5 Razones para No dejarte ir

11. Capítulo. Desastroso

Pov. Lyxirea

El despertador sonó a las 5:30 a.m., pero ya llevaba una hora despierta, mirando al techo y ensayando mentalmente respuestas a posibles preguntas de entrevista. No había dormido más de tres horas, y las que conseguí estuvieron plagadas de sueños donde el jefe de Huntington Electrical me perseguía por un laberinto de oficinas mientras yo corría con una taza de café gigante.

A las 6:00 a.m. ya estaba frente a mi armario abierto, evaluando críticamente las opciones limitadas que había traído de Detroit. Para una entrevista en una empresa de la envergadura de Huntington Electrical Solution necesitaba verme impecable, profesional, competente. Nada que gritara “soy la loca que anda pateando un auto de tres millones de dólares o derramado café a un extraño”

—El azul marino transmite confianza y estabilidad —murmuré para mí misma, recordando un artículo que había leído sobre psicología del color en entrevistas—. El gris es conservador, pero elegante.

Finalmente me decidí por un traje sastre gris perla con blusa blanca, clásico pero no aburrido. Los zapatos eran otro asunto. Solo había traído tres pares: mis cómodos zapatos planos negros, unas sandalias casuales, y unos tacones de aguja negros que guardaba para ocasiones especiales. Estos últimos eran incómodos como el infierno, pero me daban la estatura y confianza que necesitaba hoy. Y más que yo aspiraba a ser recepcionista de una empresa tan prestigiosa como esa.

Tomé los tacones. Dolor por profesionalismo, un intercambio que toda mujer en el mundo corporativo conocía demasiado bien.

Mientras me arreglaba, repasaba la información que Carla me había dado sobre Huntington Electrical Solution. Fundada hace treinta años por Edmund Huntington en Londres, expandida a Estados Unidos hace diez por su hijo menor, Gabriel. Especializada inicialmente en soluciones de energía tradicional, ahora pionera en energías renovables y tecnología de almacenamiento. Valorada en miles de millones. Más de 5,000 empleados en todo el mundo.

—Puedes hacerlo —me dije al espejo mientras aplicaba un lápiz labial rosa suave—. Has manejado situaciones peores. Fleming era un depredador. Huntington es solo un arrogante con trajes caros.

Repetí esta afirmación como un mantra mientras desayunaba un tazón de avena (que apenas pude tragar) y revisaba mis notas una última vez. La entrevista era a las 11:00 a.m., pero planeaba llegar al menos media hora antes. Primera regla del manual de supervivencia de Lyxirea Morgan: siempre, siempre ser puntual.

Segunda regla: estar preparada para lo imprevisto.

A las 9:15 a.m. ya estaba lista, con mi maletín conteniendo copias extra de mi currículum, referencias, y una pequeña libreta para notas.

—¿Ya te vas? —preguntó Carla, emergiendo de su habitación con el cabello revuelto y expresión somnolienta—. La entrevista es a las once.

—¿No te fuiste a trabajar? –pregunté.

—Tengo diferentes horarios —respondió.

—Quiero llegar temprano —respondí, ajustando mi blazer—. Además, nunca se sabe qué puede pasar en el metro.

Carla sonrió, acercándose para arreglar un mechón rebelde de mi cabello.

—Vas a conseguir ese trabajo —afirmó con convicción—. Cualquiera puede ver que eres extraordinaria, incluso un tirano corporativo como Huntington.

Su confianza me dio el empujón que necesitaba. Con un abrazo rápido y la promesa de contarle todos los detalles, salí del apartamento.

El día era claro y fresco, uno de esos perfectos días de primavera en Nueva York que parecen sacados de una película. Decidí caminar algunas cuadras antes de tomar el metro, tanto para calmar mis nervios como para familiarizarme más con la ciudad.

Todo iba según lo planeado hasta que, a dos cuadras de la estación, sentí el desastre. Mi tacón derecho se atascó en una rejilla de ventilación del metro. Intenté liberarlo con un tirón suave, luego con uno más fuerte, pero estaba firmemente atorado.

—No, no, no —murmuré, mirando mi reloj. 9:45 a.m. Aún tenía tiempo, pero este contratiempo no estaba en mis planes.

Un último tirón desesperado liberó mi pie, pero con un costo: el tacón se quedó atrapado en la rejilla, separado completamente del zapato.

—¡Maldita sea! —exclamé, ganándome miradas de algunos transeúntes.

Me apoyé contra una pared, evaluando el daño. El tacón estaba completamente roto. No había forma de repararlo en ese momento. Volver a casa para cambiarme tampoco era una opción viable, lo era, si quería llegar tarde a la entrevista.

Mis opciones eran limitadas: intentar caminar con un solo tacón, como una coja elegante; volver al apartamento a cambiarme, lo que me haría llegar tarde; o encontrar una solución creativa.

Mi abuela Margaret siempre decía: “Una Morgan encuentra soluciones, no excusas.”

Con determinación, me quité ambos zapatos y, usando la pequeña navaja suiza que siempre llevaba en mi bolso (otra lección de supervivencia), rompí intencionalmente el tacón del zapato izquierdo. Ahora tenía un par de zapatos planos improvisados, feos pero funcionales.

—Simetría en la desgracia —murmuré, volviendo a calzarme. Caminaba extraño, como un pato con artritis, pero al menos podía moverme.

El resto del trayecto fue un ejercicio de dignidad forzada. Tomé el metro, ignorando las miradas curiosas a mis zapatos mutilados, y llegué al distrito financiero con tiempo de sobra.

El edificio de Huntington Electrical Solution era impresionante: una torre de cristal y acero que se elevaba cincuenta pisos hacia el cielo, con un diseño moderno que reflejaba la luz del sol. El logo de la empresa, un elegante “H” estilizado con un rayo atravesándolo, dominaba la entrada.

Respiré hondo y crucé las puertas giratorias, entrando a un vestíbulo que parecía más apropiado para un museo de arte contemporáneo que para una empresa. Suelos de mármol negro, paredes de cristal, y en el centro, un impresionante mostrador circular donde tres recepcionistas atendían a los visitantes.




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