5 Razones para No dejarte ir

13.2 Probando límites 2

Harrison me recibió con una sonrisa cálida que me desconcertó completamente. No parecía la expresión de alguien a punto de despedir a una empleada.

—Señorita Morgan, tome asiento —indicó, señalando la misma silla donde me había sentado para mi entrevista apenas un día antes—. ¿Cómo va su segundo día?

—Es… desafiante —respondí diplomáticamente, decidiendo no desahogarme sobre lo tirano que era Gabriel.

Harrison soltó una risa comprensiva.

—Gabriel puede ser intenso —comentó, como si estuviera describiendo una leve llovizna en lugar de un huracán categoría cinco—. Pero no la he llamado para hablar de eso. La he llamado para formalizar su contratación.

Parpadeé, confundida.

—¿Mi contratación? Pensé que ya estaba contratada.

—Técnicamente, está en período de prueba —explicó, sacando una carpeta de su cajón—. Pero Gabriel me ha autorizado a ofrecerle un contrato formal por seis meses. Al parecer, ha visto algo en usted que le ha impresionado.

¿Impresionado? ¿Gabriel Huntington? ¿El hombre que había pasado las últimas 30 horas tratándome como si fuera una incompetente, un gusano sin huesos?

—Debe haber algún error —dije lentamente—. El señor Huntington no ha hecho más que criticar mi trabajo desde que llegué.

Harrison sonrió enigmáticamente.

—Gabriel tiene… métodos poco convencionales para evaluar a su personal. Créame, si no estuviera impresionado, ya habría ordenado su despido. Como hizo con tres de sus predecesoras en su primer día.

Mi cabeza daba vueltas intentando procesar esta información. Todo el día había asumido que estaba al borde del despido, y resulta que Gabriel estaba lo suficientemente satisfecho como para ofrecerme un contrato de seis meses.

—Aquí está —dijo Harrison, deslizando un documento hacia mí—. Su contrato. Por favor, revíselo y fírmelo si está de acuerdo con los términos.

Tomé el contrato y comencé a leerlo distraídamente, aún aturdida por la revelación. Hasta que mis ojos se detuvieron en una cifra que me hizo contener la respiración.

Nueve mil dólares. Mensuales.

—Debe haber un error —dije, señalando la cantidad—. Esto dice nueve mil dólares al mes.

Harrison me miró con curiosidad.

—Sí, ese es el salario base para el puesto de asistente ejecutiva de presidencia. Más bonos por rendimiento y horas extras, por supuesto.

Sentí que mis piernas se volvían de gelatina, agradeciendo estar sentada. ¿Nueve mil dólares mensuales? ¿Por aguantar a Gabriel Huntington? Eso era más de lo que ganaba en mi trabajo anterior. Apenas tres mil dólares en Detroit. Eso era todo lo que me pagana Fleming.

—Es… mucho —logré articular.

—El señor Huntington valora extraordinariamente el talento —explicó Harrison—. Y exige lo mejor. El salario refleja esas expectativas.

De repente, todas las humillaciones, las críticas, las exigencias imposibles adquirieron una nueva perspectiva. Por nueve mil dólares mensuales, podría soportar que Gabriel Huntington me hiciera lavar su auto con un cepillo de dientes.

—Por favor, señorita Morgan —continuó Harrison, su tono volviéndose casi suplicante—, considere aceptar. Le prometo que vale la pena. Gabriel es exigente, pero también es brillante. Trabajar con él es una oportunidad única.

—Y las otras diez asistentes no lo vieron así —comenté, aún procesando la cifra en el contrato.

—Las otras diez no eran como usted —respondió Harrison con sencillez—. No tenían su… resiliencia.

Miré nuevamente el contrato, pensando en lo que podría hacer con ese dinero. Pagar las deudas médicas de mi abuela que aún me perseguían aunque sus alma ya probablemente descansaba en algún espacio astral. Conseguir mi propio apartamento en Nueva York. Ahorrar para el futuro.

Todo por el pequeño precio de mi dignidad y paciencia.

—Entonces, ¿tenemos un trato? —preguntó Harrison, extendiendo su mano.

En ese momento, tomé mi decisión. Si Gabriel Huntington quería guerra, le daría guerra. No solo sobreviviría a sus pruebas y humillaciones; las superaría. Le demostraría que Lyxirea Morgan valía cada centavo de esos nueve mil dólares. Y quizás, solo quizás, le enseñaría que no se podía tratar a las personas como objetos desechables, sin importar cuánto les pagara.

—Tenemos un trato —respondí, estrechando su mano con firmeza.

La sonrisa de Harrison era de puro alivio.

—No se arrepentirá —aseguró—. Y, como consejo personal, no deje que Gabriel la intimide. Debajo de esa fachada de tirano hay un hombre que respeta la fortaleza y la honestidad. Solo necesita demostrarle que no puede quebrarla.

Asentí, firmando el contrato con una floritura decidida. Seis meses. Podía soportar cualquier cosa durante seis meses.

—No se preocupe, señor Damerson —dije, levantándome y alisando mi falda—. Gabriel Huntington no sabe lo que le espera.

Regresé a mi puesto con una nueva determinación ardiendo en mi interior. Ya no estaba simplemente intentando sobrevivir al día; estaba embarcada en una misión. Una misión para demostrarle a Gabriel Huntington que había encontrado a su igual.

Mi teléfono sonó apenas me senté. Era él, por supuesto.

—Morgan, necesito los informes financieros del último trimestre, analizados y resumidos, en mi escritorio en una hora.

—Por supuesto, señor Huntington —respondí con una calma que no sentía—. ¿Algo más?

Hubo una pausa, como si mi falta de protesta lo hubiera sorprendido.

—Sí —dijo finalmente—. Mi auto necesita gasolina. Dile a Louis que se encargue de llenarlo antes de las cinco de la tarde.

Respiré profundo, visualizando mentalmente la cifra en mi contrato.

—Enseguida, señor.

Las últimas horas de mi segundo día como asistente de Gabriel Huntington transcurrieron en una extraña calma después de la tormenta. Había firmado el contrato de seis meses con un salario que aún me parecía irreal cada vez que lo recordaba, y regresado a mi escritorio con una nueva determinación.




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