Pov. Gabriel
El momento en que Lyxirea perdió el equilibrio y cayó en mis brazos pareció que el tiempo se detuvo entre nosotros. Su cuerpo contra el mío, ligero, fragil, sus manos aferrándose instintivamente a mis hombros, su rostro a centímetros del mío… todo ello provocó una avalancha de sensaciones que no había experimentado en años.
—¿Te hiciste daño? —pregunté, mi voz estaba ronca, traicionando el efecto que su cercanía tenía sobre mí.
—Parece que sí —respondió bajito.
Nuestras miradas se encontraron, y por un momento olvidé quiénes éramos, olvidé los roles que nos definían, olvidé todas las razones por las que debería mantener la distancia. Solo existían sus ojos, el ligero aroma a orquídeas que emanaba de su piel, y esta inexplicable atracción que parecía intensificarse con cada segundo que pasaba sosteniéndola.
Me encontré relamiéndome los labios, un gesto inconsciente nacido del repentino deseo de…
No. No podía permitirme ese pensamiento. Ella era mi asistente. Yo era su jefe. Había líneas que no debían cruzarse, lecciones que había aprendido dolorosamente en el pasado.
Y sin embargo, no podía soltarla. No quería.
—Déjame ayudarte a entrar —dije, intentando recuperar algo de mi habitual control—. Necesitas revisar ese tobillo.
La deposité cuidadosamente en el suelo, pero mantuve mi brazo alrededor de su cintura cuando noté que no podía apoyar completamente el pie. La sensación de su cuerpo parcialmente reclinado contra el mío mientras avanzábamos hacia la entrada del edificio era tan natural que resultaba perturbadora.
—¿Qué piso? —pregunté cuando llegamos al ascensor.
—Cuarto —respondió, y noté un ligero temblor en su voz.
¿Nerviosismo? ¿Dolor? ¿O estaba experimentando la misma inquietante mezcla de emociones que yo sentía?
El ascensor era pequeño, obligándonos a mantener esa proximidad física que estaba desestabilizando todas mis defensas cuidadosamente construidas. Su cabello rozaba ocasionalmente mi barbilla, y cada vez que inhalaba, su aroma invadía mis sentidos.
—¿No te estaré metiendo en problemas? —pregunté de repente, con una idea tomando forma en mi mente y no entendía porque esperaba que su respuesta fuera no—. ¿No habrá algún novio celoso esperándote?
La pregunta salió más directa de lo que pretendía. Una patética estrategia para obtener información sobre su vida personal que nunca me habría permitido en circunstancias normales.
Lyxirea me miró con sorpresa, y por un momento temí haber cruzado una línea de profesionalismo. Pero entonces, una pequeña sonrisa curvó sus labios.
—Nada de qué preocuparse, jefe —respondió con una ligereza que rara vez mostraba en la oficina—. Aunque tal vez deberíamos estar preparados para escuchar algunos sonidos… comprometedores y tal vez perturbadores.
Entendí inmediatamente lo que sugería. Su amiga, la que había sido literalmente cargada fuera del bar por su novio enfurecido (¿o exnovio?), probablemente estaría en plena reconciliación apasionada.
Una risa escapó de mi garganta, sorprendiéndome a mí mismo tanto como pareció sorprender a Lyxirea. No recordaba la última vez que había reído así.
—Reconciliación post-discusión —comenté—. A menudo la forma más efectiva de resolver conflictos.
Su risa se unió a la mía, creando un momento de complicidad que jamás habríamos compartido con nadie.
El ascensor se detuvo en el cuarto piso, y continuamos nuestro lento avance hasta la puerta de su apartamento. O más bien, el apartamento de su amiga, recordé. Lyxirea había mencionado que se estaba quedando temporalmente allí. Otro fragmento de su vida personal que normalmente no habría conocido.
Una vez dentro, la guié hacia el sofá de la sala, un mueble fino, pero claramente no de la gama de precios a la que yo estaba acostumbrado. El apartamento era pequeño pero cómodo, decorado con un eclecticismo que sugería personalidad.
Sin detenerme a analizar mis acciones, me arrodillé frente a ella y tomé delicadamente su pie lesionado. Sentí cómo se tensaba ante el contacto, pero no se apartó.
Con cuidado, le quité el zapato de tacón, un proceso que requirió más concentración de la que debería debido a la inexplicable forma en que mis dedos parecían torpes al tocar su piel. Nunca había sido particularmente consciente de los tobillos femeninos, pero el suyo, delicado y ahora ligeramente inflamado, captó toda mi atención.
—Esto se te va a hinchar y amoratar —diagnostiqué, palpando suavemente el área afectada—. Es mejor ir a que te revise un médico.
—No, estaré bien —respondió con esa determinación que había llegado a asociar con ella—. No pasa nada.
La miré, dudando de su evaluación, pero reconociendo que no podía obligarla a buscar atención médica. En cambio, continué masajeando suavemente su tobillo, un acto que comenzó como una evaluación clínica pero que rápidamente se transformó en algo más íntimo.
Mis dedos se movían con delicadeza sobre su piel. Cuando finalmente levanté la mirada, me encontré con sus ojos fijos en mí, con una expresión que no sabía como interpretar.
Nos miramos en silencio, la tensión de pronto era notoria entre nosotros.
—¿Crees que podrás caminar? —pregunté abruptamente, poniéndome de pie para romper el momento.
Lyxirea se aclaró la garganta, un gesto que había notado hacía cuando estaba nerviosa.
—Sí, señor. Estaré el lunes en la oficina, no se preocupe.
Negué con la cabeza, sorprendido y vagamente decepcionado por su inmediata interpretación profesional de mi pregunta.
—No me refiero a eso —aclaré—. Me refiero a si podrás ahora caminar sin ayuda.
Un rubor adorable subió por sus mejillas, tiñendo su piel de un rosa que encontré inexplicablemente fascinante.
—Sí. Señor. Claro que sí —respondió, y luego, con una sonrisa tímida añadió—: Muchas gracias por todo, por ayudarme. Es usted muy amable.