El delicado aroma del incienso flotaba en el aire casi como un mágico velo de telarañas haciendo que la atmosfera fuera lúgubre y siniestra, tan perturbadora que las decenas de figuras religiosas parecieran insuficientes para santificar aquel recinto de pecadora benevolencia.
—"Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá" — citó el sacerdote en tono conciliador el pasaje de la biblia mientras dirigía la mirada a los dos integrantes de una familia marcada por la desventura, y en donde el último de ellos se mantenía atrapado en los confines de una elegante urna en el centro de la habitación.
Las palabras dichas para aminorar aquel sentimiento de perdida no llegaban hasta sus oídos, esa tranquilidad disfrazada de resignación no se hacía presente para aliviar el dolor que debía latir por su cuenta hasta cortarle el aliento. Aguardó un breve tiempo para su arribo, para esa sacudida inesperada que tomaría la forma del desconsuelo, no obstante, sus intentos fueron inútiles. Suspiró con desconcierto al esperar por algo que quizás no estaba ahí, y en efecto. Su corazón no lamentaba haber perdido al hombre por el que el cura oraba entre piadosas frases, porque él, ya había llorado la muerte de su padre muchos años atrás.
El resto de la ceremonia transcurrió sin inconvenientes. Las continuas plegarias fueron promulgadas en busca de un perdón inmerecido para quién ahora no era más que polvo y cenizas, los infelices despojos de un ser que en vida había dañado a tantos, y que hoy serían recluidos en una prisión imaginaria. Jack Brown había escapado de la ley humana, pero en su lugar, él pagaría una condena eterna.
——se animó a decir Jason una vez la sala fuese desalojada por las únicas personas que habían acudido a despedir a quién sólo en inocentes sueños se atrevió a llamar padre.
Tanto el clérigo como su madrastra se habían marchado. No había amigos cercanos que dieran sus condolencias, ni compañeros de trabajo que murmuraran los pormenores de los acontecimientos o siquiera rivales que gozaran con los trágicos y escabrosos hechos. ¿En dónde estaban todos ellos? Una vida que antes brillaba gloriosamente como el resplandor de un osado diamante, hoy se apagaba en medio de una amarga soledad.
—Desde el inicio y hasta el final tu existencia fue triste —una lastimera mueca se delineó en sus labios, borrándose tan rápido como se había formado. Sus dedos recorrieron los granulosos relieves que tallaban la superficie de mármol, compadeciéndolo por un breve instante—. Aún en la muerte estás solo, complemente solo, Jack Brown.
Sin huellas, sin testigos, los hilos del destino se habían encargado de desaparecer los vestigios de su paso por el mundo de los vivos, ubicándolo en la posición que le correspondía de acuerdo con el peso de los pecados que había cometido. El olvido.
—Quisiera recriminarte tantas cosas —dijo Jason sin quebrantarse, consiente que ahí adentro no había nadie que pudiera contestarle, sin embargo, dejó correr el pesar que heria desde el fondo de su alma—. Lo que le hiciste a mi madre... —mencionó dolido—. Lo que le hiciste a Hana e incluso a tus propios hijos, simplemente no puedo perdonarlo —el chico admitió con valentía—. No tienes mi perdón ahora, ni lo tendrás en un futuro cercano.
Respiró el aire sintiéndose más ligero que antes, tan liviano que la calma ausente estaba de vuelta para disminuir sus penas. Dio media vuelta con las manos metidas en los bolsillos de su vestimenta, frenándose unos segundos para proseguir. Se despidió del hombre que por mucho tiempo su infantil mente idealizó en una bruma repleta de fantasías, de ese individuo que lo dejó ir cuando la leucemia lo lanzó a las puertas del infierno para después mostrarle él un calvario más terrible.
Hoy le diría adiós a un amargo episodio, uno que desde luego no podría cambiar, pero sí aprendería a redirigir de ahora en adelante. Vio el sepulcro que se quedaba atrás tal y como lo era su pasado, haciendo a Jack partidario de su decisión.
—A partir de hoy seré Jason Bennett.
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Las semanas venideras fueron una completa vorágine de emociones en su empeño de localizar algún rastro del paradero tanto de Hana como de Jong, sin embargo, cada uno de sus esfuerzos resultaron inútiles. No había la menor pista o huella que pudiera brindarle una leve esperanza de volver a tenerla cerca y el tiempo que tenía a su disposición se desvanecía a una velocidad que ya no le era posible controlar. Debía iniciar la siguiente etapa de su tratamiento antes de que fuera demasiado tarde.
Dio unos toquidos a la puerta del consultorio que tantas veces había visitado, entrando de lleno al escuchar la aceptación por parte de la especialista. La doctora Davis le recibió con su acostumbrado entusiasmo maternal, haciendo que el malestar que cargaba a cuestas fuera un poco más tolerable. Decenas de hojas cubrían el sofisticado escritorio, reconociendo en ellos su largo historial médico durante los últimos meses. Los números pintados en un macabro rojo resaltaban de manera preocupante dentro del papel, dándole un indicativo sumamente realista y devastador.
—¿Cómo te has sentido? —preguntó la oncóloga algo alarmada por la deteriorada condición física que reflejaba Jason desde su anterior revisión.
Sin obtener respuesta se aproximó a su paciente para examinar mucho mejor la piel tan grisácea como la de una figurilla de cera, los enormes círculos oscuros que se cernían bajo sus cansados parpados, los manchones purpuras pincelados en diferentes trayectorias, las laceraciones provenientes desde el interior de sus encías. Contuvo una maldición al ver la inmensidad de ropa sobresaliendo en aquel delgado cuerpo que perecía, asemejándolo a un niño que jugaba a vestirse como adulto en su afán de divertirse.
—Jason, lo siento, pero no podemos aguardar más tiempo —le dijo ella sin pautas a una negativa por parte suya—. Entrarás en aislamiento preventivo de inmediato y daremos marcha a la primera fase —explicó a prisa dirigiéndose hacia la salida mientras daba las indicaciones pertinentes desde el móvil dejándole a solas.