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Capítulo 02: Las provisiones

— ¿Qué has hecho ahora, Sigrid? —Pregunta mi madre bajando la cabeza.

—  Enterrar el cuchillo en la mesa, perdona —le sonrío y ella me mira de nuevo, dejo de “cuchillo para mantequilla” para tomar uno con punta que sirve para cortar y enterrar.

— ¡¿POR QUÉ ÉL ESTÁ AQUÍ?! —levanta la voz y señala a Humberto.

—Cálmate, mujer — digo mientras pongo los ojos en blanco — sólo caminé sobre unas flores — digo mirando un punto en la pared.

— La flores blancas —específica Humberto.

— Sigrid, ¿por qué lo haces? — Pregunta mi madre mirándome con asco, desprecio y horror.

— Sólo son flores — digo y empiezo a mover la muñeca para lanzar el cuchillo, las flores blancas son símbolo de paz aquí en Toev.

— Las madres han exigido que ella pida perdón, porque asustó a los niños —dice Humberto.

— Sí, ella lo hará  — dice mi madre, tomo aire.

— Y una mierda — tiro el cuchillo y este se clava en la cabeza de uno de los hombres que están en el cuadro de mi madre.

— ¡DIOS MÍO! — grita ella al mirar el cuadro — ¡vete de casa y no vuelvas sin las provisiones y sin hacer lo que dijo Humberto! —pongo los ojos en blanco y me levanto de la silla.

— Cómo quieras — le digo y voy en dirección a Humberto.

— Te daré un listado de las casas — empieza hablar cuando estamos a unos metros de casa, camina en dirección a la entrada de Toev y voy detrás del gran hombre.

— Humbertito, buen amigo mío. — le digo tocando su espalda con el  dedo — no me harás complacer a las personas, ¿verdad?— le digo y él se detiene en seco.

— Te he dicho mil veces que no me digas así, que no soy amigo tuyo. Así que cállate y muestra un poco de cordura. Chiflada. — sonrío, me gusta sacar a la gente de sus casilla ya que no pueden hacerme nada.

—Humbertito, me estaba preguntando: ¿si vuelvo a lo que llaman colegio me aceptarán o me dejarán fuera? — Pregunto, pero ni loca vuelvo allí, no volveré a un lugar para fingir que lo que hay allí afuera no existe, como si siguiera en el mundo de antes —Humbertito… — él levanta los hombros — ¿me dejarán lanzar cuchillos? — nos detenemos de nuevo y él me entrega una lista.

— Mañana ayudarás a repartir el resto de comida, la llevarás al colegio, enfermería  y las semillas al huerto. Y no, no volverás al colegio o lanzar cuchillos allí — pongo los ojos en blanco y empiezo mi ruta para decir “perdón por pisar las flores”.


 


Después de visitar varias casas y que madres me cierren la puerta en la cara, voy por la provisiones. Camino hasta la entrada de Toev, y allí está el camión que cada mes vuelve para darnos comida. Hay personas haciendo fila tanto para las cajas como para la vacuna, un liquido morado el cual colocan  cada dos meses para evitar que alguna enfermedad rara entre en Toev, es más que todo por protección y cuidado. Desde pequeña le he tenido pavor a las agujas, así que nunca lo uso y Cole era uno de los que tampoco la usaba. Una vez me contó que un gran amigo le dijo que no se dejará meter mierda en el cuerpo y así lo hizo. El hombre de las vacunas me hace un gesto con la cabeza y yo niego.

— Paso de aplicarla en público — le digo y le tiendo la mano. Él me pone la vacuna en la mano como cada dos meses y yo como cada dos meses me recuerdo no usarla.

Sigo hasta llegar donde están las cajas y las personas que las reparten, doy un golpe con la mano y las personas dentro me miran.

— Ya me conocen, solo denme mi parte —les digo y me doy cuenta que los chicos son nuevos, uno de cabello castaño que está con las listas y el otro de cabello negro está con todas las cajas.— ¿Donde están los que siempre hacen esto? — les pregunto.

— Sólo nos encargaron hacer esto — responde el chico que está atrás buscando las cajas — haz la fila — me siento en el camión y dejo colgando las piernas.

—Tal vez no te han informado, te voy a decir mi nombre y si no te suena te lo explico — lo miro — mi nombre es Sigrid —no obtengo ninguna reacción por su parte — tal vez te suene, la tipa loca, chiflada, la que mató a su novio —él asiente con cara de miedo, mientras el castaño trata de no reírse al igual que yo. Disfruto con verlos temerme — vale, pues por eso mismo yo no hago fila, te voy a decir algo que debe quedar entre nosotros, —pongo la mano de manera horizontal para que los demás que están haciendo fila “no lean mis labios” — a los guardias de este sitio no les gusta que socialice — digo susurrando — puedo matar a alguien de un momento a otro — vuelvo a susurrar y él traga saliva — pero hoy no estoy con ganas de matar a alguien —digo con voz tierna — así que dame mi caja y estamos en paz. — El chico de las listas mira a su compañero y mueve las manos, metiéndole prisa, el de cabello negro empieza a buscar la caja muy rápido.

— Entonces ¿lo mataste? —Pregunta el castaño.

— No te interesa, solo dame la caja.



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En el texto hay: zombi, secretos, peligros

Editado: 15.08.2019

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