47 Razones para Amarte (libro 1 de la Saga Razones)

Razón #30 - El Lado Oscuro de la Luna

Su cabeza se sacudía con un zumbido permanente botando fuera de sí todo lo que no formara parte de aquella simple oración que en un desafortunado giro de los acontecimientos había sido partidario. Un sentimiento extraño lo recorría desde todos los ángulos y direcciones, era algo turbio, peligroso, tan vivo y latente que lo sentía como un ente independiente que se movía junto a él.

—¿Qué fue lo que dijiste? —asaltó Jason al entrar al silencioso recinto, redirigiendo la atención de aquel par de ojos esmerilados que le observaban sin reaccionar.

—Jason... —Matt fue el primero en llamarle después de algunos minutos, no pasando de largo el desmejorado aspecto que el chico reflejaba.

Las cálidas lágrimas asomaron con mayor fuerza al entender que su padre estaba en lo correcto, la leucemia de su hermano había vuelto. Intentó aproximarse para verificar su condición, sin embargo, Jason de inmediato alzó sus escudos para mantenerle en la distancia.

—Aléjate de mí —lanzó mordaz, tan cruel e imperturbable que Matt retrocedió tambaleante en modo de defensa. Jason se sentía traicionado por segunda ocasión—. Habla —se giró para ver ahora al imponente hombre de mediana edad que le miraba con reconocimiento, simulando buscar en él al desvalido pequeño que había abandonado a su suerte en los muros de un palacio inmaculado.

—Lo escuchaste perfectamente, ¿no es así? —prosiguió Jack a decir sin inmutarse mientras admiraba una vez más esos ojos color caramelo que le recordaban todo cuánto había amado y perdido de forma irremediable—. Qué importancia tiene que conozcas los detalles, eso no cambiará el hecho de que ella se fue. Elizabeth está muerta, fin del asunto.

—¡Papá, ya basta! —alegó Matt inquieto, apreciando de cerca cómo la oscuridad absorbía la dulzura que viera irradiar en Jason desde que fuera un adorable niño.

Una mueca sarcástica delineó las filosas mejillas del menor de los Brown, una sonrisa tan hueca que una débil alarma se hizo sonar dentro de Matt, previniéndolo. Estaba frente a frente con una criatura herida, una que sin titubeos atacaría a quienes consideraba sus agresores sí se veía amenazada por ellos.

—¿Esa es la manera en la que agradeces el que haya solventado los gastos del tratamiento de tu madre y el tuyo?, eres tan ingrato y orgulloso como ella —aludió Jack tomando posición en el mueble de piel que se situaba detrás del fino escritorio, enmascarando las emociones que por décadas aprendió a controlar.

—¡Deja de mencionarla, maldita sea!

Unos fuertes brazos fueron cerrados en la base de su cintura para impedirle arremeter en contra del hombre que ensuciaba la memoria de su madre con su sola presencia. Bajó la mirada hasta reconocer los negros rizos de Matt, entendiendo que él le había impedido atacar físicamente a su padre empleando toda su fuerza para mantenerlo inmovilizado.

—¡Jason, tienes que entrar en razón! —comenzó diciéndole conciliador—. A pesar de todo él es nuestro padre.

Cada uno de los miembros de su cuerpo cedió ante su suplica, digiriendo de a poco aquella corta palabra que le dejaba un amargo sabor de boca. Cinco letras que tuvieron el efecto de vaciar su cerebro arrojándolo a la nada, casi como si su hermano hubiese hablado en un idioma que desconocía y en efecto. Él ignoraba a lo que se refería, estaba en una dimensión paralela.

—¿Padre? —la palabra salió libre de sus labios, cruda, plana, tan amorfa como lo estaban los inestables sentimientos que le profesaba al sujeto que únicamente reconocía como progenitor gracias a los lazos sanguíneos que ante el mundo lo relacionaban con él—. Yo nunca he tenido un padre, Matt —retiró con suavidad la lágrima vagabunda que corrió por el mentón del chico ubicado a sus pies, siendo participe de su tristeza— Aprendí a no necesitarlo.

Matt estaba por apelar, no obstante, Jason le dio una contundente negativa para guardar silencio. Encaró al que de acuerdo con la sociedad y la genética estipulaban que debía llamar padre, contemplándolo tal y como aquella primera vez que se apareciera en los terrenos escolares con apenas siete años. Tragó el duro bulto que oprimía su pecho, aceptando las escalofriantes similitudes físicas que había entre ambos con excepción de sus ojos, un detalle que seguramente Jack Brown ya hubiese juzgado con bastante tiempo antes que él. Para satisfacción o quizás castigo del propio Jack, Jason había heredado la dulce mirada de Elizabeth.

Ahora finalmente lo comprendía después de años de agonía, Jason representaba el recordatorio constante y permanente de su crimen en contra de su madre. Cada vez que Jack lo mirara vería la luz de Elizabeth nacer en él, acusándole en reservas del pecado que había cometido contra un ser inocente.

—Jamás lo entenderé, ¿sabes?

Jack le miró con fijación, disfrutando de ver al único de sus dos hijos que despertaba una onda y retorcida sensación de orgullo en sus entrañas.

—No entiendo, cómo mi madre le dio su corazón a un monstruo como tú —se movió unos pasos fuera del toque de Matt—. Cómo es posible que llorara cada noche tu ausencia y al día siguiente me sonriera si su alma estaba hecha pedazos por tu causa.

Avanzó hasta el borde del escritorio viendo el pesado folder amarillo que estaba sobre puesto en la superficie, ignorante de su amenazador contenido.

—Esa mujer que dejaste a su suerte conmigo dentro de su vientre fue mi madre y padre, ella era mi universo —respiró hondamente antes de continuar—. Ella preservó intacto tu recuerdo para que yo no te odiara y hasta en sus últimos instantes la hiciste sentir dolor —descendió hasta la altura de Jack, susurrando sólo para él la verdad que quemaba ansiosa por ser libre, una sentencia que le daría algo de justicia a la premeditada muerte de Elizabeth—. Pase lo que pase, nunca seré tu hijo Jack Brown. Te juro que cada día de mi vida lucharé para no ser como tú y cuando tenga hijos, yo sí sabré ser un padre.




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