La sombra del pasado se cierne sobre ella como una nube de tormenta, el mar es oscuro y glorioso, la tormenta infinita y energética.
A veces las nubes se asemejan a unos labios olvidados; los rayos se convierten en tus cabellos alargandose hasta arraigarse en la playa.
Esos ojos antiguos tan familiares se deslizan en su alma, llevandola a recorrer el país de los recuerdos. Y ahí las aves tienen nombres de preciosos momentos ya ocurridos. Entonces el amanecer se llena de esos atomas a café recién hecho, a vino añejo, tardes plácidas entre unos brazos fuertes.
Es feliz ahora. Con un gozo y una paz que no conoció nunca al estar con él. Sin el carrusel emocional del no compromiso y el querer jugar sin perder. Pero a veces sin profundizar bien en el porqué, se deja llevar a momentos y pasea por las avenidas de la memoria donde todos los recuerdos se aderezan con el polvo dulce del pasado y brillan como el oro bajo el cielo azul.
A veces simplemente lo recuerda, recuerda quien era ella antes, y sonríe.