Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en una lenta, dolorosa reconstrucción. Tamara y Cass, con los Winchester a su lado, trabajaban incansablemente en los lugares más devastados, donde el rastro del Vacío aún se sentía como una cicatriz. Curaban cuerpos, calmaban almas, levantaban escombros y, poco a poco, la Tierra comenzaba a exhalar con menos dificultad. El dolor por Rubby seguía siendo una punzada constante, un agujero negro en sus corazones, pero la labor de sanación ofrecía un propósito, una tenue luz en su abismo de culpa.
Estaban en lo que una vez fue el centro de Buenos Aires, una metrópolis que ahora era un paisaje de rascacielos derrumbados y calles agrietadas. Tamara, la Oscuridad misma, se movía entre los restos de un hospital, su aura sutilmente manipulando el aire, alejando el polvo para que los equipos de rescate pudieran acceder a un sótano colapsado. Cass, el Ángel del Señor, estaba unos metros más allá, sus manos brillando con una luz dorada mientras cerraba las heridas de una superviviente. Los Winchester, Bobby y Dean, junto a Sam, el joven cazador, coordinaban a los equipos terrestres, moviendo pesados trozos de hormigón y evacuando a los heridos.
La atmósfera estaba cargada de un agotamiento colectivo, pero también de una obstinada esperanza. Sin embargo, en el vasto lienzo de la recuperación, una disonancia se cernía en el cielo, un presagio que solo seres de su antigüedad podían percibir.
Fue Tamara quien lo sintió primero. Una perturbación en las corrientes celestiales, un descenso abrupto, no de un Arcángel benevolente o de un emisario divino, sino de una energía antigua y corrupta que conocía bien. Un escalofrío de reconocimiento heló su esencia oscura, una memoria de rebelión y traición. Su sobrino.
—No —susurró Tamara, su voz apenas audible, pero cargada de una alarma inconfundible.
Su cabeza se levantó bruscamente, sus ojos oscuros escudriñando el cielo.
Cass, sintiendo la perturbación en su conexión con Tamara y en las redes celestiales, también levantó la vista. La luz de sus ojos se endureció. El aire sobre ellos comenzó a ondular, distorsionando la imagen del cielo azul. Un punto oscuro, que creció rápidamente, descendía con una velocidad vertiginosa.
—¡Dean! ¡Sam! ¡Bobby! —la voz de Cass resonó con autoridad, su esencia de Arcángel desplegándose—. ¡Cúbranse! ¡Es él!
El punto oscuro se materializó en una figura, una forma majestuosa y terrible que aterrizó con una fuerza que hizo vibrar el suelo. Era Lucifer. Su aura, que alguna vez había sido tan luminosa como la de Cass, ahora estaba teñida de una malicia gélida y un poder desmedido, un fuego que quemaba no para purificar, sino para consumir. Sus ojos, profundos como abismos de la desesperación, se fijaron directamente en Tamara.
—Vaya, vaya, tía Tamara —la voz de Lucifer, una resonancia que se clavaba en el alma, era una mezcla de burla y veneno—. Parece que la tragedia familiar te ha vuelto… vulnerable.
La mención de Rubby, la herida aún abierta, fue un golpe deliberado. Tamara sintió la punzada, pero no retrocedió. Su postura, aunque pequeña frente a la figura imponente de Lucifer, emanaba una fuerza inquebrantable, la de la Oscuridad que había existido antes de la Luz.
—Lucifer —respondió Tamara, su voz firme, aunque teñida de un cansancio ancestral—. ¿Qué haces aquí? La batalla terminó. Dios ha restaurado el equilibrio.
Una risa fría y amarga escapó de Lucifer, un sonido que era un eco del caos.
—Equilibrio, dices. ¿Y a qué precio? ¿La aniquilación de la propia carne y sangre de mi hermano? ¡Una hija borrada! ¡Qué patético! La verdadera verdad es que la Creación está podrida desde su misma raíz. Y yo he venido a terminar el trabajo.
Los Winchester, Dean, Sam y Bobby, habían reaccionado instintivamente, sacando sus armas, aunque sabían la futilidad de enfrentar a un Arcángel caído. Se interpusieron entre Lucifer y los civiles, listos para vender cara su vida. Cass se posicionó delante de Tamara, su espada angelical materializándose en su mano, su luz cegadora contrastando con la oscuridad de Lucifer.
—No lo permitiré, Lucifer —la voz de Cass era inquebrantable—. No desharás el trabajo que Dios ha comenzado a restaurar.
—Oh, Cass, mi hermano leal —Lucifer se burló, un halo de desprecio alrededor de su cabeza—. Siempre tan predecible. Siempre tan sumiso. ¿Crees que puedes detenerme? He venido para acabar con esto. Para barrer la basura de esta patética Creación. Y empezaré contigo, tía. Has interferido demasiado tiempo.
Con una velocidad sobrenatural, Lucifer se lanzó. No fue un simple movimiento, sino una ráfaga de pura energía oscura, una manifestación de su poder corrupto. Tamara, aunque lista, apenas tuvo tiempo de reaccionar. El ataque la golpeó con la fuerza de un asteroide. La Oscuridad que la componía se arremolinó violentamente, distorsionándose, sintiendo una agonía que no había experimentado en milenios. Su cuerpo etéreo fue lanzado contra los escombros de un edificio, y una explosión de energía la hizo chocar contra el hormigón, liberando un gemido que vibró en el aire.
—¡Tamara! —gritó Cass, su corazón de Arcángel latiendo con furia.
Se lanzó hacia Lucifer, su espada angelical cortando el aire con un grito de guerra.
Pero Lucifer era poderoso, fortalecido por su resentimiento y el caos reciente. Bloqueó la espada de Cass con una mano, su mirada gélida.
—Tu lealtad es conmovedora, hermano. Pero inútil.
Mientras Lucifer y Cass chocaban en un despliegue de poder que hacía temblar la realidad, los Winchester se preparaban para lo impensable. De repente, una figura apareció en el borde de la escena, observando la batalla con una expresión compleja. Era Luke. El hijo de Lucifer. Un híbrido, como Rubby, pero nacido de una unión diferente, y con una lealtad incierta.
Luke, que había estado rastreando el rastro de su padre, sintió la resonancia del conflicto. Había llegado a la Tierra atraído por el caos del Vacío, buscando respuestas, y ahora, se encontró en el corazón de la confrontación entre su padre y su familia divina. Sus ojos, que compartían la misma intensidad que los de Lucifer, se posaron en Tamara, golpeada y herida, y algo se removió en él. A pesar de la oscuridad de su linaje, Luke poseía un matiz de la luz de su madre, un atisbo de moralidad que Lucifer había intentado erradicar.
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Editado: 21.06.2025