47 Razones para Amarte (libro 1 de la Saga Razones)

Razón #25 - Luz y Oscuridad

La tensión que envolvía el ambiente era aplastante, tan sofocante que le era imposible contener el aliento el suficiente tiempo para siquiera considerarlo una simple respiración. Ninguno de los dos hacía algún movimiento, sólo permanecían estáticos, contemplándose en un doloroso silencio mientras sus lágrimas los cegaban.

—¿Qué haces aquí, Jason?

Y ahí estaba de nuevo ese enloquecedor sonido retumbando dentro de su corazón, los "doki-doki" reaccionaron con el mero timbre de su voz en un mecanismo de reconocimiento. Sus lágrimas cayeron con mayor intensidad en una muestra del aterrador dolor que sentía emanar en carne viva. Dios mío, él la amaba. La amaba a ella, sólo a ella.

—¿Cómo fue que conseguiste entrar?

Le oyó decir a la ojiazul en un segundo intento de que respondiera a su interrogatorio con la voz débil, tan desencajada que le era posible percibir su sufrimiento. Presionó sus dedos contra las palmas de sus manos controlando el demoledor anhelo de sentirle, frenándose al verle observar los cientos de cartas que se desperdigaban sobre las frazadas de la cama y el suelo, aquellas que sin su consentimiento había leído al invadir la privacidad de la habitación.

Retuvo el abrazador latigazo que le lastimó al admirar la hiriente sonrisa que se marcaba en sus labios dedicándole aquel gesto al saberlo descubierto. Su estridente risa se propagó por el amplio dormitorio, no siendo capaz de retirar sus ojos de la máscara que caía a pedazos frente a él. Ella cubrió su boca frenando inútilmente el devastador grito que quemó su garganta, llevándose consigo una parte de su alma. ¿Por qué les habían hecho esto?, ¿por qué?

—Hana... - Enunció apenas aquel nombre haciéndole reaccionar al pretender caminar en su dirección.

—No lo digas —respondió la joven con sus bellas pupilas azules fulgurando, solicitándole se detuviera—. No menciones ese nombre —rogó encarecida con las mejillas enrojecidas y marcadas por las gotas cristalinas que aún continuaban descendiendo. Mordió sus labios para hacer retroceder las emociones incrustadas y acumuladas por tantos años, sin embargo, era una acción imposible, el sello que había puesto por todo este tiempo para protegerse se había ido en el mismo instante en el que bajó del avión que la trajo desde Francia. Era demasiado tarde—. Esa niña ya no existe, Jason —esa era la verdad. Extendió sus brazos para que él se enfocara en los pliegues de papel que desordenaban el espacio—. Lo que resta de ella está aquí —inhaló con hosquedad sintiendo que sus piernas no la podrían sostener—. La Hana que tú conociste está perdida entre estas cartas que le hiciste llegar —confesó desconsolada—. Ella está en esos trozos que te encargaste de esparcir hasta no dejar nada.

—Detente —pidió Jason en un leve murmullo contenido.

—No lo haré, cada parte de su alma está fragmentada en esas cuatro palabras que se grabaron en su memoria hasta aniquilarla, en esas fotografías de una infancia que sólo quedó atrás, en ese peluche de manzana que le acompañó mientras se desmoronaba día a día —sollozó su pena, su cuerpo se encorvaba y sus extremidades se afianzaban a sus ropas para protegerse en busca de un ancla que la sostuviera para no desfallecer.

—No sigas —le dijo elevando el tono de su voz en advertencia, no obstante, está vez ella no se detendría.

—Por tú causa tuve que aprender a reconstruirme —reconoció con la quijada comprimida para evitar liberar la monstruosa sensación de opresión, dejándose envolver por la fuerza de los recuerdos que ahora caían sobre sus hombros de manera abrumadora. Admiró al chico que al igual que ella, también lloraba a unos cuantos metros en la lejanía deseando creer en la indescriptible tristeza que impregnaba sus joviales facciones aún si sus acciones pasadas dijeran una historia diferente—. A diferencia mía, tú aprendiste a seguir adelante y me lastimaste de la peor forma... —empezó a narrar con el filo de la angustia emergiendo—. Me olvidaste.

—¡Basta!

Un estruendo la obligó a cerrar sus ojos previniendo el leve ardor en su espalda cuando su cuerpo colisionara con brusquedad contra una de las paredes adyacentes. El cálido roce de una respiración la hizo estremecer, negándose a enfrentar al responsable de invadir su espacio personal, aquel que respirando con tosquedad reposaba su frente junto a la suya en busca de calma, solo un poco de consuelo. Largos dedos recorrieron sus tibias mejillas apartando con extrema delicadeza los restos de llanto y de las nuevas lágrimas que en un agonizante mutismo seguían apareciendo.

—Por favor... —pronunció Hana en un susurro temeroso cuando una presión mayor se ejerciera para inmovilizarla.

—No digas nada —imploró Jason con aprensión inspirando la familiar esencia de frutillas que se desprendía de su asustadiza rehén—. Escúchame, por favor sólo hazlo —le suplicó con vehemencia, colocando un súbito beso en su pómulo derecho una vez terminara de musitar sobre su oído—. Jamás te olvidé, Hana —le dijo finalmente besando sus cabellos platinados abrazándose a ella—. En diez años no hubo un solo instante en el que no estuvieses presente en mis pensamientos —tomó su mentón para que encarara su mirada y comprobara por su cuenta el peso de su sinceridad, sin embargo, ella se rehusó a tenerle cerca—. ¡Te busqué, maldita sea! —vociferó molestó golpeando su puño en el muro de concreto, atrapado en la impotencia de no poder frenar la situación que a pasos agigantados se escurría entre sus dedos como la arena—. Lo hice, te busqué... lo hice por tanto tiempo que me olvidé de mí mismo —barrió con la manga de su camisa la rebelde lágrima que huyó, viniendo a él esas amargas noches de desvelos, esos días grises en donde la insoportable estadía dentro de esa horripilante casa se hacía más llevadera al traer de vuelta el reconfortante recuerdo de la joven.

—¡No mientas! —emitió incrédula tomado algunos centímetros de distancia entre ambos—. Te escribí desde el primer día que arribé a Francia una vez Catherine y Kevin consiguieran tus datos con el personal del hospital —sonrió rota detallando una mueca llena de nostalgia. Ella estaba reviviendo los sentimientos que experimentara cuándo a sus manos viniera la primera de todas esas crueles cartas—. Aguardé impaciente tu respuesta por días y cuando la obtuve... cuando lo hice —no pudo continuar, sus miembros debilitados se flexionaron para hacerla caer, siendo sujetada por los brazos de Jason que se habían aferrado a su cintura para impedirle lesionarse.




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