5) Remember

Capítulo 8: La revelación

El olor a ceniza y desesperación se aferraba a la ropa y a las almas de Tamara y Cass mientras descendían al búnker de los Hombres de Letras. Habían pasado días, incontables horas, sumergidos en el caos del mundo recién golpeado por la furia del Vacío. Las ciudades aún humeaban, los ecos de los gritos se mezclaban con el silencio de la pérdida. Habían dado todo de sí, sanando, consolando, levantando escombros, intentando restaurar un ápice de orden en un mundo desquiciado. El cansancio no era físico para ellos, seres ancestrales, pero el peso del dolor, de la culpa y de la pérdida de Rubby, era una carga que los doblaba.

Mientras se aproximaban a la sala principal del búnker, las luces tenues y el aire viciado les recordaron la naturaleza terrenal de sus aliados. Sabían que debían hablar con ellos, compartir la terrible verdad. Los Winchester, Samuel y Dean, habían estado en el frente de batalla contra las anomalías que Rubby había desatado, luchando sin comprender del todo la fuente del mal. Y Sam, el joven que había enviado el video crucial, merecía respuestas.

Los encontraron en la biblioteca principal, rodeados de libros antiguos y mapas empolvados. Dean estaba limpiando una de sus pistolas con una concentración casi zen, mientras que Sam, el más joven, tecleaba frenéticamente en una laptop, su rostro pálido y tenso. Bobby, el patriarca, estaba sentado en un sillón, con una expresión de agotamiento que se reflejaba en las profundas líneas de su rostro.

La entrada de Tamara y Cass, silenciosa como siempre, hizo que los tres hombres levantaran la vista. Había respeto en sus ojos, pero también una mezcla de cansancio y expectación. Sabían que se avecinaba una revelación.

—Tamara. Cass —dijo Dean, guardando la pistola. Su voz era grave, su mirada escudriñadora—. ¿Qué pasó? Las cosas se calmaron de golpe. La energía… el Vacío que estábamos sintiendo… desapareció.

Sam cerró la laptop, sus ojos fijos en los dos seres.

—Sí, y el epicentro… en ese almacén abandonado. Fuimos, pero no había nada. Solo… un silencio extraño.

Tamara y Cass se miraron. La verdad era pesada, una losa que amenazaba con aplastarlos a todos. Tamara tomó la iniciativa, su voz suave, pero con una resonancia que llenó el búnker.

—Rubby fue la causa de todo esto —comenzó, sus ojos oscuros fijos en los Winchester. No hubo titubeos. La verdad, por amarga que fuera, debía ser dicha—. Ella… era quien liberaba el Vacío. Quien causó los asesinatos.

Un silencio tenso cayó sobre la sala. Dean frunció el ceño, sus ojos llenos de una mezcla de shock e incredulidad.

—Rubby… ¿nuestra Rubby? La que salvamos del infierno, la que estaba perdida. ¿Están seguros?

Cass se acercó, su voz, aunque tranquila, llevaba el peso de milenios de sabiduría y dolor.

—Estábamos ciegos por nuestro amor, Dean. Ella regresó… corrompida. El Vacío se adhirió a ella, se alimentó de su regreso, de nuestro apego a su memoria. Fue un parásito que la consumió, transformándola en un instrumento de aniquilación.

Bobby se levantó del sillón, su expresión sombría.
—Entonces, el mal que sentíamos… ¿no era solo una fuerza oscura, sino… ella?

—Sí —confirmó Tamara, y el dolor era una punzada aguda—. El Vacío se manifestaba a través de ella. Las almas que arrebató… las absorbía en la nada, impidiendo su ciclo. El equilibrio entre la vida y la muerte estaba en peligro crítico.

Dean miró a Sam, luego de nuevo a Tamara y Cass. La comprensión comenzaba a amanecer en sus rostros, pero también una profunda perturbación.

—¿Y qué pasó? ¿Por qué se detuvo? ¿La… la encontraron?

Cass se arrodilló, su rostro ahora un reflejo de su sufrimiento. La narrativa de lo sucedido con Rubby y Dios era difícil de articular, incluso para él, un ser de luz.

—Sí, Dean. La encontramos. Pero… no fuimos los primeros en llegar. Dios… Él llegó antes.

Los Winchester intercambiaron miradas de asombro. La intervención directa de Dios era un evento de proporciones cósmicas, algo que rara vez presenciaban.

—¿Dios? —preguntó Sam, su voz llena de una reverencia y un miedo latentes.

—Sí —dijo Tamara, su voz temblaba levemente. La imagen de Rubby desvaneciéndose en la nada, borrada de la existencia, era una herida que nunca sanaría—. Él… Él se encontró con ella. Trató de razonar con ella, de hacerla entender el daño que estaba causando. Pero Rubby estaba… demasiado lejos. Demasiado consumida por el Vacío.

Un silencio cargado de dolor se instaló en la sala. Los Winchester esperaban, sintiendo la inminencia de una verdad aún más terrible.

—Él… Él la disipó —dijo Cass, la voz quebrada. La palabra "mató" era demasiado cruda, demasiado terrenal para describir la aniquilación divina—. La borró de la existencia. Para salvar el equilibrio de la Creación.

El aire en el búnker se sintió más frío, más denso. Dean bajó la vista, su rostro contorsionado por una mezcla de horror y piedad. Sam se llevó una mano a la boca, la incredulidad evidente en sus ojos. Bobby cerró los ojos, el peso de la revelación cayendo sobre él.

—¿La… la mató? ¿Su propio creador? —preguntó Dean, apenas un susurro.

—No había otra manera —la voz de Tamara era un lamento—. Él nos lo dijo. La única forma de haberla salvado, de contener el Vacío en ella, era si nosotros… la hubiéramos olvidado. Borrado su recuerdo de nuestras mentes, de nuestra esencia.

Los Winchester se quedaron en silencio. La magnitud de la elección, la crueldad de la misericordia divina, los dejó sin palabras. Entendían el amor, la pérdida, pero esta era una dimensión de sacrificio que trascendía su propia experiencia.

—La habíamos traído de vuelta de la muerte —continuó Cass, sus ojos llenos de una tristeza abismal—. Nuestro amor por ella era tan grande, tan ciego, que nos negamos a soltarla. Nos aferramos a cada recuerdo, a cada esperanza. Y al hacerlo, sin saberlo, alimentamos el Vacío que la devoraba. Nuestro amor fue su condena.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.