Abrió los ojos para contemplar el azulado tono del viento otoñal; maravillado se quedó contemplado las blancas y esponjosas nubes fluyendo por el cielo líquido, dejo que sus ojos oscuros se perdieran en esos pensamientos vagabundos recurrentes al interior de su cabeza. La luz solar descendía sobre su piel, tan blanca como las nubes y él estaba seguro de poder percibir cuando cada una de sus células bajo la acción solar, se tostaba hasta adquirir un tono de cocoa recién pulverizada ¿Cuánto tiempo llevaba allí parado en el principio y el final de la vida? No lo sabía y francamente al paso de las sensaciones eso había dejado de importarle como tantas otras cosas.
El aire ahora tenía un leve tinte verdoso, palpable con las yemas de sus dedos delgados extendidos; abrió la mano esperando pacientemente a que el viento arreciara y cuando aquello pasó, el verde se intensificó hasta adquirir la tonalidad de la piel de la rana. Las ondulaciones sensuales se descomponían en azules y amarillos al chocar con la barrera de sus dedos.
Se preguntó si alguien más notaría esa clase de cosas, si alguien aparte de él podría ver la tinta que recubría la piel del planeta y cada ser vivo; si notaban del metálico roce de la piel...si alguno habría descubierto como robarse la tinta del mundo y escribir poesías llenas de micromagia. Pero la respuesta más obvia siempre era un rotundo: NO. Él, era un ser peculiar en un mundo de pieles blancas y ojos azules con cabelleras rubias a juego; él tenía piel acanalada, cabello negro como la noche y un par de profundos ojos oscuros con una visión muy particular del mundo.
En medio del campo asfaltado, con flores luminosas incoloras, con pasto duro franuloso y pétreo se le ocurrieron mil ideas; las partículas de micromagia trabajaban incansables dándole un a tonalidad café con tintes ocres al aire. Volvió a cerrar los ojos, mientras un olor excitante trepaba por su nariz removiendo los confines de su mente...olía a...lluvia...o mejor dicho al momento previo a la tormenta, donde flota en el ambiente un aroma a tierra mojada "¡Ah!¡Ojalá pudiera extender los brazos y dejarme llevar por este aroma!" dejarse llevar por aquel viento, flotar, perderse, aunque "¿por qué no?"
Telarañas de cableado eléctrico zumbaron expresando su aprobación, los árboles de concreto hicieron danzar sus ramas de varilla al unísono del viento, sólo los pequeños animales de basura callaban manteniéndose escépticos ante la idea expresada en voz alta. Una mariposa de aluminio y corazón de latón revoloteó junto a él :
- ¡Eh! ¡mirád, éste se creé que tiene alas como nosotras!
Y su risa metálica se perdía en los otros sonidos; una libélula de látex y alas de papel se aproximó curiosa seguida de su séquito de las más coloridas y variadas combinaciones. Él empezó a extender los brazos "¡NO, espera!" gritó algo contra su pecho, entonces notó que había cerrado los ojos de nuevo :
- ¿Qué, qué pasa? ¿Quién habla?
Abrió un ojo, para verse rodeado por un torbellino de alas, que hablaban con una voz compuesta por las voces más pequñas de cientos de miles de insectos que volvió a hablar:
- ¡El color, no es tú color!
- ¿color?
- ¿Qué no sabes que todos los seres volátiles y voladores, flotadores y levitadores tenemos un color asignado?- pausa- de otra manera chocaríamos continuamente los unos con los otros.
- ¿Y cuál es mi color?- respondió angustiado- si no hay humanos flotadores, voladores o levitadores
- Los hay.. pero son tan raros como la lluvia de rayos lunares. Nace uno de vez en cuando –gritaron al mismo tiempo- nosotros los hemos visto, abren los brazos, cierran los ojos ¡y despegan del suelo!
- Es maravilloso – interrumpió con un nudo en la garganta- ¿pero cuál es mi tono de vuelo?
- Mira el viento, las ondulaciones cambian; provocan emociones, pero nada más, el aroma del aire libera la imaginación –las mil voces pausaron – cuando las ondas y el olor e produzcan temblores incontrolables ese es la señal de que viene tu color de vuelo.
Las observo mientras desaparecían en los tonos blanquecinos de la atmósfera, a lo lejos las mariposas flotaban en grandes cúmulos naranjas y rojos. Agacho a cabeza y comenzó a andar entre la jungla de asfalto hasta casa.
Pasó mucho tiempo, había olvidado aquellos románticos episodios de su vida; los coqueteos con la libertad. Su piel era tan blanca como la de todos, los ojos tan azules como el anciano mar y sus cabellos dorados al sol de las ideas de la eficiencia, productividad y capitalismo. Los pies bien puestos sobre la tierra lo llevaron sin que él lo notara hasta aquel antiguo sitio... inmóvil contemplaba el lugar sin su magia sólo había asfalto, cables de luz, postes telefónicos y basura. Frunció la nariz asqueado, aquella fetidez a vida a... ¿tierra humedecida? Entrecerró los ojos para aspirar y concentrarse, sí, aquel era el viejo aroma que saturaba e ambiente antes de que la tormenta llegara. Algo peligrosamente doloroso se movió dentro de su pecho: ¡colores!, el cabello se tornó de nuevo negro como la noche, sus ojos aún cerrados absorbieron la oscuridad vacua de su mente, llenándose de nuevo con negra vitalidad; la tez blanca se volvió coca y miel.