Exhaló por enésima vez en esa tarde haciendo un esfuerzo por centrar sus ideas en la actual situación que lo embargaba pareciéndole a cada segundo más irreal. No obstante, el observar aquellos delgados y frágiles dedos entrelazados dulcemente contra los suyos, le devolvía la certeza de que esas tiernas palabras sí habían sido pronunciadas por quién, con semblante soñador, contemplaba el arrullante mecer de los árboles en una posición tan avergonzada como la suya.
Sonrió involuntario, tan perdido y enamorado que los incesantes "doki-doki" de su corazón zumbaron eufóricos arrancándole el aliento de golpe. Por fin podía admitir sentirse completo, por primera vez en mucho tiempo se sentía vivo. Elevó también su mirar a la fantástica gama de colores que pincelaban las hojas que danzarinas se agitaban en el aire, reflejando esos tonos explosivos de naranjas, rojos y ocres, inundando los rincones con una cálida sensación de nostalgia. Una adorable despedida.
—"Una despedida..." —susurró bajito una vocecilla dentro de su mente con una calma tan escalofriante que le erizó los vellos de la nuca.
Sus pisadas su fueron deteniendo hasta permanecer inmóviles, tan quietas que sin prevenirlo quedó atrapado en una realidad que a cada segundo se fortalecía de manera amenazante con la intención de arrojarlo a un abismo de oscuridad. Su extremidad derecha se vio liberada de pronto sintiéndose indefenso, abandonado a la deriva en una dimensión que lo arrastraba a pasos agigantados y en la que se rehusaba formar parte.
No quería hacerlo, no debía dejarse amedrentar.
El cantarín sonido de una jovial risa inundó los metros que le colindaban fungiéndole esa característica paz que tenía el poder de actuar como un anestésico emocional. La admiró en la distancia, siendo un mero espectador que cautivado la observaba jugar con los montículos de hojas secas que se desperdigaban a su alrededor. Todo transcurría en cámara lenta, borrones de un mismo escenario en dónde sólo importaba ella.
Hana lanzaba montoncillos al viento que empezaba a enunciar las primeras palabras de un melancólico otoño mientras sus brazos se estiraban en una pose juguetona para atrapar todas las hojas que fuesen posible, restándole importancia a las múltiples ramitas y restos de naturaleza que ahora decoraban de forma desaliñada sus largos cabellos platinados asemejándola a una niña. Su pequeña niña.
Ella era un completo caos y, sin embargo, para él estaba perfecta.
Siguió presuroso los invisibles hilos que tiraban desde el interior de su alma para guiarle a cualquier lugar en dónde la joven se encontrara, permitiendo que halaran de su total voluntad para así, romper los metros que los alejaban. Tomó cada extremo de sus mejillas con suavidad, apreciando el ardor electrizante recorrer sus células ante el leve roce de sus pieles juntas. Tan intenso, tan sublime, tan increíblemente mágico que lo aturdió. Ascendió ansioso su rostro hasta encararlo con el suyo, poseyendo en un arrebatado anhelo los labios que le recibían con reconocimiento.
—Te amo —admitió Jason separándose sólo unos pocos milímetros con la voz enronquecida, descansando su frente junto a la de la chica que respiraba entre cortos y pesados intervalos buscando estabilizarse—. Te amo tanto —declaró de nuevo hundiéndose en el océano pintado de azul que quemaba en el fondo de aquellos iris que le miraban tan brillantes que no consiguió frenar el deseo de volver a besarle, llenándose del dulzor de las frutillas, las miles de mariposas y de aquel maravilloso universo de manzanas, crayolas y polvo de hadas que parecía resurgir para hacerle sentir feliz. Hana era su casa, ella era el lugar al que siempre podría llamar hogar.
—También te amo, Jason —respondió Hana tan sincera que un pesado nudo se instaló en su garganta al instante de oír su revelación—. Por siempre juntos, ¿cierto? —lanzó la pregunta que frenó por unos segundos los latidos de su corazón, viéndose obligado a ignorar la leve presión con la que se cerraban los dedos de la joven sobre su ropa en un acto que podría considerarse como desesperado.
Ella se afianzaba a él, apresando fuertemente la tela de su abrigo, ocultando el surgir de las lágrimas que quemaban en la comisura de sus bellos ojos azules. Lo sabía, Hana estaba al tanto de los terribles avances con los que se manifestaba su enfermedad durante las últimas semanas, respetando por entero la decisión de Jason de postergar el momento justo para comunicárselo.
La amparó en la protección de sus brazos, rasgándole de a poco los bajos sollozos que la oijazul trataba de contener para impedirle ser partidario de su hondo dolor. Acarició sus plateadas hebras en una silenciosa manera de otorgarle consuelo, accediendo a que aquellas hojas de otoño que escapaban libres por el infinito se llevaran consigo su triste confesión.
—Estaré a tu lado Hana, al menos hasta que la cuenta regresiva de mi reloj marque cero.
----------
Era muy entrada la madrugada cuando le recibió la común y enfermiza quietud de la casona de los Brown mientras traspasaba de lleno el solitario vestíbulo, tan semejante a un limbo. Sin espíritu y humanidad.
Frotó los costados de su vestimenta en busca del calor faltante pretendiendo deshacerse de la molesta pesadez corporal que aún le acompañaba tras haber arribado en el último vuelo que la aerolínea tenía disponible con destino a Boston. El correo electrónico que había recibido unas horas atrás había sido demasiado especifico, el departamento administrativo del Instituto Dana-Farber, le solicitaba la información correspondiente a su seguro médico tras haber encontrado ciertas anormalidades que por cuestiones éticas les fue imposible manifestarle en el mensaje enviado, algo que en su condición no podía permitir pasar por alto.
Pasó de largo el pasillo principal con la marcada idea de hacer el menor ruido posible, estando dispuesto a subir los primeros dos escalones que le llevarían a su habitación para así recuperar la documentación requerida, sin embargo, el sorpresivo estallido de objetos resonando en el reservado espacio lo hizo replantear sus acciones.