Entró presuroso al primer cubículo que había visto disponible asegurándose de colocar el seguro pertinente, no tomándole demasiado para caer frente a la fría porcelana del sanitario y vaciar el escaso contenido que su estómago era capaz de resistir desde hacía poco más de una semana. El intenso sonido de sus arcadas retumbada en las baldosas provocando que la nauseabunda sensación de incomodidad se incrementara y saliera precipitada en forma de una desagradable y amarillenta bilis en un ciclo que parecía interminable. Estaba rosando el límite de su resistencia.
—Sé fuerte Jason, sólo sé fuerte —se animó con la voz destrozada por el esfuerzo.
Limpió los pegajosos residuos que escurrían por su mentón con la ayuda de un trozo de papel higiénico, tiró de la palanca del retrete y salió del reducido espacio por un poco de aire. Abrió la llave del grifo para enjuagar el amargo sabor que se acentuaba en la punta de su paladar, tomando un poco más para refrescar el abrazador calor que se adhería a su rostro pese a la inconfundible palidez.
Elevó la vista hacía el reflejo que el espejo le exponía, admirando el movimiento de las diminutas gotas que se deslizaban por aquellos pliegues de piel cerosa, inhumana, artificial. Cerró sus ojos apartando la mirada al lado opuesto presionando sus dedos en el soporte del lavamanos hasta cortar parte de su circulación. Era difícil, lo era maldición. Inhaló algo descompensado tratando de tranquilizarse, diciéndose que solo era un mal día, uno de muchos, uno que al igual que otros también pasaría.
—Dentro de diez minutos los primeros clientes empezaran a llegar, será mejor que te apresures, Jason.
Le llamó Jong desde el lado contrario de la puerta de madera.
—Entendido, ya salgo Jong —respondió Jason al evidenciar la hora que marcaban las manecillas de su reloj de pulsera.
Lavó sus manos una vez más, comprobó que su enfermiza apariencia no fuese extrema al punto de intimidar a los visitantes y ajustando la gorra que portaba como parte de su uniforme de trabajo se decidió a salir para continuar con sus labores. Sin embargo, un curioso montoncillo castaño postrado en medio del lavabo lo detuvo.
—No, no puede ser —fue lo primero que abandonó su boca al reconocerle.
Ni siquiera era necesario comprobarlo, pero así lo hizo. Sujetó temeroso el frágil contenido ya sin vida entre los dedos, tan traslucidos que era imposible sostenerle con firmeza sin romperles en más partes. Era un mechón de su cabello.
Los latidos de su corazón se detuvieron por una fracción de segundo, empleando cada gramo de fortaleza y valor para retirar la prenda que cubría su cabeza. Una vez más contempló la silueta que le devolvía aquella superficie platinada, observando asustado los espacios desproporcionados que se formaban en su cuero cabelludo a raíz de la perdida a la que se sometía.
Recorrió con dedos temblorosos los contornos de esa cabellera opaca y sin brillo, llenándolos con los incontables trozos que parecían ser atraídos con el más leve de los toques casi como si fuese un imán.
—No... —articuló con dificultad al presenciar la palma de su mano con los pobres restos de su cabello dañado como consecuencia de las sesiones de quimioterapia y la larga lista de medicamentos que se veía obligado a ingerir para siquiera mantenerse en funcionamiento. Retrocediendo impresionado con la amarga visión de un futuro que con tristeza veía más lejano.
Golpeó desorientado con el grupo de puertas de metal que se situaban a su espalda, derrumbándose ante una situación que a cada instante le robaba la esperanza. Sus oídos se bloquearon a la realidad, a los llamados desesperados de quienes angustiados cuestionaban al aire su condición mientras tocaban con insistencia para que abriera corroborando así su funesto silencio, siendo bloqueados por el pestillo de seguridad que el chico había colocado antes de entrar.
El ajetreo que se alcanzaba a escuchar vigoroso desde afuera no llegaba a Jason, ni las suplicas de Jong para que respondiera o la honda preocupación disfrazada en maldiciones por parte de Marck para que se pusiera en pie. Su sistema entero entró en un estado de pánico que le fue imposible frenar, su mente fue sumergida en aquellas vivencias pasadas que había experimentado de la peor forma siendo apenas un pequeño de siete años que había sido lanzado a un universo de pena, desconsuelo y oscuridad, las mismas que le habían marcado a fuego y tan dolorosamente que aún ahora le era sencillo confundirlas con el presente.
—¡Deprisa, llévenlo a urgencias!
Alguien había gritado. Borrones de luz incandescente, personas vestidas de blanco, y ese aroma penetrante que le mareaba. Todos parecían correr sin descanso de un punto a otro como un parpadeo. Algo dentro de sí estaba mal, lo sentía. El aroma ferroso de la sangre se adhería a sus ropas funerarias resaltando entre todo ese lugar inmaculado. La habitación entera giraba causándole vértigos e intentar obtener algo de oxígeno era imposible debido al espeso líquido carmesí que escurría por sus fosas nasales.
—Describan al paciente.
Un nuevo individuo vistiendo un atuendo también en blanco llegó hasta él para tocarlo como todos los demás. Era un poco mayor en edad, su azabache cabello se combinada con otros en tonos grises acentuando su edad, alcanzando a leer en el elegante gafete que colgaba de sus ropas, Dr. Francis Ledford – Oncólogo Pediatra.
¿Oncólogo?, ¿Qué era un oncólogo?
—Infante de siete años aproximadamente, 1.45 metros, sexo masculino, está en bajo peso ya que se registraron 30.2 kilogramos, fue ingresado desde urgencias por una hemorragia nasal incontenible —detalló uno de los enfermeros.
Tenía miedo. Buscó ansioso la imponente figura de su padre localizándolo en toda su temida altura en uno de los pilares del pasillo. Él era el personaje que faltaba en su mundo, a quién más ansiaba conocer, a quién más necesitaba a su lado tras la partida sorpresiva de su querida madre.