5 Razones para No dejarte ir

18. A un paso de la tentación

Pov. Lyxirea

Cuando Carla y yo entramos al Blue Note, sentí esa combinación perfecta de emoción y tranquilidad que solo los buenos bares de jazz pueden ofrecer. La iluminación, la música suave, el ambiente sofisticado sin ser pretencioso… todo parecía prometer exactamente lo que necesitaba: una noche relajante para olvidar el estrés de las últimas semanas trabajando para el tirano corporativo más exigente de Manhattan.

Y entonces lo vi.

Al principio pensé que mi mente me estaba jugando una mala pasada. Que el estrés acumulado estaba provocándome alucinaciones. Porque no era posible que Gabriel Huntington, el hombre que vivía, respiraba y probablemente soñaba con trabajo, estuviera sentado en un bar de jazz un viernes por la noche, vistiendo ropa casual y sosteniendo un vaso de whisky.

Pero era él. Inconfundiblemente él.

Y estaba mirándome fijamente.

—Carla —susurré, agarrando el brazo de mi amiga con más fuerza de la necesaria—. Mi jefe está aquí.

—¿Qué? ¿Dónde? —preguntó, girando su cabeza nada sutilmente para buscar en la dirección de mi mirada.

—Disimula, por Dios —siseé—. Mesa del rincón. El hombre del blazer azul marino.

Carla entrecerró los ojos, observando discretamente por encima de su hombro.

—Oh. Por. Dios —articuló lentamente—. Es mucho más guapo de lo que me habías dicho, Lyx. Esos ojos… incluso a esta distancia parecen poder derretir el hielo. O congelarlo, dependiendo de su estado de ánimo.

—Esto es un desastre —gemí —. Se suponía que esta noche era para escapar del trabajo, no para tener a mi jefe observando cada movimiento.

—Relájate —aconsejó Carla—. Es un bar grande. Probablemente ni siquiera ha notado que estamos aquí.

Pero sabía que eso no era cierto. Podía sentir su mirada sobre mí, intensa y constante. Me arriesgué a echar un vistazo en su dirección y confirmé mis sospechas: sus ojos grises estaban fijos en nuestra mesa con una expresión que no podía descifrar completamente. ¿Molestia? ¿Sorpresa? ¿Algo más?

El hombre sentado frente a él, de espaldas a nosotras, parecía estar diciendo algo que le causaba incomodidad, a juzgar por la tensión en su mandíbula.

—Es tan extraño verlo fuera de la oficina —comenté, ajustando nerviosamente mi vestido—. Es como ver a tu profesor de matemáticas en el supermercado. Sabes intelectualmente que tienen vida fuera de la escuela, pero nunca esperas confirmarlo.

—Bueno, al menos ahora sabes que es un ser humano y no un robot programado para atormentar asistentes ejecutivas —bromeó Carla, estudiando la carta de cócteles—. Aunque debo decir que parece igual de intenso aquí que como lo describes en el trabajo.

—Quiero irme —decidí abruptamente—. Esto es demasiado incómodo. Podemos ir a otro lugar.

—Ni lo sueñes —Carla me lanzó una mirada determinada—. No dejaremos que tu jefe arruine nuestra noche. Fingiremos que no está aquí. Además —añadió con una sonrisa pícara—, este lugar es perfecto. Jazz bueno, cócteles excelentes, y según Marcus, muchos profesionales atractivos frecuentan este sitio.

Como si sus palabras hubieran sido una invocación mágica, dos hombres se aproximaron a nuestra mesa. Uno alto y rubio, con ese tipo de atractivo convencional que resultaba casi genérico, y otro más bajo pero con rasgos interesantes y una sonrisa carismática.

—Disculpen, señoritas —habló el rubio, dirigiéndose principalmente a mí—. Mi amigo y yo nos preguntábamos si podríamos acompañarlas. Las mesas están llenas y ustedes parecen tener espacio de sobra.

Antes de que pudiera formular una respuesta educada pero negativa, Carla intervino con entusiasmo.

—¡Por supuesto! —exclamó, indicándoles las sillas vacías—. Siempre apreciamos buena compañía.

Intercambié una mirada de advertencia con ella, pero ya era demasiado tarde. Los hombres se estaban sentando, el rubio estratégicamente a mi lado.

—Soy Ethan —se presentó, extendiendo su mano—. Y este es mi amigo David.

—Carla —respondió mi amiga, saludando a ambos—. Y ella es Lyxirea.

—Lyxirea —repitió Ethan, como saboreando mi nombre—. Fascinante. ¿Es de origen griego?

—Inventado por mi madre, en realidad —respondí con educada reserva—. Tenía un gusto peculiar para los nombres.

—Pues acertó con el tuyo —comentó con una sonrisa que probablemente consideraba encantadora—. Es tan único como tú.

Resistí el impulso de poner los ojos en blanco ante la línea claramente ensayada. En cambio, tomé un sorbo de mi vodka tonic, lanzando otra mirada involuntaria hacia la mesa de Gabriel. Seguía observándonos, su expresión ahora claramente tensa.

La conversación fluyó superficialmente durante unos minutos. Resultó que David era amigo de Marcus, y ambos trabajaban en la misma firma de arquitectura. Ethan era corredor de bolsa, algo que mencionó al menos tres veces en cinco minutos, como si esperara que me impresionara su profesión.

—¿Y ustedes a qué se dedican? —preguntó finalmente.

—Yo trabajo en publicidad —respondió Carla—. Y Lyx es asistente ejecutiva de un importante CEO.

—¿En serio? —Ethan pareció interesado por primera vez—. ¿De quién?

Antes de que pudiera responder, una camarera se acercó a nuestra mesa con dos vasos de vodka tonic.

—Disculpen —dijo, colocando las bebidas frente a Carla y a mí—. Estos son de parte del caballero de aquella mesa.

Siguió la dirección de su gesto y mi corazón dio un vuelco. Gabriel Huntington, con expresión indescifrable, levantaba su vaso de whisky en un saludo silencioso desde el otro lado del bar.

Sentí cómo el calor subía a mis mejillas, una mezcla de sorpresa, vergüenza y algo más que no quería analizar demasiado profundamente.

—¿Conoces a ese tipo? —preguntó Ethan, su tono sonaba ligeramente irritado.

—Es… mi jefe —admití, incapaz de apartar la mirada de Gabriel.

Carla soltó una risita nada disimulada.

—Vaya, vaya —murmuró—. Parece que el tirano tiene un lado caballeroso después de todo.




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