5 Razones para No dejarte ir

1. Capítulo. El final de un amor

**OCHO AÑOS ATRÁS**

Nunca olvidaré aquella mañana de abril. El despacho de mi padre en Londres siempre me había parecido imponente, pero ese día lo sentí particularmente solemne. Edmund Huntington, el titán de la industria eléctrica británica, me había citado con urgencia. A mis 28 años, ya llevaba cinco trabajando para la empresa familiar, ascendiendo por mérito propio y no por apellido, como siempre insistí.

—Gabriel, es hora de que Huntington Electrical dé el siguiente paso —declaró mi padre, mirándome con esa mezcla de orgullo y expectativa que siempre me ponía nervioso—. Me retiraré en seis meses.

El whisky en mi vaso pareció detenerse a medio camino hacia mis labios. Todos sabíamos que este momento llegaría, pero la noticia seguía siendo impactante.

—Charles tomará el control de la matriz en Londres —continuó, refiriéndose a mi hermano mayor—. Y tú, Gabriel, quiero que te hagas cargo de nuestra expansión en Nueva York. La sucursal americana necesita un Huntington al mando.

No necesité pensarlo. Nueva York representaba todo lo que siempre había querido: independencia, un imperio propio, la oportunidad de demostrar que podía hacer crecer el legado Huntington más allá del Atlántico.

—¿Cuándo quieres que me mude? —fue mi única respuesta.

Mi padre sonrió complacido ante mi respuesta. Siempre supo que aceptaría.

Nueva York me recibió como yo esperaba: vibrante, despiadada, llena de posibilidades. En solo ocho meses, logré aumentar la facturación de la filial americana en un 32%. Las noches de trabajo hasta la madrugada y los fines de semana sacrificados daban frutos. Mi padre, desde Londres, no podía estar más complacido. Yo había nacido para esto, fueron sus palabras. Y yo me sentía orgulloso de mí mismo.

Entonces apareció ella.

Gala benéfica anual de la Asociación de Energías Renovables. Un evento tedioso que se convirtió en el parteaguas de mi existencia. Colette Dubois entró al salón como si fuera la dueña del lugar. Alta, esbelta, con ese aire francés que hacía voltear todas las miradas. Pero fue su risa lo que me atrajo primero—profunda, auténtica, tan diferente a las risas calculadas de las socialités neoyorquinas.

—Disculpe, señor Huntington, pero creo que lleva cinco minutos mirándome —me dijo directamente, aproximándose con una copa de champán en la mano. Su acento francés era embriagador.

—Y planeo seguir haciéndolo el resto de la noche, si no le molesta —respondí, sorprendiéndome a mí mismo. Yo no era así de directo con las mujeres. No era mujeriego tampoco. He tenido pocas novias, sola una de ellas fue serio, pensé que me casaría con ella, fue mi compañera de la universidad, pero terminó sin darme cuenta.

—Depende de si piensa presentarse formalmente o prefiere que lo llame “el acosador inglés del traje azul” —sonrió, y sentí que algo en mi interior se desmoronaba. Pero lo que más me llamó la atención, fue que sabía exactamente quién era yo.

—Gabriel Huntington —me presenté.

—Lo sé —respondió. — Colette Dubois. Y tengo 33 años, antes de que le dé vergüenza preguntarme.

La edad nunca fue un problema para mí. Cinco años de diferencia significaban cinco años más de experiencias, de seguridad, de saber exactamente lo que quería. Y lo que Colette quería, aparentemente, era a mí y yo a ella. Sin saber exactamente para qué, al menos en este instante.

Esa noche hablamos durante horas. Sobre París, su carrera como modelo de alta costura, sus estudios de diseño. Me contó sobre su pequeño apartamento en Le Marais y cómo había decidido probar suerte en Nueva York hace apenas un año. Yo le hablé de la empresa, de mis ambiciones, de cómo quería llevar Huntington Electrical a un nivel que ni siquiera mi padre había imaginado.

Para el final de la semana, éramos inseparables. Para el final del mes, Colette se había mudado a mi penthouse en Upper East Side.

—Estás loco, Gabriel — me advirtió Charles durante una videollamada. —Apenas la conoces —Mi hermano siempre había sido el cauteloso de los dos. Yo, en cambio, siempre salté sin mirar.

No podía explicarle a Charles, ni a nadie, lo que sentía. Cómo Colette transformaba cada momento ordinario en algo extraordinario. Cómo despertarme a su lado cada mañana me hacía sentir que podía conquistar el mundo. Cómo, por primera vez en mi vida, alguien me veía como más que el hijo del magnate, el heredero, el ejecutivo prodigio.

—Te quiero, mon petit loup — me susurraba al oído cada noche. Su pequeño lobo. Y yo le creía. Dios, cómo le creía.

Si tan solo hubiera sabido que los lobos, cuando caen en la trampa, lo hacen precisamente por seguir ciegamente su hambre.

***Muchas gracias por estar aquí, soy nueva escritora en la plataforma. Mi nombre es Ava Zayas y estaré subiendo muchos libros, espero sea de sus agrados. Espero les guste este primer libro de romance apasionado, personaje tóxico y ella para nada sumisa. Antes de que pregunten, sí este libro será totalmente gratuito***

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