5) Remember

Prólogo

La noche era densa y el aire estaba cargado con una energía que no se sentía desde hacía siglos. Bennett y los chicos habían trabajado incansablemente en el ritual. La antigua biblioteca estaba llena de velas encendidas, libros abiertos y un círculo de tiza en el suelo, dentro del cual se hallaban inscripciones arcanas. El momento había llegado.

Con una precisión casi mecánica, Bennett recitaba las palabras del conjuro. Su voz resonaba en el aire, acompañada por el murmullo de los chicos que repetían las frases en un intento por mantener el ritmo y la intención pura. Cada palabra parecía absorber la luz de las velas, haciéndolas titilar y creando sombras danzantes en las paredes.

Cuando el último eco de las palabras se desvaneció, el silencio se apoderó de la habitación. Los ojos de los chicos se fijaron en el centro del círculo, donde yacía el cuerpo inerte de Rubby. Por un momento que pareció eterno, nada sucedió.

Entonces, un leve susurro se elevó, como el susurro de hojas en un bosque distante. La temperatura descendió abruptamente, y una luz azulada empezó a brillar desde el pecho de Rubby. Los chicos contuvieron la respiración, observando cómo la luz se expandía y cubría todo su cuerpo.

Rubby abrió los ojos. Al principio, parecían vacíos, pero pronto la vida regresó a ellos, o al menos una parte de ella. Se incorporó lentamente, mirando a su alrededor con desconcierto.

—Rubby... —susurró Bennett, sin poder contener las lágrimas de alivio.

Pero algo estaba mal. Rubby no respondió de inmediato. Sus movimientos eran torpes, como si estuviera aprendiendo a moverse de nuevo. Y entonces, habló, pero su voz era un eco hueco, como si viniera de un abismo profundo.

—¿Dónde... estoy?

Bennett se acercó, tratando de ayudarla a levantarse, pero se detuvo cuando vio sus ojos de cerca. Había algo más allí, una oscuridad latente, un vacío que parecía observar desde detrás de su mirada.

—Rubby, estás de vuelta. El ritual funcionó. —intentó sonar seguro, pero su voz temblaba.

Rubby lo miró fijamente, y por un momento, parecía que algo familiar aparecía en sus ojos. Pero esa sensación se desvaneció rápidamente, reemplazada por una mirada fría y distante.

—No... estoy... sola —dijo ella, y su voz era un susurro gélido.

Los chicos intercambiaron miradas inquietas. Sabían que el ritual era peligroso, que estaba lleno de riesgos, pero no estaban preparados para esto. Rubby estaba de vuelta, pero algo más había regresado con ella. Un inquilino sin nombre, un vacío que se alimentaba de la vida que ella había perdido.

A medida que los días pasaban, quedó claro que Rubby no era la misma. Había momentos en los que parecía ella misma, riendo y recordando cosas del pasado, pero esos momentos eran breves. La mayor parte del tiempo, estaba atrapada en un estado de contemplación silenciosa, sus ojos fijos en algún punto distante, su mente perdida en el abismo que ahora compartía su ser.

Castiel y Tammy intercambiaron miradas, la preocupación clara en sus rostros. Sabían que necesitaban actuar rápido. La condición de Rubby era frágil, y aunque el ritual había funcionado, algo en ella estaba terriblemente mal.

—Tenemos que llevarla al refugio —dijo Castiel, con voz firme pero cargada de ansiedad.

Tammy asintió de inmediato. Sin perder más tiempo, ambos se acercaron a Rubby, que estaba sentada en el suelo, mirando al vacío. Sus ojos, normalmente llenos de vida y chispa, ahora eran oscuros y perdidos.

—Rubby, vamos a llevarte a un lugar seguro —dijo Tammy suavemente, tomando la mano de su amiga.

Rubby no protestó. Se dejó guiar por sus amigos, sus pasos eran lentos y pesados, como si el simple acto de moverse le costara un esfuerzo monumental. Castiel se aseguró de apoyarla por el otro lado, sosteniéndola con cuidado.

El refugio no estaba lejos, un pequeño edificio que habían acondicionado como su base de operaciones. A pesar de su modesto tamaño, era un lugar cálido y seguro, lleno de recuerdos y momentos compartidos. Castiel abrió la puerta de par en par, permitiendo que Tammy y Rubby entraran primero.

—Aquí estarás bien, Rubby —dijo Castiel, mientras la guiaban hacia una de las camas.

Tammy acomodó las almohadas y la ayudó a recostarse. Rubby se hundió en el colchón, su cuerpo relajándose apenas tocó la superficie suave. Podía ver en sus ojos el agotamiento, no solo físico, sino también emocional y espiritual.

—Descansa todo lo que necesites —murmuró Tammy, arropándola con una manta. Le dio una mirada tranquilizadora a Castiel, que observaba desde la puerta.

Rubby cerró los ojos lentamente, dejándose llevar por el cansancio. A su alrededor, el refugio era un remanso de paz en medio del caos que había sido su regreso. Tammy y Castiel se quedaron a su lado, vigilando, asegurándose de que estuviera cómoda y segura.

—¿Crees que estará bien? —preguntó Tammy en un susurro, mirando a Rubby con preocupación.

Castiel suspiró, pasando una mano por su cabello en un gesto de frustración contenida.

—No lo sé —admitió—. Pero hemos hecho todo lo posible. Ahora, todo depende de ella y de lo que esté luchando por dentro.

Tammy asintió, aunque la incertidumbre seguía pesando en su corazón. Sabían que el regreso de Rubby no era el final del camino, sino el comienzo de una nueva batalla. El vacío que la acompañaba era un enemigo desconocido, y solo el tiempo diría si Rubby podría vencerlo.

Mientras la noche avanzaba, el refugio se llenó de una tranquilidad frágil. Rubby dormía, su respiración lenta y constante, mientras Tammy y Castiel se turnaban para velar por ella. Sabían que el verdadero desafío apenas comenzaba, pero por ahora, lo único que podían hacer era esperar y estar allí para su amiga, ofreciéndole todo el apoyo y amor que tenían.

A pesar de la preocupación, había un aire de esperanza en el refugio. Castiel recordó los días en los que Rubby llenaba la habitación con su risa contagiosa y su espíritu indomable. Tammy, con los ojos llenos de lágrimas, acariciaba suavemente el cabello de su amiga, prometiéndose a sí misma que haría todo lo posible para ayudarla a recuperar esa vitalidad.




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