47 Razones para Amarte (libro 1 de la Saga Razones)

Razón #34 - Al Final del Arcoíris

Los murmullos de los diferentes entes que se movían en un constante vaivén se percibían lejanos. Las conversaciones triviales hechas durante el almuerzo, las condiciones del clima que nuevamente distaban de ser ciertas a lo pronosticado en el noticiera de la mañana o incluso el haber usado un atuendo incorrecto por la poca disponibilidad de tiempo, eran algo de lo que podía comprender dentro del mar de confusión que aturdía sus pensamientos. Alzó con pereza la vista hacía esas sombras que empezaban a cobrar forma, tan ignorantes, tan egoístas del sufrimiento que a cada segundo parecía cortarle el aire, devorándole la vida. Su corazón se mantenía en pausa, latiendo solo por latir en un mundo en donde todo continuaba girando a su ritmo normal sin importar que él anhelara que fuese lo contrario, apartándolo como a un intruso que no entraba a formar parte de aquella perfecta sincronía. Era el espectador de una película sin subtítulos, una que ya no podía ni deseaba entender.

Los acontecimientos seguían reproduciéndose dentro de su mente privándole de paz, llevando por mero instinto a cubrir sus oídos para que el sonido incesante de cada una de las maquinarías que estuvieron conectadas a las extremidades de Matt cesara. La imagen del cuerpo de su hermano siendo elevado por las poderosas descargas eléctricas que recorrieron sus células mientras una línea luminosa plasmada en una pantalla le gritaba que se había ido, sería una condena que lo perseguiría de manera indefinida.

No registró el arribo del grupo de sujetos vestidos con un pulcro color blanco que se aproximaron a paso cauteloso hacía los integrantes de la familia solicitando les prestaran atención. Los vio mover sus labios sin que uno solo de los vocablos que abandonaban sus bocas fuera entendible o al menos registrado, siendo Eve Brown, la causante de romper ese agobiante mutismo con el desgarrador grito de dolor que lanzó en negación a los hombres que aún sostenían entre sus manos las evaluaciones medicas que confirmaban el desalentador diagnóstico con el que sentenciaban a su hermano.

Estaba tan desorientado que ni siquiera fue previsor de la fuerza anexa que sin miramientos arremetió en su contra levantándolo desde los asientos ubicados en la sala de espera, postrándolo en un limpio movimiento en una de las paredes. Quiso defenderse, protegerse de los asaltos físicos que caían uno a uno, decirle a la persona que lo agredía que él era inocente, que las acusaciones que escupía con rencor eran infundadas porque todo había sido un terrible accidente, sin embargo, le fue imposible. Él se sentía culpable. Sus brazos cedieron a los remordimientos que labraban su camino con éxito, permitiéndole a su verdugo le castigara con el devastador peso de su odio.

—¡Esto es tú culpa! —dijo contundente la mujer mientras otro golpe era impactado en el rostro del chico, observándole con ese desprecio encarnado fulgurando desde lo hondo de sus orbes esmeraldas. —¡Sólo tú eres el responsable! —le acusó sin reprimendas con las ardientes lágrimas decorando sus sonrojadas mejillas—. ¡Eres tú quien debería estar en esa maldita cama de hospital y no él! ¡No él! —expresó desesperada al cerrar sus dedos en la base del cuello de Jason.

Varios trabajadores incluyendo a Jack, fueron requeridos para detenerla, tirando insistentes de ella en la dirección opuesta. Todo lo que acontecía eran manchones borrosos, gente agitada moviéndose de una esquina a otra, escenas tintadas de una vida que no era la suya, partes de un laborioso rompecabezas en donde él era la pieza sobrante.

—¿Estás bien? —cuestionó minutos después uno de los asistentes que se había quedado para auxiliarlo cuando el pasillo había sido despejado—. ¿Puedes escucharme? —le interrogó al ver su notorio estado de conmoción, sacando de sus ropas una diminuta lámpara que sin demoras fue colocada cerca de sus ojos.

—No es necesario —mencionó Jason apartando con el dorso izquierdo la molesta luz.

Sus sentidos se reagruparon en esa abrupta realidad que lo cercaba, concediéndole al malestar general hacer acto de presencia, estallando de inmediato el metálico sabor de la sangre en el interior de su boca junto con la irritante sensación de los trozos de piel rota. Recorrió las abrazadoras huellas que ahora tatuaban su carne, desprovistas del collarín de seguridad que la esposa de su padre había hecho girones en el borde de su locura.

—Será mejor que te lleve al área de urgencias para que te realicen nuevos exámenes —explicó el joven interno brindándole apoyo para caminar.

—No iré a ningún lado —aseguró Jason sin dar indicios de un cambio de opinión rehusando su ayuda.

—Pero los puntos de sutura de la cabeza están...

—¡Basta! —vociferó exaltado tomando por sorpresa a su acompañante—. Respiro, ¿no es así? —declaró Jason hastiado, accediendo al atrayente impulso de desaparecer. Una mueca de ironía enmarcada en sus facciones—. Supongo que eso es suficiente, así que, por favor, solo vete.

Un discreto asentamiento fue despedido por el estudiante de la salud que obedecía a su petición de brindarle un poco de privacidad, agrietándole un fragmento del alma la compasiva estrofa que había pronunciado en nombre de su miseria y sufrimiento.

—Lo siento mucho.

Se derrumbó teniendo como único testigo a las incontables lágrimas que descendían silenciosas acrecentando su pena, siendo ellas el reflejo atroz de las consecuencias que había desatado sin previo aviso al haber ignorado las suplicas de Matt para que se detuviera, para que le escuchara y le permitiera así, continuar dentro de su vida.

—Perdóname... —musitó Jason sin aliento, bajito, perdido por completo en su desolación ante alguien que no estaba ahí en ninguna de las formas posibles—. Por favor, perdóname, perdóname... — refirió casi en forma de plegaria en un llanto irrefrenable, un mantra que enunció una y otra vez en busca de una gota de consuelo que bastara para enmendar lo que había ocasionado.




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