5) Remember

Capítulo 10: Un pacto desesperado

El aire de Buenos Aires aún vibraba con el eco de la desaparición forzada de Lucifer. Los rascacielos derrumbados y las calles agrietadas, mudos testigos del apocalipsis reciente, se cernían sobre Tamara y Cass, que observaban el punto donde el Príncipe Caído se había desvanecido. La sorpresa de la intervención de Luke, el hijo de Lucifer, aún se aferraba a sus mentes, una extraña paradoja en el corazón de la guerra celestial. Los Winchester se acercaban, sus rostros una mezcla de asombro y cautela.

Mientras el polvo comenzaba a asentarse y la adrenalina a disiparse, una vibración sutil, casi inaudible para los oídos mortales, pero inconfundible para Tamara y Cass, resonó en el tejido de la realidad. No era el regreso físico de Lucifer, sino una manifestación más insidiosa, una invasión de la mente y del espíritu.

Lejos, en un rincón apartado del universo, donde la energía de Lucifer se había retirado para lamer sus heridas, su forma etérea parpadeaba, inestable. La herida infligida por Luke, un tajo en su propia esencia, dolía más que cualquier daño físico. No era la aniquilación, pero era una humillación, una traición perpetrada por su propia sangre. Sin embargo, incluso en su furia, una astilla de su mente, siempre calculadora, comenzó a girar, tejiendo una nueva trama de engaño.

En la periferia de la conciencia de Luke, una voz resonó. No era una voz audible, sino una intrusión directa en sus pensamientos, un susurro que se deslizaba como veneno.

—Bien hecho, hijo.

Luke, que había aterrizado en un tejado distante, observando la escena con una frialdad calculada, se tensó. Reconoció la voz. Era la de su padre, Lucifer, pero teñida de una cualidad extraña, una que nunca había escuchado antes: orgullo.

—No me esperaba eso de ti, Luke —continuó la voz, con una cadencia que era casi halagadora—. Tienes mi astucia. Mi poder. Esa fue una jugada maestra. Una puñalada en el momento perfecto. Demostraste que eres digno de mi legado.

Luke no respondió. Mantuvo su postura inquebrantable, aunque un matiz de sorpresa, una emoción que rara vez sentía, se apoderó de él. Había esperado la furia de su padre, el castigo. No el elogio.

—Sé lo que piensas —prosiguió Lucifer, la voz como un arroyo de miel corrompida—. Piensas que fue una traición. Una debilidad. Pero no lo fue. Fue una lección. Una prueba. Te di la oportunidad de mostrarme de qué estás hecho. Y no me decepcionaste.

Una semilla de duda comenzó a sembrarse en la mente de Luke. ¿Era posible? ¿Había sido todo una prueba? Su padre era el maestro del engaño, el artífice de planes complejos. Pero el orgullo en su voz sonaba... genuino.

—Ahora, escucha con atención —la voz de Lucifer se hizo más urgente, pero aún teñida de esa falsa admiración—. Cometiste un error al herirme. Un error que podría costar demasiado caro. Porque hay algo que tú quieres. Algo que yo te puedo dar.

Luke frunció el ceño.

—¿Qué quieres?

—Rubby —susurró la voz de Lucifer, y el nombre resonó en la conciencia de Luke con una fuerza inesperada—. Sé que no la quieres de mi lado. Sé que la viste como una pieza en mi juego, una marioneta del Vacío. Pero ella… ella no está perdida para siempre.

El interés de Luke se avivó. La aniquilación de Rubby había sido un evento que había resonado en todo el universo. Sabía que Dios la había borrado, y que Tamara y Cass la habían perdido para siempre. Si su padre afirmaba que podía recuperarla… era una mentira, o una verdad aterradora.

—Dios la borró —dijo Luke, su voz mental cargada de escepticismo.

—Ah, sí, el Viejo —se burló Lucifer, y la burla contenía un matiz de desprecio—. Siempre tan absoluto. Tan final. Pero yo soy el Príncipe de la Oscuridad, hijo. Y sé cosas que ni siquiera Él revela. Sé de la memoria. Sé de los hilos que unen las almas. Y sé que Rubby no está completamente disipada.

Luke no tenía el concepto completo del Jacarandá, el Árbol Divino, pero su mente híbrida, nacida del Arcángel y de una mortal con acceso a conocimientos antiguos, podía sentir la verdad en las palabras de su padre, por muy retorcidas que fueran. Sabía de los lugares donde los recuerdos se almacenaban, de las esencias que persistían.

—¿Qué sabes? —preguntó Luke, su voz ya no tan escéptica, sino teñida de una creciente intriga.

—Sé que una parte de ella, su esencia más pura, su 'recuerdo' más profundo, está guardado. No borrado, solo oculto. Y sé la manera de recuperarlo —Lucifer entonó, el cebo ahora totalmente extendido.— Pero si me matas, si permites que mi esencia se disipe completamente, esa oportunidad se perderá para siempre. Solo yo tengo la clave. Solo yo conozco el camino.

Una punzada de vacilación. La traición a su padre había sido por una cuestión de equilibrio, por una aversión a la aniquilación total que Lucifer representaba. Pero si la vida de su padre era la clave para el regreso de Rubby, para una posible redención, para reparar lo que parecía irreparable… ¿cuál era el precio?

—¿Por qué querrías ayudar a recuperarla? —preguntó Luke, sospechoso.

—No es por Rubby, muchacho —Lucifer se rió, una risa que helaba la sangre, pero que ahora se sentía extrañamente honesta en su maldad—. Es por mí. Por mi supervivencia. Y por un propósito mayor. Tu tía y tu tío, la Oscuridad y el Ángel del Señor, están rotos. Desesperados. Si recuperas a Rubby, incluso una parte de ella, ellos te deberán una deuda. Una deuda inmensa. Y esa deuda… será una herramienta poderosa en mis manos.

Luke lo comprendió. Su padre no actuaba por benevolencia, sino por astucia. Lucifer veía en la "recuperación" de Rubby una forma de manipular a Tamara y Cass, de desestabilizar el ya frágil equilibrio de la Creación. No era un acto de amor, sino de pura estrategia, pero una estrategia que se alineaba con su propio deseo subyacente de orden, de que las piezas encajaran en su lugar, incluso si su padre era el que las movía.

—¿Qué necesitas que haga? —preguntó Luke.




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