5 Relatos para hadas extravagantes

EL REY Y LA MUJER DE CRISTAL

Un bar clandestino; oscuro tugurio de diversión y juventud alocada: el escenario. Aquella pequeña puerta de metal abollado que prometía placeres escondidos tras la que, un reino ruidosamente mágico y embriagador se desplegaba con su etéreo Rey. Un séquito de doncellas como adorables ninfas y juguetones sátiros le aclamaban, correteando ante su impasible mirada verde, mientras el mago a su servicio destilaba con sus habilidosas manos el hechizo perfecto que extendía un conjuro de paz, amor y libertad.

El rey sin embargo, imaginaba que quizás, algo le faltará a su perfecta existencia venturosa. Algo...desconocido que no podía describir en realidad, algo que sólo soñaba sin confesarlo, sin saber que era, lo anhelaba en silencio correteando y bebiendo los labios de sirenas, juglares, ninfas y sátiros, en cada ser que encontraba lo perseguía, mientras su cabello de lanosas hebras se secaba al dorado sol, sin encontrarlo nunca porque no sabía que buscaba en realidad.

Pero, he aquí que en una noche extraña y misteriosa, donde la luna brillaba redonda, enorme y rojiza en el cielo profundo, un visitante completamente inesperado cruzó por la abollada puerta de metal. Una mujer dolorosamente transparente de cristal, casi desnuda, con rizada cabellera de pensamientos turbios, mirada de carbón, rostro de muñeca asustada acompañada por su fiel Diablo de la guarda: un ángel caído de hermosos cabellos negros cuál abismos, ojos claros violáceos como el amanecer, con las largas manos de marfil guiando a la pequeña criatura hasta un rincón del esa versión del Edén.

El rey la miró. La curiosa piel de la extraña llamó su atención, casi tanto como su peligrosa desnudez y su puño derecho apretado contra el pecho. Así que, ni tardo ni perezoso se aproximó danzando como abeja hacia la flor, desplegando sonrisas: en vano; ella no cayó rendida ante su seductoras artes, ni le rogó extasiada que la llevara a su lecho de estrellas; en cambio hizo algo inconcebible: se quedó callada, indiferente a sus suaves manos, las dulces lisonjas y el envidiable cuerpo de canela del rey.

Eso no podía pasarle a él. ¡Él, a quienes seres de todas las especies suplicaban sus amores! asombrado, divertido, sintiéndose el Rey de los Bufones se alejó. Llenó dos copas con ambrosía verdadera, y despojandose del cetro, manto y corona volvió sobre sus pasos hacia la chica de cristal con ojos de carbón. Para ser sólo un hombre intrigado por tener algo al alcance de la mano y no poderlo poseer. Así que sentado frente a ella como iguales, se prometió a si mismo que la haría suya a cualquier costo, por el único placer de reconstruir su maltrecho ego. Ella sonrió, sorbió el néctar que le ofrecía dejándolo creer que la engañaba, que su máscara de humilde admiración ocultaba la intención cruel. Sonreía porque tenía un as bajo la manga, contaba con que la curiosidad del rey le ganara tiempo porque: ¿cómo podía él sospechar del poderoso influjo de una piel de cristal?

Así que siguieron jugando, él a engañarla y ella a hacerle creer que le engañaba; volvían a verse cada noche con la exactitud de un reloj para contarse nuevos cuentos, hacerse bromas y relatar aventuras,debilidades, esperanzas. Pronto se corrió el rumor que el rey no era el mismo, que ya no perseguía a otras criaturas como antes, que sus bellos ojos de musgo antiguo chispeaban con un brillo desconocido, que sus manos recorrían con reverencia la piel de la chica con dulce anhelo. Ella acallaba malamente el sentimiento desbordante que la embargaba, la luz que la iluminaba dulcemente si él la miraba. El Diablo de la guarda asintió con triste resignación; las ninfas lloraron en brazos de los sátiros y el mago sin ocultar su asombro reveló lo que las runas le habían confesado: El rey etéreo estaba enamorado perdidamente de una mujer de cristal.

Y ocurrió entonces, que en una noche de junio, agotada de negar el secreto a voces, llegó temblorosa para rendirse a los brazos del rey, quien la esperaba pacientemente desnudo bajo la luz plateada de la luna, nervioso en su vulnerable humanidad sin máscaras y dejando de lado al monarca la besó. Los ojos de abismo de ella se tragaron enteros el verde bosque de los suyos, sus existencias se fusionaron en un nuevo mundo compartido donde se perdían uno en el otro interminablemente. El mago temía, el séquito danzaba la felicidad de su regente y el sabio Diablo de la guarda esperaba en los rincones ocultos.

Libre, sin cetro ni corona la amaba con la inmensidad del mar, avasallador era su tacto para él, sentía que se incendiaba como un fénix sin final, cuándo él la tocaba ella se estremecía ante el vendaval de su voz susurrando: Te amo y se hacía infinita. Pronto sin contenerse más le enseñó su as bajo la manga: su corazon de mariposas palpitantes que lo envolvieron en su cálido abrazo, conmovido hasta la médula liberó los colibríes de su pecho para que le cantaran al oído.

Pero el destino es implacable y cínico, así que con la vuelta de la primavera regresaron también los instintos básicos del rey; su cuerpo de canela deseaba la conquista de otras pieles diversas y aunque amaba con todo a su novia de cristal, algo dentro de sí no se saciaba; ella notando el problema lo encaró con valentía, conjurando tormentas algunas suaves como llovizna y otras temibles como huracanes, seguidas de periodos de dulce calma. El séquito reía alborozado, el mago negaba con la cabeza y el Diablo de la guarda consolaba las madrugadas vacías y solitarias.




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