorar. Vació su pena hasta quedar saciado, hasta que su garganta dejó de funcionar debido al desgarre.

Se detuvo hasta que la tristeza que sacudía los latidos de su corazón se transformara en un mero zumbido que no le lastimaba y con el que ya estaba acostumbrado a vivir.

 

 

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El bullicio de los estudiantes que entraban al auditorio para escuchar la primera conferencia de la mañana era estresante, causando que fuera más evidente de las nulas horas de sueño que había tenido durante la noche. Soltó un bufido irritado al comprobar que aún restaban más de veinte minutos para que el profesor encargado hiciera acto de presencia, optando por colocar los audífonos en sus oídos y seleccionar en su carpeta de canciones la acorde a tranquilizar su pésimo humor. No había terminado la primera de las piezas cuando la vibración de su móvil captó su atención indicándole que acababa de recibir un mensaje de texto.

"Te espero en la parada del autobús que está en la parte trasera de la universidad, no demores" —leyó la solicitud que Marck le hizo llegar. Cogió su mochila y aprovechando la falta de vigilancia se esfumó al sitio en el que su amigo le aguardaba.

Al arribar al sitio estipulado el pelinegro ya se encontraba ahí mientras lo veía desenvolver el empaque de lo que reconocía como la tercera paleta de la mañana, al menos eso indicaban las otras envolturas que tenía a su costado.

—¿Acaso cambiaste los cigarrillos por las golosinas?, reconozco que es un hábito más delicioso que el anterior —rio alcanzando una de las variadas opciones que Marck cargaba en una bolsa plástica—. Ahora en lugar de preocuparte por un enfisema pulmonar tendrás que estar preparado para un posible coma diabético —anunció divertido al sentarse en el área vacante.




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