Esquivó los fríos cuerpos de metal que bloqueaban su camino, ignorando los reclamos del irritado conductor del taxi que gritaba desde la ventanilla numerosas promesas que ponían en cuestionamiento su futuro bienestar sí es que él no se atrevía a retornar y pagar los dólares que el hombre exigía por llevarle hasta los límites del aeropuerto. Giró la cabeza para verle desde la distancia que con cada trote se extendía, agitando su brazo en el aire a modo de disculpa. Él no volvería.
Las gotas de lluvia cayeron pesadas ese 21 de junio entorpeciendo sus movimientos, alzándose entre todos esos ruidos de claxon, rugidos de motores y el chirrido de las llantas que frenaban con esfuerzo debido a la fricción del asfalto mojado empeorando desastrosamente el tráfico.
Buscó con la mirada los familiares letreros que le indicaran que estaba próximo, suspirando aliviado al comprobar que solo restaba un tramo más y estaría ahí. Su calzado derrapaba contra las brillantes losetas estando por estrellarse en más de una ocasión de frente con ellas, sin embargo, debía apresurarse de lo contrario sería demasiado tarde, el tiempo se agotaba. Escaneó al tumulto de personas que se desplazaban ajenas por sus costados, deseando encontrar en ellas esos divertidos ojos color verde esmeralda, esa contagiosa e infantil sonrisa y esos saltarines rizos oscuros que parecían desconocer el sentido de la palabra gravedad.
Se rio ante el pensamiento, rompiendo su gesto al entender por primera vez el invaluable significado que Matt tenía en su vida. Soltó de a poco el aire que rehusaba entrar y así poder bajar los niveles de ansiedad, hallando la fuerza para continuar con la misión de localizarle antes de que su hermano abordara el avión que le llevaría hacía su sueño, a un lugar en dónde los sombríos miembros de la familia Brown no formarían parte ni intentarían arrebatárselo.
Trató de recorrer cada una de las áreas disponibles, pero sin el conocimiento previo del posible destino al que partiría Matt, era una misión bastante complicada. Se tomó unos segundos para reponer las energías perdidas, distrayéndole la melodía proveniente desde uno de los bolsillos de su pantalón deportivo. Su pulso se alteró al reconocer el número del ojiverde en la pantalla táctil de su móvil, tomándole dos intentos completos para responder la llamada de quién le aguardaba desde el otro lado de la línea.
—Te miras triste, ¿ya me extrañas? —preguntó con cierta gracia Matt en cuánto el contador se activó, obligando a Jason a erguirse de inmediato y emprender la enorme labor de observar los 360 grados del espacio para tener la oportunidad de dar con su ubicación.
—Por favor, Matt, ¿en dónde estás? —le dio por respuesta palpándose su angustia. Jason analizó con cuidadoso esmero a la gente que transitaba cerca, no pasando por alto las curiosas reacciones que manifestaban al verle en ese caótico estado mientras miraba de un polo al otro y viceversa.
—Estoy cerca —le dijo el mayor de los Brown con una nostálgica voz en señal de despedida—. Aunque no me veas, yo siempre estaré cerca de ti, Jason —prometió con firmeza, saliendo de la esquina del pasillo inverso para admirar la juvenil figura de su hermano menor moverse desorientada sin poder encontrarlo.
—¿Por qué no me dijiste que te irías, Matt?, ¿por qué no confiaste en mí? —acusó dolido aferrándose al aparato que sostenía entre sus manos sudorosas.
—Lo lamento, Jason —se disculpó Matt—. El mantenerte lejos de este asunto, fue la única forma que se me ocurrió para que papá no descargara su ira sobre ti gracias a mi causa —explicó paciente, vislumbrando cómo el joven vestido con unos simples pantalones cortos y chaqueta apresaba la quijada para negar el descender de las lágrimas— Era mi deseo verte entrar a la universidad, hacer amigos, tener un trabajo y una profesión que amaras, ahora que ya lo has hecho puedo irme sin preocupaciones —guardó silencio para tranquilizarse, respiró pausadamente y prosiguió—. Te prometo que haré realidad mi sueño, volveré siendo un gran fotógrafo y las personas conocerán la manera en la que veo el mundo a través de mi arte —sostuvo el pequeño maletín que contenía a su querida Adele, siendo todo con lo que contaría ahora que había renunciado al destino que Jack Brown manipuló para su beneficio personal.
—¿En verdad vale la pena que te expongas, Matt? —cuestionó Jason, teniendo una idea de las atroces consecuencias que se dejarían caer sobre su hermano una vez su avión despegara de plataforma.
Solo fue un instante de distracción en el ángulo perfecto, un vistazo afortunado que el destino le ponía a su disposición para que su mente preservara ese momento y no lo dejara ir. Ahí estaba Matt, sonriente, feliz, tan lleno de una contagiosa luminosidad que algo dentro de sí le confirmaba que su hermano estaba haciendo lo correcto. Él ya no tenía por qué dudar.
Lo contempló por última vez tomando su amada cámara junto a él, grabándose en lo más hondo de su alma el significado de aquellas palabras que le dijera antes de marcharse dando por concluida la llamada.
—Vale la pena luchar por lo que amas. Vale la pena vivir, Jason, no lo olvides nunca.
Una incandescente luz blanca le desorientó momentáneamente obligándose a adaptarse a la premeditada invasión que recibieron sus ojos una vez volviera de la inconciencia. Sus sentidos se activaron conforme sus fuerzas retornaban, aturdiéndole todos esos ecos de voces extrañas, pisadas presurosas y el característico olor del desinfectante que le inducia náuseas. Estaba en el sector de urgencias de algún hospital.
Se irguió de la suave superficie en la que había despertado, frenándose ante el latigazo de dolor que caló desde sus hombros hasta la parte superior en un aviso silencioso para que detuviera sus intenciones de continuar. Tocó el esponjoso protector que recubría su cuello, guiándose de a poco hasta la notoria línea de puntos de sutura que cerraban la zona enrojecida en la parte frontal de su cabeza.