47 Razones para Amarte (libro 1 de la Saga Razones)

Razón #33 - Señor Tiempo

Recorrió los largos corredores inundado por altas figuras vestidas de blanco, unas yendo, otras viniendo, pero ninguna de ellas estaba del todo quieta. Detuvo sus intenciones de continuar solo por unos segundos, permitiendo que la enfermera que le acompañaba continuara caminando por su cuenta dejándole atrás. Centró sus sentidos en esos llantos distantes, en esas suplicas que se perdían en el interior de esos muros tan pulcros, siendo por primera vez consciente del agobiante tormento por el cual había tenido que pasar Jason cuando le recluyera con tan solo siete años.

Unos leves golpes sobre su hombro lo hicieron reaccionar, colocando su atención en la menuda mujer que insistente le cuestionaba la razón del porqué había divagado momentáneamente en medio del pasillo.

—Descuide, me encuentro bien —respondió a la asistente haciendo un ademan con la mano para reafirmar su comentario y restarle importancia a ese desagradable inconveniente.

Avanzaron los metros restantes hasta llegar a un área en específico, aquella que portando un letrero en la parte superior le indicaron que habían arribado al sitio indicado. Oncología. En el interior ya estaba aguardando por él la trabajadora de la salud que había sido la responsable de guiar los cuidados de Jason, acortando así la brecha de las posibilidades que la mujer deseaba tratar con tanta urgencia.

—Por favor, tomé asiento —le indicó la doctora Davis sin prolongar las formalidades con el semblante contrariado, señalando el reconfortante mueble situado frente a su escritorio mientras el sonido de la puerta a sus espaldas, le confirmaba que ambos estaban a solas.

La observó abrir gruesos folders amarillos, retirando cada uno de los documentos antes de organizarlos estratégicamente en la superficie al alcance de sus ojos, evidenciando que deseaba que él conociera los variados datos numéricos que resaltaban en una escalofriante tinta roja.

—He intentado comunicarme con Jason desde el día de ayer sin resultados, pero él no atiende su móvil ni mis correos electrónicos —la escuchó decir con ansiedad, brindándole una nueva ojeada a las cifras que estaban impresas en aquellas hojas de papel en busca del más mínimo error, desafortunadamente no lo había—. Si me tomé el atrevimiento de llamarlo fue por que es usted quien figura en la responsiva de su seguro médico y perder más tiempo en una situación como esta, es algo que no podemos permitirnos, señor Brown.

—Deje los rodeos, doctora —atacó despectivo, exigiendo con la agudeza de su mirada una pronta explicación.

—Señor Brown, en la mayoría de los casos un cáncer reincidido vuelve con mayor fuerza —oprimió las impresiones entre sus manos para después encerrar con un marcador la monstruosa cifra, ocasionando que la diferencia contra los parámetros normales fuese más terrible—. He estudiado los últimos análisis que Jason se ha practicado para ver la evolución de la enfermedad, por desgracia no está respondiendo de forma optima al tratamiento, por el contrario, la leucemia ha avanzado.

Una dolorosa punzada se alojó muy dentro. Cogió las hojas que la doctora le cedía, no teniendo ni la menor idea de la mayoría de los nombres extraños que aparecían en muchas de las variadas tablas, sin embargo, no era difícil entender que, en efecto, los resultados distaban bastante de lo normal. La diferencia era enorme.

—¿Qué es lo que recomienda? —preguntó el hombre mayor sin apartar la vista de aquellos números pintados de carmesí y fuera de proporción.

—En su situación, Jason es candidato a un trasplante de médula —empezó a explicarle la doctora Davis— Ya me he comunicado al banco mundial para solicitar a un donante compatible en el menor tiempo posible, no obstante, él necesitará estar hospitalizado y aislado para realizar un procedimiento agresivo con quimioterapia y eliminar la mayor cantidad de células cancerígenas, de esa manera los riesgos por parte de su organismo serán menores.

Una escabrosa idea rondó por su cabeza al dejar los documentos en el escritorio. Hizo un criterio rápido y profundo de los escenarios disponibles, estando convencido que en sus manos estaba la opción idónea. Importándole poco el terrible sufrimiento que sus acciones podrían desatar más adelante. Tomó una de las tarjetas que estaban al alcance, escribiendo en el reverso una dirección, el número de la habitación de una institución médica y un nombre en particular cerrando su fatídico designio.

—No entiendo, señor Brown —le dijo la mujer aceptando el trozo de papel con claro escepticismo.

—Comuníquese con el responsable de cuidados intensivos para que él le de acceso a los expedientes, exámenes de laboratorio pertinentes y todo lo que sea requerido por usted y sus ayudantes —mencionó poniéndose de pie, alisando las falsas arrugas de su impecable traje ejecutivo—. En ese hospital esta su futuro donante —informó con una retorcida sonrisa figurada en su rostro, perdiéndose sin demoras en una de las esquinas del pasillo con rumbo a la salida.

Solo bastaron unos segundos para que la mujer dentro del consultorio le diera vuelta a la pequeña tarjeta para poder leer su contenido, reconociendo el nombre que se perfilaba en la parte posterior del papel como el candidato perfecto para salvar la vida de su querido paciente.

Matt Brown. 

 

 

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Las primeras señales de la tarde estaban manifestándose cuando descendió aprisa del taxi que habían abordado a su llegada al aeropuerto. Sus manos sudaban y sus palpitaciones las sentía intensas en la base de sus sienes, pero se forzó a sí misma a tranquilizarse, guardar la compostura y que la preocupación que se ceñía con fuerza voraz en la boca de su estómago no terminara por consumirla. Ella debía ser un apoyo para Jason, no un pendiente más que agregar a su caótica existencia.

—Espera aquí Hana, haré una llamada a Jong para comunicarle que llegamos a Boston sin problemas —avisó Marck con el celular en mano.




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