5 Relatos para hadas extravagantes

RULETA RUSA

Cerrar la puerta a mi espalda. Echar el cerrojo con rapidez, no hay tiempo que perder: el cañón de la pistola contra la sien. “Clic”.

Enseguida aventar la llave por la pequeña ventana rota y sucia. Después sentarme frente a la puerta por horas, la puerta sólida tras la que, los golpes ensordecen mi angustia junto a todo lo demás.

He estado aquí antes, pero no termino por acostumbrarme; siempre me agazapo en el mismo rincón con la espalda contra la pared. Sigo esperando que su solidez brinde alguna estructura a mi alma temerosa.

Afuera, la media claridad me resulta ambigua, no me dice nada, cuando estás aquí nunca sabes si es la madrugada o el atardecer. ¿Qué anuncia esa luz suave: el principio del día o el principio de la noche?. Aquí no hay relojes, dependo totalmente de los astros… el tiempo acá transcurre diferente, el avance de los segundos es relativo y carece de importancia acumular segundos de reloj.

Hace media hora que gritas y el golpeteo regular se ha ido espaciando hasta hacerse irregular: “no te resistas” susurro para calmarte (¿o es para calmarme a mi?) entrecierro los ojos. Veo tu cuerpo conocido ¡Tan amado! destrozando el caparazón contra los muros. Y me invade una profunda y desgarradora pena, porque no importa lo que hagas no puedes escaparte; todas las rendijas están cerradas herméticamente, incluso la puerta por donde te metí ha desaparecido; muy pronto ni yo recordaré como conseguí encerrarte.

Está enfriando mucho, mi aliento forma espirales de hielo que se van flotando hasta el techo para transformarse en una enorme araña de cristal descendiente: ardiente como el sol; el piso cruje bajo nuestros cuerpos, la pared tapizada de fotos se apodera de mis ojo: pequeños fotogramas de insoportable peso, breviarios de tiernos placeres perversos y en todas –no faltas en ninguna- encuentro tu alma retratada junto al amorfo ser que soy.

Me doy cuenta de que ya no golpeas el muro: no gritas más. La pared se convierte en un cristal; a cuatro patas me acerco receloso a olisquearte cuál animal en celo, apareces justo detrás de un misterio también a gatas, con tus ojos de milagro y boca de maravillas. Tu pelo cayendo en cascada, tu piel tornasolada de brillante materia estelar. Me miras con esos universos, a través de esos ojos profundos y enigmáticos de pensamiento divino. Yo clavo mis ancianos ojos en los tuyos, de pronto me olvido del pesar, la edad del corazón, y los remiendos que lo cubren. La sangre borbotea en mis venas hinchadas como globos. Me miro a mí mismo a través de tí: no soy un ente físico, soy una melodía etérea, música de dioses paganos y sátiros persiguiendo ninfas; para ti: una posibilidad, la joya arrebatada de las garras de la soledad. Mis labios de guitarra se convierten en cuerdas infinitas, y susurran un acorde a la atmósfera, se desgajan los milagritos de tu cuerpo de nebulosa…sólo el cristal plateado de la luna nos separa. Respiro e inspiro… te respiro, te inspiro, te exudo por cada poro abierto, con cada movimiento fugaz… y me convierto en tí. Tú abres los labios y me devoras entero engullendo lenta y cadenciosamente.

El canibalismo se vuelve intenso, como intenso es el temblor que sacude los cimientos de este cuartucho que no puede contenerte, ¿Que imbécil fui al creer que podía confinarte, a tí ¡mi animal salvaje! la guardiana de los tiempos, vigilante de caminos perdidos, lloro de emoción: mi cuerpo se sacude en oleadas demenciales, no me has tocado siquiera y ya sufro los estragos: ¡Oh huracán tempestuoso!. Me golpeo el rostro deformado contra la superficie del cristal…. Y tú sonríes, esa maravilla sale de tu garganta en forma de mariposas de fuego, que revolotean a mi lado… a la materia oscura que queda en mí.

Afuera la luz sigue siendo la misma: suave y anodina; sigo sin saber si es medianoche o mediodía, pero no me importa, el tiempo a lado tuyo se eterniza congelándose en remotos escondrijos del alma o se derrite en torrentes desgarradores que crucifican. Tengo miedo de pensarte: terror de la inmensidad que anuncian tus palabras de ángel, pavor de los abismos sobrecogedores que adivino flotando en tu vientre.

Estoy exhausto. Te perseguí como un endemoniado, te di caza, te atrape en las redes que entretejen las arañas del desván, te corté las alas de mercurio, te alimente con flores silvestres e historias trágicas, te he dado de beber mis lágrimas, mis lamentos; te has comido mis oscuridades y has jugado con mis demonios internos, te envolví en papel de estaño y te traje aquí mientras dormitabas pues tu belleza me habría incinerado nada mas tocarla; te saqué del sueño con un ramo de rosas podridas y recuerdos atemorizadores. Tapié las esquinas del cuarto con mis monstruos y los fantasmas del pasado ¡y no pude… no pude! Oh Dios estoy cansado… no pude contenerte… no pude detenerte, ni atarte a mí; el cristal se raja con mi rostro lloroso y tumefacto:”¡Vete!” que tus alas te lleven lejos del caos interno, del cronos despiadado que me devora a ratos mientras me torturo pensándote. Mientras ardo en el deseo inolvidable de comerte la piel, y besarte las cuencas de los ojos, mientras sueño con reposar entre tus pectorales… mientras me hago cenizas y voy llorándome el polvo de los desengaños. Ángel vengador ¡Vete! Soy un bulto trémulo en un rincón oscuro y sé que hora es… es la medianoche.




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